Todos amenazados, todos retratados

Nunca me ha gustado la metáfora del “choque de trenes” porque sugiere una igualdad de legitimidades y de fuerzas que no existe, y porque los unos nos quieren perseguir, y los otros, sencillamente, queremos hacer camino hacia allá. Pero lo que es indiscutible es que la embestida de todos los aparatos del Estado contra el referéndum del 1-O, de manera indiscriminada y actuando como un solo hombre, ya es una realidad que no hará más que crecer y agravar la confrontación.

Seamos claros: la convocatoria y celebración de un referéndum de autodeterminación sin acuerdo con el Estado supone el peor desafío imaginable con que España se podía encontrar. Es un viejo temor que ahora se ha sustanciado, advertido desde antiguo por todos sus padres de la patria, y que la Constitución de 1978 quiso exorcizar. Es absurdo minimizar la gravedad desde el punto de vista del proyecto nacional español, unitario y expansivo (“una y grande”). Y es lógico que se resista a ello. Ahora bien, lo más grave no es que el Estado defienda su integridad territorial, sino cómo la quiere defender, ‘in extremis’, cuando la unidad “indisoluble” se le deshace entre los dedos.

Por la parte catalana, el procedimiento escogido para dar salida al clamor popular y a la mayoría parlamentaria, al menos, digamos que es insólito. Agotada toda salida pactada, se ha optado por una inaudita declaración unilateral de independencia condicionada a un referéndum. Es decir, por una ruptura transitoria -tres semanas- y limitada -al resultado del 1-O-, a través de un acto a la vez de insumisión al orden constitucional español y de acatamiento de la legalidad democrática del propio Parlamento. Una pirueta que tiene conmocionados a todos los juristas del país, pero también entretenidos a todos los politólogos del mundo, que ahora deberán añadir el nuevo modelo a sus tratados de política comparada.

Las tres semanas que faltan hasta el 1-O serán dramáticas por muchas razones. La creciente represión que el Estado seguirá ejerciendo contra todo lo que se mueva, ahora ya no sólo para asustar sino para detener el referéndum, no tendrá otro límite -así lo espero- que el de la violencia armada. Una confrontación “bélica” que estoy seguro de que todo el mundo quiere incruenta, pero en la que todo un Estado se enfrenta a una guerrilla que a estas alturas está ganando por rapidez y capacidad de sorpresa.

Pero no nos engañemos: la represión del Estado puede hacer agujero dentro del soberanismo. La capacidad de asumir amenazas y riesgos, ahora reales, no es la misma por parte de todos. Las convicciones y los compromisos son diversos. Y el riesgo de divisiones -que el adversario busca de manera explícita y algunos catalanes somos tan ciegos para quedar atrapados- es más que probable. Y, sin embargo, si no hay capacidad para hacer frente a la embestida del Estado, no sólo lo pagarán los que más se hayan comprometido sino que lo pagará todo el mundo. Que nadie piense que salvará la piel con posiciones de medias tintas o equidistantes. Al contrario. Nada irritará tanto el Estado como la equidistancia. Ya pasó, en otra medida, con el Estatuto de 2006. ¿Es que sirvieron de algo las concesiones de los partidos catalanes en el largo debate en Las Cortes, o las que se derivaron de los pactos de Zapatero con Mas? Nada de nada. La demostración de debilidad es lo que permitió el posterior ataque. Recuerden la penosa y tramposa negociación de la financiación, las humillaciones políticas o la sentencia del TC. Y ahora volverá a pasar lo mismo si el 1-O no se convierte en una gran victoria democrática.

El independentismo no ha dividido a la sociedad catalana. Incluso, podríamos decir que la ha congregado en torno al derecho a decidir, es decir, del referéndum del 1-O-, un derecho que han asumido ocho de cada diez catalanes. Tampoco la dividirán los posibles resultados, que serán asumidos por todos los demócratas. En cambio, la no celebración del 1-O sí nos dividiría. El horizonte de un 2-O sin referéndum sería más duro que lo que habremos visto estas tres semanas. La represión del Estado no hará distinciones entre los valientes y los blandos. Queríamos un referéndum. Ahora, además, lo necesitamos.

ARA