Tinieblas catalanas

El mundo político catalán es propenso a la comadreo. Las murmuraciones, las parloteo, las confidencias y las maledicencias son una moneda demasiado común, con la que se pagan muchas propinas, las que se suelta para darse importancia.

Los que estamos atentos a lo político estamos hartos de oír todo una serie de historietas sin ton ni son, anécdotas más o menos apócrifas que implican presidentes, ex presidentes, consejeros, alcaldes, líderes de partidos rojos, verdes, o azules, toda una serie de chismorreos que no dejan a nadie con la cabeza sobre las hombros: los periodistas y sus amantes, las propiedades de aquel señor que dicen que pega a la mujer, los salarios, las amistades de alcoba -o los coqueteos con la cirugía-de aquella otra señorita…- Todo ello podría parecer más propio de los programas del corazón, pero en la política se mezclan las pasiones más primarias y el intercambio de informaciones groseras efectúa con una delectación preocupante.

Además, una de las cosas que más sorprenden de este pequeño mundo catalán es la importancia que aún se da a los orígenes familiares, a las familias ricas, y a las fortunas. Cuanto más a la izquierda nos vamos más me encuentro gente absolutamente obsesionada con todo esto, por la misma paradoja que nos muestra que no hay nadie más fascinado con el capitalismo y con el dinero que los anticapitalistas. Cuanto más énfasis se debería hacer con el individuo y con su libertad, en su talento y en sus posibilidades de abrirse camino, más se habla de familias, contactos, tramas oscuras, lazos sórdidos y paranoias de todos los colores. Se llenan la boca de libertad y de justicia, pero tienen una concepción bastante tribal del funcionamiento de todas las cosas.

Por eso a mí no me sorprende nada el asunto de los espías. El espionaje político, como nos descubrió Balzac a Un asunto tenebroso , nació en el momento en que el entonces ministro de la policía de Napoleón, Fouché, quiso dominar todo el flujo de información que corría por las entrañas de Francia. Fouché sabía que los aristócratas monárquicos que lo habían perdido todo-incluso la cabeza -con la Revolución estaban tramando un retorno armado hacia París-, todo para implantar de nuevo la vieja monarquía.

Dominar las componendas, saber qué se tramaba al otro lado de la frontera o dentro de los sótanos de los grandes palacios incendiados, aclarar cuáles políticos del régimen actual estaban pactando cuál sería su situación con el cambio inminente si se atrevían a mover los hilos para hacer caer el orden postrevolucionario, todo ello significaba adelantarse al enemigo, haber leído su mente y encontrarse en condiciones de hacerle frente (o de pactar con él para quedar salvado con el cambio de régimen, como hizo Fouché).

Desde entonces que el poder ha dispuesto de centros de inteligencia, de espionaje más o menos sutil. Un conjunto de señores que se dedican a buscar información de todas las maneras-legales e ilegales-, para tratar de velar por los intereses del régimen en cuestión. Un detalle: este pasado curso la Universidad de Barcelona ha creado el máster en análisis de inteligencia. Un buen profesional de este sector se encarga de hacer inferencias de futuro a partir de datos disponibles; de averiguar qué se cuece en el otro bando de oposición a las propias ambiciones.

España tiene servicios de inteligencia, y es muy normal que los use para velar por la integridad del territorio español. Por otra parte, el espionaje también sirve para adelantarse a los enemigos de la democracia, los conspiradores terroristas de uno u otro signo, y también es normal que se les espíe. Si Catalunya llega a ser un Estado independiente también deberá contar con servicios de inteligencia propios, digan lo que digan nuestros pacifistas filosóficos, precisamente porque el espionaje puede jugar un papel decisivo en el mantenimiento de la paz.

Que España nos espíe y mire averiguar información privilegiada no debería sorprendernos en absoluto: no se puede esperar otra cosa. Que los partidos catalanes, sin embargo, se peleen entre ellos tiene toda otra dimensión. Si un partido tiene sospechas sobre las prácticas corruptas de uno de sus miembros: ¿debería de espiar antes de pedirle aclaraciones? Es posible. Hay espionajes legítimos, como el que pasa por saber con quién come o cena aquél o el otro señor turbio. ¿Pero es lícita la búsqueda de información bruta para chantajear y acabar con la carrera política de un rival?

El resentimiento y el complejo de inferioridad de muchos vanidosos que acaban de hacerse con una mínima cuota de poder es un factor decisivo en el desencadenamiento de todo este espionaje de baja estofa. Temblad ante aquellos tontos que de un día para otro se ven con posibilidades de ejercer una mínima cuota de poder. Este conjunto de vanidosos y egoístas fascinados por el dinero y ‘las familias’ no deberían haber llegado a ningún cargo de responsabilidad. Como siempre ahora estamos pagando el cheque que firmamos con una excesiva alegría.

 

http://www.elsingulardigital.cat/cat/notices/2013/02/tenebres_catalanes_92931.php