Siria, Estado fallido sin soberanía

La toma de la ciudad de Alepo por las tropas del régimen del presidente sirio Bashar el Asad, a finales del mes de diciembre del año pasado, ayudó a probar que los rusos eran capaces de utilizar con éxito la fuerza mi­litar con fines políticos, a diferencia de lo que han hecho los estadounidenses. Pero si este éxito, sin duda, refuerza el mante­nimiento en el poder del presidente sirio, no resuelve la cuestión fundamental del futuro de Siria, ni pone sobre la mesa los medios necesarios para poner fin al conflicto que ha ensangrentado el país desde el año 2011.

Los rusos se enfrentan ahora a un punto muerto en Siria. El país está, de hecho, completamente destruido: casi el 70% de la población siria vive en la pobreza extrema, no puede satisfacer sus necesidades básicas; la tasa de desempleo del país se acerca al 60% de la población activa; la ­esperanza de vida ha retrocedido veinte años desde el comienzo de la revuelta armada y la guerra civil en el 2011; la mitad de los niños, la generación perdida, ya no acude a la escuela; el sistema de sanidad pública, en otro momento muy efectivo y un referente en todo Oriente Medio, se desmorona y ciertas enfermedades que habían desaparecido –como la tuberculosis, la fiebre tifoidea, el cólera y la poliomielitis– incluso han vuelto a aparecer; la mitad de la población ha tenido que desplazarse de manera forzosa y el número de muertos ha superado las 300.000 personas, a las que hay que añadir entre uno y dos millones de heridos. Gran parte de las clases dominantes y medias se han visto obligadas a huir del país. Siria, no hace mucho tiempo un país moderno, con unos servicios públicos en educación y sanidad muy eficientes, ha regresado prácticamente a la era preindustrial. En resumen, Rusia ha heredado la responsabilidad de un Estado fallido.

Si la oposición armada ya no es capaz de derrocar al presidente Bashar el Asad, este tampoco es ya capaz de poder recuperar el país. Estas tablas estratégicas –como se denominaría la situación si utilizáramos el lenguaje del ajedrez– no son tolerables para Moscú a largo plazo. Ciertamente, debido a la ausencia de operaciones terrestres masivas rusas, el esfuerzo militar es bastante asumible para Moscú. Las pérdidas humanas son limitadas y el coste de las operaciones aéreas está de momento bajo control.

Sin embargo, Rusia no puede permitirse el lujo de reconstruir la cáscara vacía en que se ha convertido Siria en la actualidad. Por tanto, es esencial hoy en día encontrar una salida que sólo puede ser política, de lo contrario Siria, que casi no produce nada, se convertirá en una carga cada vez más pesada de llevar para Rusia.

El presidente Bashar el Asad intenta presentarse como el garante de la soberanía de Siria, pero lo cierto es que no lo es en absoluto. A estas alturas del conflicto, su discurso nacionalista y patriótico ya no sobrevive a la prueba de los hechos. Quien es presentado como el dueño de Damasco no es amo de gran cosa más dentro de su propio país, y solamente se sostiene gracias al apoyo militar que le proporcionan Rusia e Irán. Dependiente de sus protectores, Siria ha estado y sigue estando bajo la tutela de Moscú y, todavía más, de Teherán. Ya no es por tanto un Estado soberano, sino un país satélite.

Irán ha consolidado mucho últimamente sus posiciones en Siria. Participa en la restauración de barrios de la capital e invierte mucho dinero en el país. Son los iraníes, específicamente los Guardianes de la Revolución, quienes tienen el peso político más importante en Damasco. Hizbulah, a pesar de haber sufrido unas pérdidas tan significativas que le han llevado a prohibir la mayor parte de los entierros públicos en Líbano, sigue involucrado en la salvaguarda de un gobierno aliado y que le resulta esencial para poder sobrevivir.

El presidente ruso, Vladímir Putin, no obtendrá beneficios de la toma de Alepo más que si esta victoria militar hace posible posteriormente una solución diplomática. ¿Puede implementarla dejando que el presidente El Asad continúe en el poder? Irán le apoya aún más firmemente que Rusia, que desea demostrar que el concepto de “cambio de régimen” exigido por Occidente no funciona.

¿Pretende Rusia una partición del poder entre los elementos del régimen sin el propio Bashar el Asad y toda la oposición sin los yihadistas? Esta es la única manera de evitar una somalización de Siria.

LA VANGUARDIA