¿Respeto por la diversidad lingüística? La discriminación de las lenguas en la UE

Intervención en el Parlamento Europeo (06/01/2016)

Reconstrucción (a posteriori) de la intervención que hice en el Parlamento Europeo el día 1 de junio de 2016, durante la audiencia ‘¿Respeto por la diversidad lingüística? La discriminación de las lenguas en la UE’, en representación de ELEN (Equality Language European Network).

Dice el historiador Yuval Noah Harari que, actualmente, el racismo ha sido reemplazado por lo que podemos llamar supremacismo cultural. La supuesta superioridad de unos grupos humanos sobre otros, ya no se expresa en términos de diferencias genéticas, sino que se atribuye a factores históricos. Muy a menudo, este sentimiento de superioridad se formula como supremacismo lingüístico: la idea de que algunos idiomas son intrínsecamente superiores a otros.

El lenguaje es una facultad humana. Probablemente es uno de los productos de la evolución de la que nuestra especie puede estar más legítimamente orgullosa. Si bien es cierto que muchas otras especies animales disponen de sistemas de comunicación (todos, ciertamente eficaces, y algunos, realmente complejos), no hay ninguno que sea comparable al lenguaje humano, con su capacidad para comunicar contenidos de gran complejidad, de evocar acontecimientos tanto presentes como pasados o futuros, o incluso imaginarios. Se trata de una capacidad realmente sofisticada, que nos permite comunicar con gran precisión todo tipo de contenidos, y que resulta extraordinariamente útil para regular la vida en sociedad, que es la forma en que todos los humanos vivimos.

El lenguaje es esta facultad, común a todos los humanos, y que se manifiesta en forma de miles de idiomas diferentes, todos los cuales son productos de la evolución de distintos grupos humanos. Todos, absolutamente todos, son perfectamente capaces de servir a todas y cada una de las funciones sociales que cualquier grupo humano necesita para sobrevivir, reproducirse y desarrollarse. Todas las lenguas del mundo, más de seis mil, según se calcula actualmente, son perfectamente útiles para hacerlo.

Es cierto que las lenguas de las tribus de cazadores y recolectores que pueblan la selva amazónica no disponen, más que probablemente, de expresiones para designar la fibra óptica de alta velocidad o los vuelos transoceánicos. Esto no quiere decir que no puedan crearlas, en el momento en que las necesiten. Sólo quiere decir que, ahora mismo, no han experimentado la necesidad de generarlas. Llegado el caso, también podrían hacer esa cosa tan inteligente que hacemos los hablantes de muchas otras lenguas, como es importarlas directamente del inglés.

Como el lenguaje es un producto de la evolución del cerebro humano, y todos los humanos somos esencialmente iguales, afirmar que unas lenguas son mejores que otras es exactamente lo mismo que decir que unos humanos son superiores a otros: puro y simple racismo.

Es evidente que estas ideas supremacistas no siempre se manifiestan con tanta crudeza. Al contrario, el recurso al eufemismo es probablemente una de las estrategias políticas más habitualmente usadas hoy en día. Los supremacistas actuales suelen usar más bien expresiones como ‘lenguas internacionales’, ‘de cultura’ o ‘globales’, que contraponen a las ‘locales’, ‘regionales’, o ‘minoritarias’; unos términos que les gustan mucho más que el brutal calificativo de idiomas ‘inferiores’, que es lo que realmente implican estas afirmaciones.

El supremacismo lingüístico se manifiesta con mucha claridad en dos grandes áreas, la legislación y las actitudes, que se complementan y retroalimentan con gran eficacia. Leyes y normas (como la constitucional española, que establece el deber ineludible de conocer el español, o los cientos de normas que hacen obligatorio su uso en múltiples ámbitos) proporcionan el escenario perfecto para la expresión de actitudes hostiles a las otras lenguas, aunque hayan alcanzado algún grado de oficialidad legal. A menudo estos idiomas, los que son oficiales, ‘pero menos’, son tratados como secundarios (útiles sólo para determinados temas, en ciertos lugares, o bajo circunstancias específicas), lo que implica que sus hablantes son tratados como inferiores, y que sus derechos son considerados de menor importancia, si no directamente prescindibles. Como ejemplo reciente, la política vasca Idoia Mendia ha declarado que vivir en euskera no es un derecho sino una opción estrictamente personal. ¿Diría lo mismo del derecho a vivir en español o en inglés? ¿O es sólo el derecho de los vascófonos lo que se transforma en opción estrictamente personal? ¿Humanos de primera y de segunda?

Como en otras esferas, las formas banales de esta ideología son seguramente las más peligrosas. No las que se expresan en forma de exabruptos abiertamente supremacistas, sino las que sencillamente integran el supremacismo lingüístico como un elemento de normalidad cotidiana.

Citaré un ejemplo. Donde yo vivo, el País Valenciano, actualmente una autonomía de España, situada al oeste de las islas Baleares, hay un requisito lingüístico exclusivo, sin el cual nadie puede trabajar en el sistema público de salud (ni en ningún otro sector de la administración pública): hay que saber del español. Si no lo sabes, no importa que seas un magnífico profesional de la medicina o la enfermería; no podrás trabajar en la sanidad pública. Como este es el único requisito imprescindible, los empleados públicos pueden, sin ningún inconveniente, ignorar la lengua propia del territorio (tal como establece el concepto la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos). Esto produce, entre otros, un efecto bien conocido por muchas familias valencianas que educan a sus hijos en valenciano: que las criaturas son tratadas como si fueran extranjeras, con los padres generalmente obligados a ejercer de traductores entre los hijos y el médico. Si esto sucediera con una sola criatura hispanohablante, que no fuera plenamente atendida en su lengua, se generaría un auténtico escándalo, y el médico sería, con toda probabilidad, expedientado. Pasa cada día con los chavales valencianoparlantes, y nadie mueve un dedo para remediarlo. Esto es supremacismo lingüístico: los derechos de unos niños (a ser atendidos en su idioma) son netamente superiores a los de otros, y la única diferencia es el idioma en el que los han educado sus familias.

El Comité Europeo Contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI), ya considera que la discriminación lingüística es una forma de racismo (directiva 7), y resultaría realmente difícil de explicar que la Unión Europea, que es capaz de elaborar e implementar normativas destinadas a la protección de especies vegetales o marinas, no fuera capaz de proteger su propia diversidad lingüística. Hay que recordar que las lenguas son simples constructos, lo que tiene auténtica existencia son los seres humanos que las hablan. Los que son discriminados, abusados y considerados inferiores son los hablantes de lenguas políticamente subordinadas. Y esta subordinación tiene causas políticas (militares, en última instancia), que no tienen nada que ver con ninguna superioridad intrínseca. El supremacismo lingüístico, también cuando se expresa en las formas más banales, es la forma que adoptan actualmente las ideologías racistas. Tiene todo el potencial destructivo y antisocial del racismo clásico, y debe ser combatido, por las instituciones y por las sociedades democráticas, con la misma contundencia con que se ha combatido (y se seguirá combatiendo) el racismo. Europa no se puede permitir un funcionamiento basado en la noción de que unos humanos puedan ser, de alguna manera, superiores a otros, y sujetos de más derechos, o de derechos más importantes.

Intervenció al Parlament Europeu (01/06/2016)