Regreso a Palmira

BEIRUT

En Palmira todavía no han reconstruido el gran arco triunfal de la larga calle de la columnata, destruido por los yihadistas durante su bárbara ocupación. Paseo en soledad entre sus columnas en las que antiguos próceres hicieron adosar repisas para exhibir sus estatuas.

La mítica reina Zenobia, la Cleopatra de Siria, les había pedido ayuda para erigir la monumental población. Notables, magistrados, capitanes, guías de caravanas posaron ante los artistas para esculpir sus imágenes. En el centro de la ciudad había cuatro colosales estatuas de granito ofrecidas por Alejandría representando divinidades y obeliscos.

En la primavera del 2016, el popular coronel sirio que todos llaman el Tigre liberó la ciudad tras una cruenta batalla con el Estado Islámico. Entonces pude visitar Palmira, en un convoy militar. El templo de Baal Shamin, el arco triunfal y varias torres funerarias habían sido dinamitadas por los bárbaros del islam. Todavía nadie ha podido repararlas.

Palmira sufrió menos destrucciones de lo que al principio se había temido, porque, como me contó el director general de antigüedades de Siria, los yihadistas estaban obsesionados en excavar bajo las ruinas “en busca de un tesoro de oro”. Hoy han sido borradas sus inscripciones en las escalinatas del templo de Bel, que rezaban “la victoria es de Alá”. Los bárbaros usaban algunos parajes de entre las ruinas para sus ejecuciones y como campo de entrenamiento de tiro.

Es difícil llegar a Palmira, en medio de este desierto providencial, si no se cuenta con autorizaciones militares para atravesar sus innumerables puestos de vigilancia. Veintiún días duró la batalla feroz en la que el ejército sirio tuvo que enfrentarse con aguerridos mercenarios del Estado Islámico, fortificados en cuevas y cavernas de rocosas colinas circundantes, forzando al ejército regular a adaptarse a la táctica de guerrillas. Sin ayuda del poderoso ejército ruso no hubiesen podido conquistar Tadmor, como se llama en árabe Palmira. Militares rusos continúan omnipresentes a lo largo de la carretera de Homs, con sus carros de combate y sus convoyes, sus aviones del vecino aeropuerto militar, que fue uno de los objetivos de los combates de hace dos años. Los soldados rusos se encargaron de limpiar la ciudad infestada de minas. En sus abandonados barrios hay inscripciones en ruso afirmando que no hay ningún peligro de explosión.

Recuerdo que en mi visita de hace dos años me llamó la atención que muchos soldados sirios no llevaban casco. Al preguntarle a un coronel de facción me contestó: “El casco preserva la vida pero limita los movimientos. No llevarlo es muestra de valentía”. La verdad es que, pese a sus penurias y carencias, se enfrentaron los soldados sirios con un enemigo bárbaro, cruel, muy bien pertrechado y con el desierto y las fronteras abiertas.

No se ve un alma en Palmira, tras el desahuciado hotel Zenobia, uno de los históricos hoteles de una época del Levante. El vecindario de unos 40.000 habitantes creció junto a las ruinas. No hace todavía muchas décadas que sus lugareños vivían en los templos; yo había visto en viajes de antaño vendedores que extendían tapices, kilims y enmohecidos puñales sobre capiteles y truncadas columnas.

El color de su piedra ocre es el mismo color del desierto. Su luz es la luz de Oriente. Sus palmeras enclaustradas por tapias de adobe dan vida a este árido paisaje. Hace cuatro mil años otras palmeras vieron el origen de su historia, de esta historia entre Oriente y Occidente, en una escala de la ruta de la seda, de las caravanas que traían de China, Persia o India mercancías que canjeaban en Egipto y en Fenicia. Su existencia se mantuvo en un equilibrio inestable entre los grandes imperios enemigos, el romano y el persa. Los romanos supieron granjearse a los notables de Palmira con prebendas y distinciones, pero en el año 106 ocuparon la metrópoli oriental y se apoderaron de sus riquezas.

Ahora hay vagos proyectos turísticos de construir una vía de tren que partiendo de China llegase a Palmira, y a través de otros tramos enlazase Alepo con Estambul, en un sueño de recrear aquella ruta de lo que fueran el Orient Express y el Taurus Express.

LA VANGUARDIA