¿Quién es más optimista?

¿Quién es más optimista: quien cree que es posible una reforma constitucional del Estado español para hacerlo verdaderamente federal, hasta el punto de hacer renunciar a los catalanes a sus aspiraciones soberanistas, o quien confía en que, tarde o temprano, Cataluña será independiente? Esta es otra de las grandes preguntas que explican cuáles son las verdaderas divisiones políticas -que no sociales- de nuestro país, y los tipos de intereses que las sostienen.

Ciertamente, hay otra alternativa probablemente más amplia y más secretamente defendida por las élites económicas y políticas: que ni lo uno ni lo otro son posibles y que, por tanto, lo mejor es quedarse en el ir tirando . Es decir, que la única manera de dejar de ser un soñador es acomodarse -¡con ilusión!, que decía aquél- al statu quo actual, aunque sea tan incierto e inestable que ni permite volver a la paz funeraria del autonomismo, ni permite mantenerse indefinidamente en el lodazal judicial en el que estamos empantanados.

Es, pues, en este marco donde hay que valorar el aterrizaje en Cataluña de la nueva ministra socialista de Política Territorial, Meritxell Batet. Efectivamente, de los mismos autores de la “estaban avisados” -para justificar el cierre de un Parlamento democrático, la suspensión del Gobierno legítimo y el encarcelamiento y exilio de sus miembros-, ahora la ministra amplía el guión diciendo que la solución pasa por una reforma “urgente, viable y deseable” de la Constitución española , con el fin de “renovar el pacto territorial de 1978”, dicho así, como quien ignora en qué condiciones de chantaje fue firmado.

Dejemos de lado el hecho de que, técnicamente, “reforma de la Constitución” y “urgencia” sea una contradicción en los términos. Y que “viable” y “deseable”, con las mayorías que hay en España, signifique “retroceso autonómico” y “recentralización”. La euforia por el estreno del cargo puede haber deslumbrado las expectativas de la ministra. Pero, en cambio, hay que tomar nota del par de ‘arrimadasadas’ que hacía en una entrevista a la prensa amiga, coincidiendo con la visita a la colonia. Primero, el reproche al Govern que ellos contribuyeron a arrebatar “de no representar todos los catalanes y catalanas hace mucho tiempo”. Y segundo, de dar crédito a “la degradación de una convivencia que era ejemplar”. Pero, sobre todo, me apunto que de este conflicto no se saldrá con un referéndum -“no se trata de votar”-, sino dialogando “en un clima de confianza y lealtades mutuas”, que, como mucho, se conseguiría acercando a los prisioneros políticos -la ministra lo vería “con buenos ojos”- y a los exiliados a prisiones catalanas. ¡La Madre de Dios!

De todo ello saco algunas conclusiones. Una, que España nunca tendrá nada que decir a la aspiración soberanista catalana, pacífica y democrática. Dos, que después de las experiencias pasadas -antiguas y recientes- es decepcionante observar la facilidad con que algunos vuelven a entrar en el círculo vicioso de una supuesta reforma del Estado en sentido federal. Vista la crítica al “tenemos prisa” procesista de doce años, ríanse ustedes de lo que puede suponer el círculo vicioso de una “urgente” reforma constitucional (y nótese la originalidad de no hablar de “bucle”, una palabra que Joan Coromines consideraba poco catalana “y que sería deseable eliminar por completo”).

Lo cierto es que la pregunta con la que comenzaba el artículo no se puede responder sólo en función del optimismo o el pesimismo de unos y otros, sino sobre todo de sus intereses y aspiraciones. Y de la santa paciencia de todos, claro.

ARA