Políticos simpáticos

The Economist dedica la portada de su último número a los esfuerzos que Alemania está haciendo para volverse un país simpático y atractivo. La América de Wall Street querría convertir la Unión Europea en una especie de parque temático dedicado a Hollywood y Sant Francisco y el semanario asegura que los alemanes, que son los yesmen de los Estados Unidos, se van volviendo cada día más “abiertos, más informales y más diversos.”

El rebote nacionalista que causan las políticas estéticas ya se ha visto con el Brexit, que no podría explicarse sin Tony Blair y la Gran Bretaña de diseño que promocionó, ideal para producir anuncios de Benetton. Algunos diarios de Madrid tratan de relacionar la liberación de Puigdemont con la herencia hitleriana. Pero el escollo más incómodo que Berlín tiene ahora mismo para acabar de superar las sombras del pasado es precisamente el Estado español.

A diferencia del resto de capitales europeas, Madrid no ha sido purgada por la historia. Las élites de la capital de España se vieron más favorecidas que diezmadas por los dramas bélicos del siglo XX. Así como el esclavismo y la segregación no han impedido nunca que Estados Unidos se presentara en el mundo como un faro de libertad, la tradición de dictaduras no impide tampoco al imperialismo español dar lecciones de democracia.

La herencia del franquismo campa a su aire en los círculos de poder que dan lecciones a los jueces europeos. El otro día los diarios recogían la carta que el portavoz del gobierno, Méndez de Vigo, firmó en 1976 a favor de la violencia de la extrema derecha, que intentaba erradicar a golpes de porra “las injurias a la patria y al rey”. Tampoco parece casualidad que la jueza que mantiene en prisión a los chicos de Altasu sea la que evitó la extradición de torturadores y cargos franquistas a Argentina.

Ahora que hay una cierta confusión en las fronteras entre el autoritarismo y la democracia, España intenta utilizar el conflicto con Catalunya para imponer su idea de libertad al continente. La facilismo y la amnesia que alimentaron la Transición tenían un referente magnífico en los discursos que forjaron la fama de la Unión Europea. Eso debe ayudar a explicar que las promesas de la globalización, como ha pasado con las promesas de la Transición, finalmente no se hayan cumplido.

Con el auge de Rusia y de China, y con el agravamiento de la crisis que sufre Estados Unidos desde la intervención en Iraq, Europa ha ido perdiendo margen para las imposturas. Alemania no puede avalar España sin exponer el continente a los fantasmas de su historia. En 1955 el Sarre celebró un referéndum y la misma reunificación de los alemanes fue sancionada por vías democráticas. Por más que sea un club de Estados, el derecho a la autodeterminación está en la base de la Unión Europea.

Puigdemont empieza a ver que Europa no actuará ni a favor ni en contra de Catalunya y procura ganar tiempo, aunque sea de forma torpe. Si el Parlamento decide investirlo nadie en Europa no se opondrá, excepto el Estado español. El caso catalán pone un espejo a la identidad europea de España y Alemania. Y Berlín no puede actuar contra el derecho a la autodeterminación sin minar su autoridad en el continente y la posición geopolítica de las repúblicas Bálticas.

Alemania ha hecho el trabajo de reparación histórica y, aunque sea por motivos identitarios, necesita marcar distancias con España. Igual que Franco no podía liderar la defensa de Occidente ante el comunismo, tampoco Madrid está en condiciones de representar ningún ejemplo democrático ante el autoritarismo. El panorama es más favorable a que no parece. Pero la mayoría de líderes catalanes no han superado el síndrome del político autonomista que se piensa que se astuto y sólo es un bicho que hace cabriolas dentro de la jaula.

La manifestación del domingo recordaba, en este sentido, a la que vivimos en 2010, que también cogió la clase política con el pie cambiado. Si entonces se intentó dar un carácter pro estatuto a la movilización, el domingo se trataba de darle un aire de unidad democrática que superara por elevación la idea de la independencia. Sin un gobierno autónomico que bendiga el 155, haciendo ver que lo combate, el independentismo continúa demasiado vivo y no hay manera de folklorizarlo.

Los intentos que algunos partidos y sindicatos hacen para hacerse los buenos y ser simpáticos con Madrid sólo generan discursos vacíos y nuevos espacios electorales. Cada día que Puigdemont consigue mantener la posición, el país está más cerca de favorecer el cambio de liderazgos y de mentalidad que haría falta para salir adelante. El problema más grave del independentismo es que no puedes asumir ninguna responsabilidad seria si no sabes de qué eres capaz, ni qué lugar puedes ocupar en el mundo.

Sólo una Europa que normalice el derecho a la autodeterminación podrá presentarse en la escena internacional con una idea renovada de la democracia, lo bastante independiente de la americana. En Europa las soluciones son más complicadas que en los Estados Unidos porque la historia también es más larga y dolorosa. Justamente por este motivo el conflicto catalán ofrece una oportunidad a los alemanes. Pero hace falta que haya políticos catalanes que se den cuenta de ello y lo defiendan con la suficiente determinación y gracia.

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