Poesía oral improvisada del Líbano

Ha muerto Zaglul Damur, el “pequeño ruiseñor”, gran poeta popular del zajal. Nunca hubiese creído que aquellas clases del profesor de literatura Juan Manuel Blecua en el patio de letras de la vieja universidad, en la década de los sesenta, se convirtiesen en lección viva. El zajal, este género poético fresco y espontáneo de la poesía arábigo andaluza que tanto influyó en la literatura española. Es en los pueblos de la montaña libanesa una forma vigente de poesía, la poesía en estado salvaje.

Damur es un pueblo cercano a Beirut en la orilla del mar, rodeado de huertos cuya hermosa fruta se exhibía en puestos ambulantes junto a la carretera que fuese salvajemente destruido al principio de la guerra de 1975 a 1990 por combatientes palestinos. Aquel episodio muy olvidado que precedió la venganza de los milicianos cristianos, apoyados por Israel, sobre los refugiados palestinos de Sabra y Chatila, ha sido evocado en el reciente filme El insulto.

Zaglul Damur popularizó tanto este género literario, que cuando yo era estudiante daba por muerto hasta que llegué al Líbano, que conseguía llenar campos de futbol de miles de personas que asistían a sus veladas de la palabra y de la rima. Formó su primer grupo de poetas y rapsodas y viajó por países de la America Latina, Venezuela, Argentina, Brasil, donde se establecieron numerosas colonias de sitriolialbaneses, entonces denominados “turcos” porque aun estaban bajo el Imperio Otomano, muy presentes en la literatura hispanoamericana, como en las novelas de García Márquez. La Unesco inscribió el zajal en la lista del patrimonio inmaterial, haciendo valer que “las justas poéticas sirven de válvula de escape de la seguridad, ayudan a resolver conflictos y reforzar la cohesión social”. La televisión y las redes sociales han ido mermando el poder de la palabra viva que es el zajal. Sus últimos cultivadores, como los contacuentos o hakawati, que yo todavía he visto actuar en la cafetería Al Nafura a los pies de la gran mezquita de los Omeyas de Damasco, son imagen de un Oriente que se desvanece.

Los cultivadores del zajal sentados en una mesa con algunas botellas de cerveza o arak, el aguardiente del país, un grupo de tres o cuatro artistas de las palabras eran capaces de retener durante horas un público ferviente. La palabra entonces se transformaba en espectáculo.

El zajal se improvisa siempre. El poeta popular debe componerlo siguiendo sus leyes rítmicas del verso. A veces surge con espontaneidad, otras es obra de una rebusca esforzada. Había concursos de zajal y los aficionados, animados por el arak, se prestaban a escoger el tema sobre el que tenían que ir recitando sin parar los versos. Las guerras libanesas dieron al traste con estas veladas en donde las improvisaciones surgían con la música del ritmo al son de la pandereta y el derbake o pequeño tambor, ante una mesita de platitos típicos, los entremeses del mezze local y los vasos de arak.

El zajal del Líbano tiene una tradición de seis siglos. Los montañeses lo ha conservado para cantar sus bodas, bautizos y fiestas, y los conventos e iglesias maronitas ayudaron a su supervivencia. No será inútil recordar en este punto el papel predominante que los cristianos libaneses desempeñaron en el renacimiento literario árabe, Nahda, de principio del siglo XX. Hace unos días en Santa Coloma de Farners, tierra de los poetas Espriu y Vinyoli, me sorprendió la velada de un grupo de amigos del Rafatori, en la que, un poco al estilo de las veladas del zajal, los participantes componían textos literarios o los improvisaban y encadenaban, en torno de un tema previsto como en aquel caso, el pulpo, muy tratado por Josep Pla. En la mesa no había ni arak ni mezze, pero sí botellas de vino y de cerveza, y los platos de la cena convenida. Se citan cada mes en el restaurante Agora, en la plaza de la iglesia parroquial, para divertirse con sus habilidades literarias, con espontaneidad, humor y elegancia acerca de una especialidad culinaria elegida. No pude dejar de contarles como era la práctica del zajal en Beirut. La descripción y peripecias de la fugaz vida del pulpo, hubiese podido ser también tema para los versificadores del Levante oriental. La cultura árabe sigue siendo cultura oral. Los árabes se embelesan por la palabra y profesan gran admiración al que con arte, la sabe emplear.

LA VANGUARDIA