Para ganar

Ahora que vivimos momentos de desasosiego político, y que la prisa por llegar a la independencia se puede convertir en impaciencia y provocar acciones precipitadas, es bueno volver al maestro Sun -también escrito Sunzi o Sun Tzu- y a su ‘El arte de la guerra’ (500 aC).

Escribe el maestro: “Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; descubrir la vulnerabilidad del adversario significa conocer a los otros. La invencibilidad está en uno mismo; la vulnerabilidad, en el adversario”. Y añade: “Los buenos guerreros toman posición en un terreno donde no puedan perder, y no pasan por alto las condiciones que hacen que sus adversarios puedan ser derrotados. En consecuencia, un ejército victorioso primero gana y luego entra en batalla; un ejército derrotado primero lucha e intenta alcanzar la victoria después. Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y los que no tienen planes premeditados”.

Prestemos atención en esta idea: “un ejército victorioso primero gana y luego entra en batalla”. Es decir, actuar sin una estrategia ganadora lleva a la derrota. Y es en esto en lo que pienso cada vez que oigo hablar, entre otras fantasías, de acciones tan inútiles como la de exigir que se abran las puertas de las cárceles para liberar a los rehenes y defenderlos con una revuelta popular.

Para empezar, el Gobierno no tiene las llaves de unas cárceles custodiadas por unos Mossos que siguen instrucciones judiciales y que sería con quien primero se habría de enfrentar, poniéndolos en un riesgo difícil de asumir como cuerpo y también individualmente. En segundo lugar, los encarcelados difícilmente querrían salir para convertirse en unos fugitivos de destino incierto. Tercero, no sabemos qué capacidad de respuesta se tendría a las veinticuatro horas ante la más que previsible respuesta policial y militar del Estado. Cuarto: ante una acción de este tipo, ¿qué merma de apoyo popular tendría el independentismo moderado, que es el mayoritario? Y, finalmente, se perdería toda la legitimidad internacional tan costosamente acumulada hasta ahora. Total: un gran ridículo.

Si el principal error del 1 de octubre pasado fue no valorar suficientemente bien hasta dónde era capaz de llegar al adversario, es decir, no se analizó bien su vulnerabilidad, desde entonces parece que el independentismo más impaciente no sabe reconocer cuáles son las propias debilidades ni ha entendido que el control de los tiempos es imprescindible. Y esto no va de ampliar la base, sino de saber definir una estrategia invencible, aprovechando las vulnerabilidades del adversario, que las tiene, y muchas. Ahora bien: la estrategia, en un combate de esta naturaleza, no puede venir definida por lo que de manera simple y demagógica llamamos “la gente” o “el pueblo”. Primero, porque “el pueblo” -afortunadamente- no es un todo uniforme sino diverso. Y segundo, porque la inteligencia necesaria para tener una estrategia vencedora, en un combate que se quiere democrático, la debe demostrar quien ha ganado las elecciones.

Contraponer el pueblo sabio y valiente a los políticos corruptos y cobardes es el fundamento de todo populismo, que es la última cosa que necesita al independentismo. Y poco acostumbrados, históricamente, a grandes batallas -y menos a ganarlas-, nuestra indisciplina a menudo nos hace parecer un ejército de generales, todos dispuestos a mandar y pocos a obedecer. Y esto ya no lo dice Sunzi sino yo mismo: imaginar batallas cuya victoria no es segura sólo serviría para hacer héroes y mártires caídos en combate.

Entiendo que para los que queremos llegar a la independencia por vías pacíficas y democráticas, el lenguaje bélico puede resultar incómodo. Pero podemos estar de acuerdo en que, en cualquier caso, estamos en una ‘guerra’ entre instituciones políticas, en un combate de relatos entre verdades y mentiras, embestidos por un sistema judicial con rehenes, con movilizaciones en la calle y en una lucha de legitimidades internacionales.

ARA