¿Otra transición sin ruptura?

Esquerra Republicana de Cataluña ha hecho público el borrador de ponencia política para su conferencia nacional de 2018. Se trata de un buen documento, muy recomendable de leer íntegramente. El texto va mucho más allá de definir la estrategia que se quiere seguir para llegar a la independencia, aunque, por razones obvias, sea lo único de lo que se ha hablado. A estas alturas, no sé si algún otro partido está en condiciones de presentar un texto tan completo y consistente. Y como sólo es a ERC a quien corresponde decidir qué país propone a los catalanes, qué papel quiere tener, y sobre todo, cómo quiere hacerlo, sería absurdo que desde posiciones externas al partido como la mía se le dijera qué debería hacer o dejar de hacer. En cambio, me parece legítimo señalar algunas discrepancias en el análisis que hace de los hechos.

De entrada coincido en la insistencia del documento en el carácter multilateral que debe tener el Proceso y en la necesidad de ampliar la base del independentismo. Pero discreparía del mismo si se entendiera que se quiere marcar distancias con una supuesta unilateralidad previa, o que considera que no somos lo suficiente como para mantener el pulso con el Estado. El Proceso nunca ha querido ser unilateral, y siempre ha buscado el acuerdo con el Estado y el apoyo internacional. Tampoco las decisiones tomadas por mayoría en el Parlamento de Cataluña, como aprobar la ley del referéndum y convocarlo, se pueden considerar unilaterales sino resultado de un mandato popular y de la soberanía democrática del Parlamento. La unilateralidad sólo es atribuible a la respuesta del Estado.

En cuanto a la ampliación de la base, por una parte, hay que recordar que el apoyo al derecho a decidir era masivo, de cerca del 80 por ciento. Y el referéndum del 1-O respondía a esta voluntad, no sólo a la de los independentistas. Por otra, estoy seguro de que el logro de un mayor apoyo ya no depende de improbables alianzas con la izquierda que tiene el ojo puesto -y el culo alquilado- en objetivos políticos en España, sino de poder decidir el futuro de Cataluña en ausencia del actual marco de amenazas, coacciones y de represión. Es decir, los límites de nuestra mayoría ahora son resultado del juego sucio del adversario. En resumen: en estos puntos creo que el documento está contaminado por el relato enemigo.

En segundo lugar, es obvio que ERC piensa que la República Catalana será de izquierdas o no será. Y que la ideología de izquierda es condición necesaria para justificar cualquier objetivo nacional. Tampoco lo comparto. Esta perspectiva -que entendería en una lógica de competición electoral- le obliga a magnificar la distancia con el independentismo moderado y a exagerar su proximidad con la izquierda de matriz española. Así, por ejemplo, insiste en hablar del nacionalismo moderado como de un proyecto “burgués y elitista”. Y hace coincidir -erróneamente- el contexto de crisis como desencadenante tanto del 15-M como del soberanismo para sugerir -de manera muy muy forzada- una “confluencia ideológica y de proyecto”.

En tercero, y es el punto del que me siento más lejano, plantean la esperanza de que con una progresiva acumulación de fuerzas del independentismo de izquierdas y un progresivo debilitamiento del régimen del 78 se consiga que “Madrid dialogue de una vez con el soberanismo de cara a conseguir una salida a la escocesa para el conflicto político catalán”. Parece que se confía -que nadie se me enfade- en una vía a la República a través de una nueva transición sin ruptura. Y, desde mi punto de vista, si es que ganamos la independencia, conociendo el Estado español, no será con una transición pactada. Un modelo que, por otra parte, ya conocemos lo suficientemente bien cómo acaba.

ARA