Otra mirada a la Gran Guerra

Núm. 1797

El pasado 11 de noviembre los dirigentes de los Estados que provocaron y sufrieron la Gran Guerra, empezando por Francia y Alemania, conmemoraron el centenario del Día del Armisticio. Los discursos de Merkel y Macron apuntaron contra el “nacionalismo” porque tenían el ojo puesto por un lado en Trump (“America, first”), y por otro en sus competidores de extrema derecha, Alternativa por Alemania y el Frente Nacional.

Tener unos adversarios tan groseramente ultras permitió a estos líderes europeos pasar por encima de su propio nacionalismo de Estado, Y de paso omitir también todas las contradicciones de aquel armisticio de 1918. La primera y más evidente, que se hizo sobre unas bases que llevarían a una segunda guerra a los veinte años. La segunda, que el nacionalismo de Estado (aunque lo llamen “patriotismo”, como hizo Macron) arrastró y anuló la única fuerza que planteaba la paz y la fraternidad como prioridades: el internacionalismo obrero, que se dividió y provocó que los partidos socialdemócratas de cada uno de los Estados permitieran que millones de trabajadores se masacraran entre ellos. La tercera, que esta apoteosis de los Estados nación capitalistas llevó a una situación de crisis de la que surgieron luchas que prefiguraban un mundo nuevo basado en la autodeterminación de los pueblos y en el internacionalismo: principalmente, las dos revoluciones rusas, pero también la alemana y la guerra por la independencia irlandesa.

La Revolución rusa de febrero de 1917 tuvo su origen en las huelgas y protestas en Petrogrado, organizadas por una sociedad que ya estaba harta de soportar los esfuerzos de guerra. La clase trabajadora se organizaría en asambleas, los soviets, como ya había pasado en 1905 en un mismo contexto revolucionario ligado al malestar por la guerra ruso-japonesa. Los soviets suponían una manera nueva de participación democrática directa, y a partir de la revolución de febrero fueron un espacio de poder político como lo era el gobierno provisional.

Si se produjo una segunda revolución rusa aquel 1917, la de octubre, fue precisamente por la incapacidad del Gobierno Provisional de dar respuesta a las demandas populares, que los bolcheviques habían sintetizado en “paz, tierra y pan”. El poder que surgiría de la Revolución de Octubre tendría estas prioridades, y por esta razón pocos meses después se firmó la paz con Alemania en Brest-Litovsk. El gobierno revolucionario también llevó a la práctica las ideas de Lenin sobre la autodeterminación de los pueblos, e igualmente tuvo un papel precursor en la descolonización, organizando el Primer Congreso de los Pueblos del Este, en Bakú en 1920. En cuanto el feminismo, la Rusia soviética también fue pionera en conquista de derechos para las mujeres. No podemos alargarnos en este artículo explicando todas las repercusiones del Octubre Rojo y cómo el comunismo fue una de las fuerzas de cambio más potentes y esperanzadoras a partir de ese momento. Apuntamos sólo que este largo camino comenzó fruto de los desastres de la Gran Guerra.

Allí donde no pudo triunfar la revolución fue en Alemania. A principios de 1918, Berlín vivió la huelga y las manifestaciones de los trabajadores que pedían la paz, y que empezaron a formar consejos obreros a imagen de los soviets. En noviembre, la revuelta de los marineros de Kiel iniciaba una revolución en la que también se formarían consejos de soldados, hastiados por la guerra. La revolución alemana fue ahogada por los líderes mismos de la socialdemocracia que, como en el inicio de la Gran Guerra, actuaron de puntal fundamental del sistema. Quién sabe cómo se habría vuelto Europa si hubiera triunfado aquella revolución.

Estas dos revoluciones están directamente asociadas al desastre de la guerra. Pero es menos conocida la relación que guarda con ella la lucha por la independencia de Irlanda. El republicanismo irlandés vio la oportunidad de torcer el Imperio británico precisamente porque se encontraba atrapado en la guerra. Esto, añadido a las importantes movilizaciones de los trabajadores irlandeses contra el reclutamiento, fue el contexto que llevó al levantamiento de Pascua en abril de 1916. Seis años después, la lucha consiguió parcialmente sus objetivos: la República no, pero sí un Estado libre, si bien sin las transformaciones sociales como las que habría impulsado James Connolly, el dirigente socialista e independentista por quien Lenin sentía gran admiración, ejecutado en 1916.

La mejor conmemoración del final de la Gran Guerra sería el homenaje a los que convirtieron su sufrimiento en energía para hacer nacer un mundo nuevo. Homenaje a las revoluciones de hace cien años, que querían un mundo basado en la paz, la autodeterminación de los pueblos, la solidaridad internacional y las políticas económicas al servicio de la gente y no de las oligarquías.

EL TEMPS