No son sólo los jueces

Siempre he pensado que la mejor manera de aclarar cualquier tema consiste en situarlo en el terreno del juego internacional. Ya estemos hablando de hábitos o de productos de consumo. A menudo uno piensa que todo es como lo que le rodea. Hasta que va y compara. La internacionalización es una de las mejores cosas que pueden tener lugar. No para convertirse en uno de nuestros progres. Hablo de aquellos que te consideran un provinciano si no te gusta el desbarajuste de la Ciudad Vieja o del Raval. O que te acusan de carca si no utilizas pinzas de depilación para cocinar. No me refiero a eso, ya me entienden. Hablo de la internacionalización que te obliga a descubrir por qué muchos otros son diferentes. A tomar en consideración cosas en las que no habías pensado. Aquella que, de paso, y sorprendentemente, te fuerza a reafirmar las propias raíces desde una posición de pura responsabildad intelectual –si cada uno no defiende lo que le es propio, el mundo llegaría a ser monocromo.

Por eso encuentro francamente estimulante la nueva ubicación a donde ha ido a parar la discusión del proceso independentista catalán. Y más allá de las extradiciones que puedan tener lugar, el hecho ha servido para destapar, en mi opinión, tres hechos trascendentales.

Miedo a un poder judicial enloquecido y ebrio de prevaricación.

Desde el principio me ha sorprendido la falta de agresividad profesional que demuestran los abogados encargados de defender a los presos políticos y al resto de imputados. No lo entendía. Pensé que se trataba de una actuación profesional habitual. No. No era eso. Simplemente tienen miedo. Cuando observé el comportamiento de los abogados británico y alemán que se encargan, respectivamente, de la defensa de la consejera Ponsatí y del presidente, me di cuenta de este grave hecho. Observen que aquellos abogados actúan con total soltura. Amenazan con recursos, con acciones legales posteriores, etc. Y lo hacen de manera verbalmente fuerte, sin cortarse. No es el caso español. Observen que, aquí, sólo hablan con claridad los miembros de la judicatura ya jubilados, o eméritos, o profesores y catedráticos, etc. Todos aquellos que ya no pueden recibir represalias profesionales por parte del poder judicial español. El resto del sector actúa con la boca pequeña, como pidiendo perdón. Y es que tienen miedo. No directo, de ir a la cárcel -una posibilidad que siempre existe-. Hablo de otro miedo. Temen la reacción judicial en su trabajo diario, sobre otros casos que están llevando, otros clientes… Están aterrorizados por la posible venganza de un poder judicial desbocado y sin reglas.

Periodismo profesional significa coraje.

Creo que la etapa de hablar de medios de comunicación manipuladores debería pasar a mejor vida. El hecho de que los empleados de ‘El Periódico’, por ejemplo, estén dispuestos a ir a la huelga por un ERE pero no como protesta por la manera como informa el diario ya dice bastante. Mejor hablar de “periodismo no profesional”. Pues bien. Nos ha sorprendido a todos la reacción del periodismo profesional extranjero en comparación con el español, que incluye buena parte del catalán. ¿No es triste? Ya lo razone en un artículo anterior. Se puede llegar a entender el miedo. Pero no se justifica. Cuando el asado en la mesa pasa por delante de la deontología, estamos en situación de peligro. Sobre todo cuando se trata de instituciones que conforman la raíz de la democracia misma, como es la prensa libre. Lo siento, no valen excusas.

Culturilla de culo alquilado.

Este hecho no ha constituido una sorpresa, al menos para mí. Detecté hace tiempo que en España hay pocos intelectuales -tampoco en Cataluña-. Perdón, preciso: se pueden contar con los dedos de una mano. Si, como se hace equivocadamente, definimos el colectivo “cultural” añadiendo, además, a miembros de la farándula (cantantes progres, supuestos “juglares”, actores de habla hispana que ni siquiera saben adaptar el acento local del país, como sí lo hacen los actores anglosajones con el inglés, etc.), la internacionalización del Proceso nos destapa un panorama local penoso -lastimoso en Cataluña, especialmente-. Ahora callan todos aquellos que en la época de la dictadura montaban un follón, incluso, cuando en Sudamérica (el trozo importante de su mercado) alguien pisaba el dedo meñique de un obrero en huelga. Son todos ellos progres vividores de un mercado hispano poco exigente democráticamente -y, por tanto, pobre culturalmente-. Sería bueno que nos diéramos cuenta, definitivamente, que ya eran farsantes en la época de Franco.

Epílogo.

Ya ven. La internacionalización nos permite descubrir muchas cosas. En el ámbito intelectual, pero también en el mundo práctico. Se nos ha facilitado mucho el trabajo. Ahora nuestros hijos pueden comprender, de manera evidente, por qué Franco murió en la cama.

ARA