‘Miracula et mirabilia’

En las épocas convulsas e inciertas, inmediatamente antes de un gran cambio, la gente suele ver cosas raras, señales en el cielo, signos inquietantes. Todo guion necesita un escenario adecuado. En la Edad Media y el Renacimiento existía la expresión miracula et mirabilia para referirse a estos mensajes providenciales de difícil interpretación. Antes de que destronar un rey o envenenar un papa, antes de una epidemia mortífera o de una guerra, el sol solía volverse rojo, o quizás llovían ranas, o las estatuas lloraban… Hace sólo 40 años, la muerte de Franco fue acompañada de miles de personas que afirmaban que habían visto ovnis, otros que reconocían su propia tía en una de las caras de Bélmez y algunos que habían doblado cucharas sólo con la fuerza de su mente, delante de la tele, cuando José María Íñigo invitó aquel entrañable farsante llamado Uri Geller. La idealización de la Transición española hace que ese clima de ignorancia petulante y de irracionalidad subdesarrollada se oculte púdicamente, pero es apenas la que presidió el proceso. Pensé la semana pasada mientras se iban sucediendo los milagros y las maravillas, a menudo de alcance cósmico: un rayo impresionante cayendo en la basílica de San Pedro, unas horas después de que Benedicto XVI renunciara a continuar su pontificado, un asteroide que pasaba peligrosamente cerca de la Tierra, y los fragmentos de un meteorito que habrían podido causar un gran desastre en Rusia… Todo guion, ahora y siempre, necesita el atrezzo correspondiente. Lástima que los típicos rumores que la NASA expande desde el final de la Guerra Fría para llamar la atención y autorreivindicar a (“Hemos encontrado agua en la Luna”, etc.) Sean en estos momentos demasiado previsibles.

Estamos haciendo lo que mandan estos tiempos oscuros: nos sentimos casi obligados a ver cosas raras, señales de procedencia incierta, signos inquietantes, voces que parece que lleguen muy lejos. Abrumados por una crisis económica que ni siquiera habíamos considerado como posibilidad real, necesitamos mensajes sencillos y profetas que ni siquiera hagan oraciones subordinadas. Cosas directos y crudas, sin matices, que nos ayuden a transitar por la oscuridad. En este contexto enrarecido, la semana pasada observé también la proliferación de mensajes peligrosamente esquemáticos, más propios de una sociedad desesperada que crítica y realmente consciente de la naturaleza de sus propios problemas. De momento, todo ello sólo ha llevado a la microdemagogia y al erotismo narcisista que fomentan los primeros planos fotográficos. El terreno, sin embargo, ya está abonado para discursos cada vez más simplistas, como los que reflejan la vieja lucha del Bien contra el Mal en los espectáculos de títeres. En un escenario tan vistoso, entre miracula et mirabilia , contemplaremos la regeneración del sistema gracias a tres o cuatro consignas que se puedan corear por la calle. Y correrán ríos de leche y miel, y el león yacerá con el cordero.

En nombre del rechazo a la corrupción política estamos renunciando a la misma política. Es como si para manifestar que hemos encontrado la sopa demasiado salada optáramos por dejar de comer cualquier cosa, para siempre. El negocio, en mi opinión, no sería muy claro. Vivimos tiempos extraños y confusos en todos los sentidos, pero no son más extraños y confusos que los que nos trajo la crisis económica, fin de un sistema político y cambio cultural profundo en los años setenta. Por pura casualidad, la crisis del petróleo, la muerte de Franco y la psicodelia llegaron cogidos del brazo: una mezcla indigerible. Ahora, en otro contexto, se han reunido unas circunstancias que también han dado lugar a una tormenta perfecta. Lo interesante sería no hacer el ridículo como entonces, a base de saber detectar los nuevos Uri Geller que doblan cucharas cuando nosotros miramos hacia otro lugar. Los corruptos dan asco, pero los oportunistas dan miedo.

Entiendo que reivindicar la acción política en medio de este lodazal puede parecer ahora mismo una broma de mal gusto. Entiendo también que reclamar racionalidad en un contexto de desesperación puede ser mal interpretado. En todo caso, y quizás porque tengo demasiado presentes las amargas lecciones de la centuria pasada, creo firmemente que, cuando el descrédito de las instituciones no va acompañado de una alternativa constructiva, las consecuencias suelen ser catastróficas. Hemos visto grandes miracula et mirabilia , y más que veremos, pero no nos deberíamos dejar impresionar con tanta facilidad. La superación de una situación como la que vivimos exige una cierta flema, que aquí siempre ha sido un bien escaso.

 

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