Mentalidad autoritaria

La culpabilización de la violencia en la víctima y no en el victimario es un clásico componente de la mentalidad autoritaria. Pascal Bruckner, en su ya clásico ensayo ‘La tentación de la inocencia’, nos advirtió que en el futuro el victimismo sería la verdadera ideología de fondo de muchas corrientes políticas, y que tomaría su turbia dimensión habitual tanto tras los nacionalismos como en los socialismos y los conservadurismos.

España se siente víctima de Cataluña, ahora mismo, se siente violentada por el simple cuestionamiento de la soberanía nacional que los catalanes hicieron durante el 1-O y los días posteriores. Y cuando uno se siente víctima, además de sentirse moralmente superior, se siente amparado para emprender todo tipo de venganzas y manipulaciones. Sólo así se explica la locura del juez Llarena, que escribe los autos en primera persona del plural, usando un ‘nosotros’ jurídicamente muy inadecuado -que además pone en peligro toda la causa-, pero que nos evidencia el fondo del problema: estamos ante una cuestión personal, como también lo hizo evidente la vicepresidenta Soraya Sáez, con su festival de muecas e improperios en el congreso reciente del PP. Llarena se dirige a los jueces alemanes en términos victimistas, no jurídicos: “¿Qué haríais vosotros si alguien hubiera querido romper la unidad de Alemania, eh?”. Hace evidente así que aquí no estamos ante un procedimiento reglado, porque qué haría aquí un juez u otro no es el problema. En derecho, el problema siempre es: ¿Qué se puede hacer? ¿Qué ley me ampara? ¿Qué puedo demostrar? Por no hablar del papel de fiscal acusador que está cogiendo este juez excesivamente motivado, como si la sentencia estuviera ya escrita y se tuviera que encargar él mismo de nutrirla de hechos que le den la razón -forzando al ministro Montoro a mostrar documentos que no existen-.

Esta gente se ha sentido herida en su amor propio: el Estado español es suyo, y cuestionarlo es herirlos; han sentido la secesión como una probatura de mutilación física, en las propias carnes; se sienten ofendidos y humillados -por eso magnifican tanto cualquier tipo de agravio-, y no hay que ser Dostoievski para saber que esto los hace muy peligrosos… El estado de derecho será a partir de ahora sólo la vestidura, la máscara con la que se querrá disimular y envolver un ansia primitiva de controlar, castigar y humillar al rival político, de cara a la historia (“nosotros salvamos España”) y a las masas (“votadnos”). Acaban de darse cuenta de que España es vulnerable, y que tal vez una independencia se puede conseguir así en el contexto de la UE.

Hay una inmadurez emocional que tiene una dimensión política muy extendida, tanto como esta descortesía y mala baba que rodea a los políticos españoles, o la idea de la necesidad de un cambio masivo y contundente para arreglar los grandes problemas que nos rodean, o la idea de no encarar los errores propios, porque no hay que martirizarse o desmotivar a los adeptos. Hablo de la postura según la cual quien no está de acuerdo con las ideas políticas de uno no es una persona normal, porque sólo nosotros tenemos el sentido común y sabemos delimitar perfectamente la línea de la verdad. Quien piensa así reduce el otro a un estado mental inferior, lo deshumaniza, y justifica en su contra cualquier ofensiva.

El problema de Cataluña es el problema de la cultura política española, que ha pretendido así como así pasar de ser una dictadura burda a una democracia perfectamente normalizada, sin hacer la limpieza de fondo que una democracia necesita para funcionar con decencia y no ser una demagogia, por decirlo como Sócrates, que sabía que la democracia sin votantes cultos es una farsa y otro camino hacia el abuso. La universidad, los periódicos, las televisiones, por no hablar de la judicatura o la policía… Hasta que todo esto cambie no podemos esperar que tengamos una democracia saneada y capaz de afrontar sobriamente los problemas de todos.

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