Masones en tierras del islam

El embajador que había sido propuesto por el gobierno libanés al Vaticano no obtuvo el plácet porque era masón, por lo que el diplomático sugirió que lo enviasen a Washington. Leí esta rara noticia en un diario local. La masonería es uno de los grandes tabúes de la sociedad árabe, aunque en Beirut no es difícil conocer gente que hable con discreción de la secta y que sepa algunos nombres de sus miembros.

¡Sí, hay masones musulmanes tanto en el Mashreq como en el Magreb! La masonería llegó a tierras del islam en el siglo XIX, tras la invasión de Egipto por Napoleón, con la colonización británica y francesa a través de sus agentes, misioneros y diplomáticos. Son ante todo Líbano y Siria donde se organizaron las primeras logias a la sombra de la influencia europea, como consecuencia de los acuerdos de Sykes-Picot que configuraron un nuevo mapa oriental después de la derrota del imperio ­otomano.

En la historia moderna árabe, con el brote de Al Nahda, movimiento de renacimiento político y cultural, surgido de los grupos nacionalistas que se rebelaron contra el dominio de la Sublime Puerta, aparecen los primeros dirigentes, intelectuales y activistas que militan en la masonería. Aspiraban a la independencia, al progreso, a la modernidad de sus pueblos. Las promesas británicas de una gran nación árabe, los anhelos de libertad de libaneses y sirios, y las matanzas de 1980 de cristianos por los drusos en Líbano y Siria empujaron a estas élites, avanzadas en su tiempo.

Puede ser difícil entender cómo su doctrina y su práctica han atraído a personas de la comunidad islámica, antes y ahora. El famoso emir Abdelkader, que combatió a los franceses en Argel y después se refugio en Damasco, es el caso más relevante de esta conversión –o, para los musulmanes, esta traición–. Abdelkader, sufista, afirmó en 1865 que consideraba que la masonería era la primera institución del mundo. “Espero que sus principios harán vivir a todos los pueblos en paz y fraternidad”.

He visitado hace poco su tumba , en el santuario de Ben el Arabi, en el barrio damasceno de Salhiye. Un imán me explicó que sus restos fueron con toda pompa trasladados a Argel en 1963. Pero los libros sobre la masonería afirman sin ninguna duda que Abdelkader fue masón.

Es fácil entrever en las primeras décadas del siglo pasado, en el despertar árabe, la subterránea corriente masónica. En El Cairo por ejemplo, el propio rey Faruq, los primeros héroes independentistas como Sad Zaglul o el coronel Ahmad Orabi, un predecesor de Gamal Abdel Naser, formaron parte de la cofradía. Todos ellos eran musulmanes.

En Beirut, fueron masones indudablemente y en primer lugar personalidades cristianas, como el presidente Camil Chamoun e intelectuales como Charles Malek, que fue ministro y uno de los signatarios de la Carta de las Naciones Unidas; además, musulmanes suníes, como Riad al Solh, primer jefe del gobierno después de la independencia, con plaza y estatua en el centro de la ciudad.

En Siria, la minoría alauí ha sido un ámbito propicio donde ha fructificado esta organización secreta, y se ha especulado que incluso el rais Hafez el Asad, padre del actual presidente, comulgaba con la secta. A otro presidente anterior de la república, bajo mandato francés, Ahmad Nami Bey, de la rama suní del islam, o el recién fallecido mariscal Mustafa Tlas, ministro de Defensa, se les considera afiliados a las logias masónicas.

El que fue presidente de Túnez Habib Burguiba y el rey Husein de Jordania fueron masones. La lista puede extenderse hasta Irán con el primer ministro Amir Abas Hoveyda, asesinado por los revolucionarios del imán Jomeini, o Turquía, donde el sultán Murad V formó parte de una logia. Fueron musulmanes masones libaneses los primeros en denunciar “la enfermedad del islam”.

La revista Cahiers de l’Orient publicó un número dedicado a la masonería oriental. Entre sus aspiraciones destacan el fomento de la educación, la defensa de los derechos de la mujer, el control natal y la secularización. Los regímenes baasistas de Irak y Siria, enfrentados al radicalismo islámico desde mucho antes de la aparición de los yihadistas actuales, fueron un buen caldo de cultivo para los masones. En Siria hay una pujanza de esta corriente que postula que el islam se detenga en el año 622 de nuestra era y que se circunscriba a las “relaciones intimas del hombre con Dios”. La obra Nueva lectura del Corán, de Mohamed Chahrur, con trescientos mil ejemplares vendidos, ha influido a su expansión.

Como en otras regiones del mundo, son empresarios, abogados, médicos, intelectuales y profesores los que constituyen el grueso de sus militantes. Un vecino de Beirut me ha contado que conoce a algunos dentistas masones. En la gran sala de actos del Colegio Internacional de Beirut, fundado por misioneros protestantes, se pueden distinguir símbolos en la decoración de sus paredes.

El único ciudadano árabe masón de carne y hueso que conozco yo es un dentista sirio residente desde hace muchos años en un país del sur de Europa.

LA VANGUARDIA