Maoístas en el reino de Buda


Quiénes son y qué quieren los guerrilleros de Nepal

KATMANDÚ.- Las calles de Katmandú, abigarrado calidoscopio de etnias y tipos humanos, se apagan al atardecer en una inquieta carrera. En los bazares y arterias comerciales, artesanos y vendedores cierran sus puestos con precipitación. La oscuridad acaba, casi de repente, con otra jornada de colorista y bullicioso trajín. En apenas media hora, el agobiante caos de humos y bocinas del tráfico rodado, que mezcla peatones, bicicletas, coches y motocarros en angostas callejas, se extingue. Es entonces, con las sombras, cuando la presencia militar, inadvertida en medio del ajetreo diario, se hace perceptible y dominante.

Todos los accesos al valle, un universo congestionado contaminado y superpoblado que recibe, año tras año, un insostenible flujo de población huida de la inestabilidad rural, están fuertemente vigilados, al igual que los puntos neurálgicos de la ciudad. Eso, junto con la caída en picado del turismo, que antaño visitaba este paraíso del “trekking” a razón de medio millón de entradas al año, recuerda que Nepal, es un país en guerra civil en el que el gobierno, como ocurría en el Afganistán de Najibullah de finales de los ochenta, solo se siente seguro en las ciudades y en los puestos de control de las carreteras que las comunican.

Aprisionado entre los picos más altos y los estados más poblados del planeta, Nepal, un país de 25 millones de habitantes que ocupa el puesto numero doce por la cola entre los más pobres del mundo, es centro en el que convergen muchos intereses. El rey Gyanendra, acaba de dar un golpe de estado de incierta perspectiva que ha puesto entre paréntesis las libertades civiles, ganadas en 1990. En la capital no hay una atmósfera de miedo crudo, pero si de cierto temor y, sobre todo, de incertidumbre. Son raras las fuentes que aceptan divulgar su nombre. En el campo se libra una guerra civil que se ha cobrado 11.000 muertos y generado 2,5 millones de desplazados, el 10% de la población.

La proclama de 1996

En la tierra que vio nacer a Buda hace 2500 años, los problemas eran, sin embargo, inaplazables; 20% de campesinos sin tierra, 45% de la población viviendo por debajo del nivel de pobreza, malnutrición como principal problema sanitario, y analfabetismo entre más de la mitad de la población.

Los campesinos (80% de la población), las mujeres, los intocables (entre el 14% y el 25%, según las estimaciones) y las minorías étnicas (37%) no vieron mejorada su secular explotación y marginación de la vida social, ni perspectiva alguna de mejora. La monarquía, representada por Gyanendra, un personaje poco atractivo y desprestigiado por la oscura masacre de la familia real que le llevó al trono en el 2001, soñaba con un regreso al “Panchayat”, el sucedáneo de “democracia orgánica” del tradicionalismo absolutista de la dinastía Shah.

En 1996, el Partido Comunista de Nepal (maoísta), una de las múltiples escisiones comunistas presentó un programa de transformación social en una carta abierta al primer ministro, Sher Bahadur Deuba, y anunció que si el progama no se aplicaba, “nos veremos forzados a iniciar la “Janayuddha” (guerra popular) contra el actual poder establecido, el 17 de febrero”.

Nadie se tomó en serio el anuncio, ni se leyó el programa. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que todo lo que preocupaba a la mayoría social del país, estaba contenido en él: enfatizar la soberanía e independencia nacional frente a la influencia dominante de India, redactar una nueva constitución democrática, abolición de los privilegios de la familia real, secularización del estado, medidas contra la explotación patriarcal de la mujer, contra la discriminación por motivo de casta, condición social o procedencia étnica o regional, creación de un sistema de autonomías en aquellos distritos en los que las comunidades étnicas sean mayoría, igualdad de oportunidades para todas las lenguas nacionales, reforma agraria, suministro de agua y electricidad a todas las comunidades rurales, atención a los desprotegidos y acción contra la corrupción. Desde 1996, este programa político ha estado claramente en el centro del proyecto de transformación nepalí. Todo lo que plantea es hoy objeto de debate nacional.

Fuerza y límites de la guerrilla

“En Nepal”, observa el sociólogo Anup Paharí, “el mayor volumen de pensamiento en lo referente a la transformación del estado, la sociedad y la economía, no ha sido generado por el gobierno, sino por los líderes del movimiento maoísta”.

Pero no es solo una cuestión de ideas. Es también una cuestión de fuerza. La guerrilla, que en 1996 apenas tenía presencia en algunos distritos remotos del oeste del país, “controla” hoy la mitad del territorio nacional (ellos dicen que el 80%). El término “zona controlada” es relativo para ambas partes. “Solo significa, la ausencia de la otra parte”, dice un observador.

“No hay zonas en las que el otro no pueda entrar, pero tanto el ejército como la guerrilla tienen sus zonas”, explica otro.

En cualquier caso, el progreso territorial de la guerrilla es evidente; empezaron en el oeste del país, luego en el este y más tarde en el centro.

Su bloqueo de Katmandú tras el golpe real, entre el 13 y el 26 de febrero, se ha sentido con claridad a solo 15 kilómetros de la capital, comprometiendo sus suministros. Desde el año 2000 su potencia de fuego se ha puesto de manifiesto en audaces ataques al ejército y en ofensivas coordinadas, lo que en última instancia determinó varias negociaciones sobre alto el fuego y conversaciones de paz con el gobierno, todas ellas fallidas.

Al mismo tiempo, ni la guerrilla es suficientemente fuerte para hacerse con el control del país, ni el ejército, pese a los 20 millones de dólares en armas recibidas de Estados Unidos e Inglaterra y la ayuda de India, puede eliminarla. En las actuales condiciones, esa ayuda solo contribuye a incrementar la carnicería. Lo que Nepal necesita es un intermediario internacional capaz de organizar el diálogo. La ONU se ha ofrecido (y la guerrilla la acepta), al igual que varios gobiernos europeos y el Centro Carter, pero India ha dejado claro recientemente, en boca de su primer ministro, que no quiere “presencia de terceros” en Nepal…

La tercera carta de la guerrilla es el ejemplo: en sus zonas ha organizado una administración alternativa. En Katmandú son pocos quienes la han visto en directo, muchos hablan de oídas. Unos dicen que hay coerción y otros que hay buen gobierno, escuelas en lengua nacional y buena administración, pero todos hablan de ello con interés y respeto.

En la “zona libre”

“Estuve en Hapuri, en el distrito de Dang, era un lugar tranquilo y libre, con gente libre y pacífica”, explica una fuente de alto nivel, buena conocedora del medio guerrillero, pero no vinculada políticamente a el.

“Cuando preguntamos donde se habían ido los representantes del gobierno central, nos dijeron riendo que unos habían huido a Katmandú y otros a la capital del distrito”.

“En Rukum”, explica otra fuente, “la única presencia gubernamental se reducía a la guarnición militar en la capital del distrito, estaba rodeada de alambradas y a oscuras por falta de electricidad, solo en la zona maoísta había luz”. Otro observador explica que en Jumla, también en el oeste, “los maoístas nos dijeron que solo seis de los 27 pueblos del distrito estaban bajo control del gobierno, pero luego en el mercado nos enteramos que en esos seis los soldados no podían salir de sus cuarteles”.

La administración maoísta imparte justicia, celebra elecciones, promociona a las castas bajas, prohíbe el consumo de alcohol, recauda impuestos e impone un orden puritano. Las armas las obtiene del propio ejército que combate, mediante asaltos, o de contrabando desde la India, donde se dice que recibe cotizaciones entre los varios millones de trabajadores emigrantes. Hay también un “impuesto revolucionario” que, según el rumor, pagan no solo empresarios de las ciudades, sino hasta funcionarios del gobierno y de la policía…

Los informes de las organizaciones de derechos humanos dejan bien claras las responsabilidades de la guerrilla en violencias y abusos. De los 11.000 muertos registrados en el conflicto desde 1996, el 80% son civiles, estiman.

Al mismo tiempo, queda claro que ha sido el ejército el responsable de las mayores matanzas. Según la contabilidad del grupo de derechos humanos INSEC, entre noviembre del 2001 y diciembre del 2002, uno de los periodos más cruentos del conflicto, las víctimas del ejército (que raramente toma prisioneros) superaron a las de la guerrilla en una relación de cuatro a uno.

Perjudicados por la etiqueta

“El origen de la violencia en nuestro país no es la guerrilla, sino las condiciones de opresión y explotación que impone el sistema monárquico feudal”, responde airado un ex miembro del Comité Central del Partido Comunista maoísta, preguntado por los abusos atribuidos a la guerrilla.

Como imagen de marca, el maoísmo es, seguramente, la peor de las posibles en el mundo de hoy. En la izquierda occidental no hay seguramente doctrina más despreciada por dogmática, sectaria y primitiva que la maoísta. Asociada a los desastres del régimen “jmer” en Camboya, a los excesos de la China de los sesenta y setenta, o al peruano “Sendero Luminoso”, la alergia que evoca en la opinión pública progresista, no anda muy alejada de la merecida por el integrismo islámico. Ningún estado constituido alberga simpatías, abiertas o veladas, hacia un movimiento que se declare “maoísta”. En Asia, el gobierno de China, la patria de Mao, huye de guerrillas y de doctrinas niveladoras como de la peste y condena a muerte a los contrabandistas de armas que se atreven a intentar pasar armas desde Tibet, mientras que India combate guerrillas maoístas residuales en varios estados de la Unión.

Enemiga histórica de todo intento de emancipación socializante y huérfana de enemigos tras el fin de la “guerra fría”, la “comunidad internacional” (Washington) enarbola la bandera el “antiterrorismo”, por lo que tiene doble motivo para enfrentarse a la guerrilla nepalí. Así pues, ¿cual es el apoyo de los maoístas de Nepal?.

En primer lugar su propia sociedad, la mayoría campesina desposeída del país. Desprovisto de las connotaciones que pueda tener en otras latitudes, para un campesino nepalí, el “maoísmo” es, ante todo, una receta de nivelación. Para la mayoría discriminada o marginada por razones de etnia, sexo o casta, es también la única perspectiva de emancipación. Si en lugar de “maoísta”, la guerrilla se llamara “Frente de Liberación Nacional”, o algo por el estilo, sus posibilidades de éxito, en lo que se refiere a ser aceptados internacionalmente, serían, sin duda, mucho mayores, pero eso cambia poco la situación en las montañas de Nepal.

El diálogo es posible

En Katmandú, como en India, existe un sector instruido que anima una red de sociedad civil, a favor de la reforma democrática del país, entendida como acción por la nivelación social y contra la discriminación étnica, de casta o de sexo. Junto con los partidos políticos, ese sector era el polo más importante, entre la guerrilla y la monarquía, para lograr una salida negociada a la crisis. Tras el golpe del rey Gyanendra, ha quedado fuera de juego, cediendo terreno a los maoístas y a la derecha monárquica. El rey y sus nuevos viceministros no han mostrado la menor propensión al diálogo con la guerrilla, por lo que una escalada militar, de ambas partes, es el pronóstico a corto plazo.

Cuando se constate la inutilidad de esa escalada, “los partidos volverán a jugar un papel y se cerrará un compromiso en el que o bien el rey acepta la democracia constitucional, o se creará una alianza que incluya a la guerrilla para la proclamación de una república que elimine la monarquía”, augura una respetada figura de la izquierda en Katmandú.

Entre la “inteligentsia” de la capital nepalí el prestigio de la guerrilla va en aumento. “Su filosofía no es mala”, dice una activista feminista. “En su ejército, el 25% de la milicia está compuesta por mujeres, algo sin precedentes en la historia de este país”.

“Solo los maoístas tienen a todo el mosaico étnico integrado en su organización, otros partidos, aunque se digan de izquierdas en la práctica mezclan su filosofía marxista con el sistema de castas de forma muy sutil”, explica un líder de los “dalit” (intocables), según el cual, el 75% de los de su casta, “se sienten atraídos por los maoístas”. “Hemos oído que en sus zonas, promueven los derechos de las comunidades, el federalismo, y que hay menos opresión de castas, las cuestiones que ellos plantean son correctas”, dice.

“Su programa es bueno, atractivo para los pobres y los campesinos, sin duda es el mejor”, opina un joven periodista de la minoría newar. “Su propuesta de autonomías locales es sumamente atractiva y actual para las minorías étnicas”, insiste.

La fascinación por la guerrilla tiene un claro límite en este medio: la violencia. “A la gente no le gusta la violencia”. “La solución no puede ser militar”. “Sus métodos no son aceptables para el país”. “En este siglo, lo único que puede funcionar y que no es negociable es la democracia, la autocracia, sea en nombre de Mao o del rey, es inadmisible”, responde con contundencia el más claro apologeta de la guerrilla entre los entrevistados.

La sugerencia es que los maoístas sólo serán héroes en Nepal si contribuyen a algún tipo de nuevo acuerdo nacional. ¿Está la guerrilla preparada para el diálogo que ya fracasó en dos ocasiones?. ¿No son sus dirigentes unos fanáticos visionarios, fieles a lo que evoca en occidente la etiqueta ideológica que reclaman?.

“En absoluto”, responde una fuente que ha tratado directamente en varias ocasiones con Baburam Bhattarai, el ideólogo de la guerrilla, y Pushpakamal Dahal, alías “Prachanda”, el máximo líder. “Son gente educada, intelectuales brillantes”. Bhattarai, explica, “es muy inteligente, un hombre sensible y con gran memoria, con un doctorado universitario”. “Prachanda”, aun es mejor, dice. “En un encuentro no pude evitar decirle que a veces lloraba al pensar en las víctimas inocentes que este conflicto está ocasionando. El me respondió, “yo suelo llorar cada día”….. por eso tengo confianza en que este conflicto puede resolverse pacíficamente”.

Solo el tiempo dirá si aun hay oportunidad para el dialogo en la guerra civil del reino del Himalaya.