Malta, El deseado objeto del poder

La República de Malta está en el centro del Mediterráneo, al sur de Italia, al este de Túnez y al norte de Libia. Su situación en el punto de encuentro entre norte, sur, este y oeste ha hecho de ella una presa codiciada por todos los poderes que se han disputado el dominio del Mediterráneo y del mundo. Habitada desde hace más de 7.000 años, Malta ha sido invadida y ocupada por fenicios, griegos, romanos, visigodos, normandos, árabes, aragoneses, franceses, italianos y británicos. Fue independiente en 1964 y desde el 2004 es miembro de la Unión Europea. Actualmente tiene unos 400.000 habitantes.

Malta es un lugar ideal para cualquier viajero que ame revivir la historia. Por ejemplo, si se halla usted en La Valetta, la capital, y consigue un lugar a la sombra en la ciudad vieja, fuera del alcance de los numerosos grupos de turistas –principalmente ingleses– que buscan clima mediterráneo y cocina post-colonial, puede pensar en las aventuras del capitán Aubrey en El puerto de la traición, de Patrick O’Brian, o recordar la figura real de Jean Parisot de La Valette, gran maestre de la Orden de Malta (1494-1577), que fue quien dio nombre a la ciudad.

La historia de Malta está jalonada por destructivos terremotos y largos asedios. En 1565 fue atacada por un Ejército turco de 30.000 hombres y 160 galeras. La población local, encuadrada por los caballeros de Malta y al mando de La Valette, les hizo frente con éxito y los turcos tuvieron que retirarse, renunciando al control del Mediterráneo occidental. La derrota en Lepanto, siete años más tarde (1571) terminaría con las aspiraciones del imperio otomano en el mar. La Valette, por su parte, consiguió prestigio para su orden en toda Europa y un elogio auténticamente imperial de Felipe II: una espada con una leyenda grabada, Plus quam valor valet Valette («Valette vale más que el valor»). Sin embargo, el gran maestre –que durante el asedio turco tenía 70 años– murió antes de ver culminada la reconstrucción de la ciudad que llevaría su nombre.

Tal vez la dosis de Historia haya sido excesiva. Si es así, puede intentar conseguir unos ricos pastizzi (unas empanadillas semejantes a los pastissets menorquines) o, si no los hay, probar a untar con tomates frescos una hogaza de fitra, el excelente pan local. Si tiene más hambre o mayores ambiciones gastronómicas, puede buscar un lugar donde practiquen la cocina tradicional y pedir, si es temporada, un delicioso estofado de conejo, el stuffat tal-fenek, plato nacional maltés de los días de fiesta.

Entretanto, Malta puede seducir también a los amantes del arte. Una breve excursión al oratorio de la iglesia conventual de San Juan en La Valetta permitirá ver dos de las mayores obras de Caravaggio expuestas allí: La decapitación de san Juan Bautista y san Jerónimo escribiendo. Los cuadros son maravillosos, pero las aventuras de Caravaggio en Malta fueron desafortunadas. Tras residir allí 15 meses tuvo que huir; había sido acusado de asesinato.

De las islas que forman el archipiélago maltés solo tres están habitadas: Malta, Gozo y Comino. Una excursión a Gozo permite ver los templos neolíticos, que están considerados los edificios más antiguos de Europa y que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad.

De regreso a La Valetta, podemos continuar con las rememoraciones históricas. A partir de 1814, Malta formó parte del Imperio británico y, dada su proximidad a Suez, fue una escala en la cadena de enclaves bajo dominio inglés en la ruta hacia la India. En la segunda guerra mundial, Malta volvió a cobrar importancia por su situación en medio de las rutas marítimas de alemanes e italianos, que controlaban casi todas las orillas del mar, y fue sometida a un duro bloqueo naval y a intensos bombardeos aéreos. Los malteses resistieron empecinadamente, igual que habían hecho contra los turcos cuatro siglos antes. Al final del conflicto, el rey Jorge VI otorgó a Malta la condecoración colectiva de la cruz de San Jorge, que figura todavía hoy en la bandera de la República.

Paraíso de jubilados

El largo vínculo colonial con el Reino Unido hizo de Malta el lugar favorito de los ingleses para pasar las vacaciones o para fijar su residencia después de retirarse. Esa predilección continua en la actualidad, aunque desde la entrada de Malta en la zona euro (en enero del 2008) el cambio monetario con la libra esterlina no es tan favorable. Hoy, los marineros ingleses francos de servicio que describe Patrick O’Brian han sido sustituidos por grupos de jubilados ingleses. La presencia británica en Malta terminó en 1974, con la clausura de la base naval inglesa y el cierre del cuartel general mediterráneo de la OTAN, que tenía su sede en la isla y la trasladó a Nápoles. En 1980, Malta adoptó una política de neutralidad, que consagra el título 3° de su Constitución.

Pese a los vientos de la Historia, Malta es todavía un tranquilo rincón mediterráneo, a pesar de que el turismo es la principal industria de la isla, junto con los servicios, y de que la intensa vida nocturna y la proliferación de pizzerías y establecimientos de comida rápida de origen norteamericano o mexicano da una idea del alcance de la globalización, que ha acentuado, si cabe, el cosmopolitismo de los isleños.

Las sugerencias históricas de las que puede gozar el visitante en Malta no terminan en el lejano asedio turco del siglo XVI, ni en las guerras napoleónicas, ni en los combates de la segunda guerra mundial, sino que se extienden hasta finales del siglo XX, porque fue en Malta donde terminó oficialmente la guerra fría entre EEUU y la Unión Soviética.

Los días 2 y 3 de diciembre de 1989, solo unas semanas después de la caída del muro de Berlín, Malta acogió una cumbre entre el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, y el presidente de Estados Unidos, George Bush (padre). El encuentro se celebró a bordo del crucero de pasajeros soviético Maxim Gorky, anclado en el puerto de Marsaxiokk, al este de la isla. La cumbre ha sido calificada por los historiadores como la reunión diplomática más importante desde la conferencia de Yalta de 1945 entre Roosevelt, Churchill y Stalin, al final de la segunda guerra mundial. Las leyendas describen a Bush y Gorbachov participando en arcanos rituales en la ciudadela de La Valetta, pero el hecho es que esos fueron días de tempestades y de muy mal tiempo, por lo que la reunión de los mandatarios de las dos superpotencias del siglo XX quedó para la posteridad como «la cumbre mareada» («the seasick Summit»).