Los riesgos del 1 de Octubre

Si el 1 de octubre del 2017 fue un día histórico o no, perdonen lo obvio, lo dirá la historia. Muchos catalanes trabajamos para que se convirtiera, convencidos de que ese día se produjo un perfecto encaje entre el liderazgo político del gobierno y la respuesta popular. Seguros, también, de que ese día libramos y ganamos una gran batalla a favor del derecho a la autodeterminación al Reino de España y a su aparato policial, jurídico y político. Y con la certeza de que ese día el mundo nos empezó a tomar en serio.

Pero, más allá de todas las victorias provisionales, el 1 de Octubre también abre todo un campo de incertidumbres y confusiones que, desde mi punto de vista, podrían convertirlo en mera anécdota o, peor, en la expresión de una nueva derrota. Y la primera de todas es la de caer en la tentación de mistificar el papel de lo que llamamos la gente, el pueblo o la calle, como si el referéndum sólo hubiera tenido un protagonista. Es cierto que el compromiso cívico de personas, organizaciones y empresas -y el riesgo de que comportaba-, sumado a la tremenda respuesta popular de ese día, hicieron que el referéndum fuera un gran éxito. Pero eso partía de una mayoría parlamentaria y una presidenta valiente, y de un gobierno cuyo presidente había proclamado “O referéndum, o referéndum” y luego lo había convocado. Y contaba con unos consejeros que habían garantizado la disponibilidad de los espacios públicos y una acción policial de los Mossos que, sin ignorar los mandatos judiciales, garantizara la seguridad de los ciudadanos. Sí, la gente, la calle, el pueblo, fueron necesarios, imprescindibles. Pero habrían sido insuficientes si no se hubiera contado con los partidos independentistas, el gobierno y las instituciones.

La segunda fuente de confusión radica en la correcta comprensión de eslóganes como “Somos república” o “Hagamos república”, que deriva de los también confusos días posteriores de aquel octubre. Mi teoría es que en este país, a falta de poder real, siempre se ha hecho siguiendo el método del “como si”. Es decir, anticipando con la voluntad las realidades que no pasan de ser un deseo. Como ahora. Obviamente, Cataluña no es una República independiente. En esto, nadie se ha de engañar. Pero ya empezamos a actuar “como si” lo fuéramos. Hemos roto emocionalmente con la monarquía española. Se va extendiendo la conciencia de un marco de convivencia guiado por valores republicanos. Pronto el Foro Cívico, Social y Constituyente dibujará sus bases. Nos vamos autocentrando mentalmente, y los aquí y los nosotros son cada vez más precisos. Nuestra mirada al mundo es cada vez más directa y pasa menos por Madrid y -de momento- más por Waterloo. Y la represión contra nuestros dirigentes cívicos y políticos señala cada día con más claridad quiénes son los enemigos de la República que estamos haciendo.

En tercer lugar, tengo la sospecha de que la enorme fuerza que con el 1 de Octubre adquirieron nuestras razones democráticas y pacíficas, podrían hacernos creer que son suficientes para llevarnos a la victoria final. Sin embargo, creo que nos falta más inteligencia estratégica, más cálculo frío, más capacidad para recuperar la iniciativa y para determinar los tiempos de nuestros desafíos. Y nos sobra corazón -o cabeza- caliente, movilización espontánea y respuesta reactiva a las provocaciones del adversario. Nos sobra exaltación y nos falta astucia y cálculo sobre las posibles consecuencias no queridas o no previstas de acciones que, por dignas y justificadas que sean, tienen un resultado dudoso en esta feroz guerra de relatos en la que estamos alistados.

En definitiva, mi opinión es que los días históricos los hacen los meses y años que los siguen. Creo que todavía no tenemos consolidado nuestro 1 de Octubre. Y pienso que nos lo tenemos que acabar de ganar con más inteligencia colectiva y más confianza mutua.

ARA