Los diputados

Aunque no tengamos listas abiertas, en las próximas elecciones los diputados que salgan de cada lista serán determinantes. Presumiblemente, será un parlamento que tendrá que pensar cómo hacer un referéndum, cómo obtener la legitimidad internacional y cómo reaccionar frente a cada estrategia, tanto la española, que irá mudando, como la de ciertos sectores de Cataluña, que irá emergiendo.

 

Empecemos por el final. La estrategia del PSC no creo que se deba sólo a la falta de talento, a la ceguera histórica o a la carencia de los mínimos principios democráticos. Sería subestimar el PSC, y hacerlo es un error. El PSC está apostando por el no, y si lo hace, más allá de sus electores cautivos, es porque cree que a medio plazo puede ser provechoso. Supongamos que todo sale mal: ¿quien recogerá la nueva centralidad? En Quebec fueron los autonomistas. Con la otra mano, supongo que deben estar pactando con los sectores que no quieren la independencia de ninguna manera, y que no se preocupan de las sutilezas de la metafísica democrática.

 

Ahora mismo, mientras tú lees esto, hay gente negociando con Madrid. Negociando algún tipo de cesión, tal vez un concierto económico, quizás una relación federal. Calculan que la suma de los que no quieren ningún cambio con los que quieren un poco más de autonomía pero no necesariamente un Estado propio, o confrontación, aunque sea justa y moderada, suman más que los que quieren la independencia y los que se sumarían a ella llegado el caso. Calculan que la independencia se juega en la vertiente emocional, y que si consiguen domeñar la respuesta airada de las instituciones españolas, muchos potenciales votantes del sí no querrán ni oír hablar del referéndum. Este es el marco mental con el que quieren jugar, y creen que si se impone, pueden sacar algo. En este contexto, Artur Mas muere de radicalidad, el sector convergente menos íntegro o más dependiente puede tomar el control, y el PSC vuelve a la centralidad. Hay quien cree que el escenario de crisis de Estado que hay es el de 1898, donde todo empieza porque todo se acaba, pero todos estos sectores, incluido el PSC, son hijos de otra fecha, el 1959, el momento en que el régimen, reformando, liberalizando y abriendo un poco la sonrisa, ganó oxígeno para quince años, y un estatus quo para la transición. Veremos gente jugando fuerte por esta opción en los próximos meses. Esta solución les asegura el modus vivendi, o, al menos, no les obliga a espabilarse. Sabremos si van ganando si, a la hora de la verdad, el gobierno propone un referéndum, por ejemplo, sobre la hacienda propia, y no sobre la soberanía, lo que a estas alturas me extrañaría. Artur Mas lo ha fiado todo al pueblo, y depende de él como nunca. El principal obstáculo de este partido invisible es que los políticos españoles no tienen ningún recurso retórico o ideológico que ahora mismo les permita ceder en nada. El entorno mediático y los mecanismos de excitación electoral dependen del discurso opuesto. Llevan demasiados años diciendo que los catalanes se benefician de España con tácticas nacionalistas, y ceder ahora implica aceptar públicamente o que han mentido o que ceden a un chantaje. Es inasumible con el marco mental actual. Algunos de estos miembros del partido invisible tal vez aún no lo saben, pero el problema no es ideológico, el problema está en la realidad: también ellos son catalanes, aunque se hayan llevado la mejor parte, hasta ahora.

 

En este juego, la cuestión legal tendrá un rol importante. En Cataluña las formas cuentan mucho, y en Europa también. La imposibilidad legal de dar según qué pasos será utilizada como un anti-incentivo para no sacar nada adelante. Ayer, en un inteligente primer paso, vimos cómo el Congreso, con los votos del PSC, votaba en contra de autorizar a la Generalitat a convocar referendos, lo que lo hubiera hecho legal, justamente el requisito que pone el PSC para sumar. Segundo paso: si Mas y las fuerzas soberanistas, como es previsible, ganan las elecciones, llevarán la propuesta de un referéndum concreto a las Cortes, que se negará. Después, intentarán hacer una consulta según la ley de consultas que aprobó el tripartito, pero también exige del apoyo estatal, que también se negará. Este es el tercer paso. Entonces, las únicas dos opciones serán convocar un referéndum ilegal o convocar unas elecciones en las que los partidos del sí se presenten con un solo punto en el programa: proclamar la independencia en el Parlamento y hacer una constitución. Es decir, elecciones en 2013 o 2014, y más estabilidad, más tensión, más confrontación. En este contexto, ir tejiendo la pulcritud legal y formal, tener a punto las escuchas de los países extranjeros, y convocar un proceso de arbitraje u observación multilateral serán de las pocas salidas dignas, que pueden dar algún resultado.

 

Superar todos estos obstáculos pedirá muchas complicidades, pero también pedirá un tipo de diputado que hasta ahora no ha sido mayoritario o no se le ha dejado actuar. Deben ser personas con principios democráticos duros, gente que mira a los ojos. Deben ser individuos limpios de toda sospecha presente o futura. Deben hablar idiomas. Deben saber derecho, aunque no lo hayan estudiado, y economía. Deben expresarse con eficacia. Todo esto son obviedades, y es el sueño de cualquier democracia, pero los partidos, sobre todo los soberanistas, han de tener presente que esta vez los textos que escribirán y aprobarán los diputados no serán sólo regulaciones de espacios competenciales cedidos por la administración central en régimen de control permanente. Serán documentos fundacionales, constituyentes, a los que si todo va bien nos referiremos como textos históricos, y si todo sale del revés, como la prueba de un fracaso, material de oscuras tesis doctorales de la facultad etnográfica provincial.

 

Por otra parte, habrá diputados capaces de resistir la presión. Para ello hay formación, no necesariamente académica, pero sí emocional. Hay que saber cómo se mueven los intereses en Cataluña, y cuando hablar y cuando callar. Y hay que haber leído a Maquiavelo, o hacerlo deprisa.

 

Si todo se reduce a un acto en sede parlamentaria, los focos estarán sobre los diputados. De todos los instrumentos que tenemos, el único que sólo tiene virtudes y ningún losa, a diferencia de la administración pública catalana, es el Parlamento. Las palabras allí aprobadas tienen valor, según el mundo. Si desea saber qué partido lo toma en serio, vea sus listas. En estas primeras elecciones, serán más importantes que los programas.

 

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