Le quieren como un trofeo de caza, consejera Borràs

Ahora le ha tocado a Laura Borràs, consejera de Cultura, pero le seguirán otros. Todo depende de la relevancia del cargo que ocupa la persona a abatir y del grado de significación política que haya manifestado en favor de la independencia de Cataluña. Laura Borràs, como sabemos, ha apoyado en todo momento al presidente Puigdemont. Sin embargo, como no la pueden incriminar por este motivo, ni tampoco la pueden acusar de “rebelión” o de “sedición”, el Estado recurre al tradicional procedimiento del Régimen, que es el de la fabulación; la misma fabulación que fundamenta las delirantes acusaciones de los tribunales españoles contra los miembros del gobierno exiliados o encarcelados y contra Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Y es que en este mundo no hay nada más sagrado que España. España está por encima de todo, absolutamente de todo, incluidos los derechos humanos, y, por consiguiente, todo lo que se hace en su nombre o en nombre de su sagrada unidad, por bestia y sangriento que sea, se considera legítimo e incuestionable. Basta con mirar dónde están los asesinos del GAL y sus cerebros: todos en casa, y algunos condecorados, y dónde están los que ponen urnas: todos en la cárcel o en el exilio.

Esto hace que todo catalán, por el solo hecho de serlo, sea persona bajo sospecha en el Estado español. Sólo si afirma públicamente que no es independentista, sólo si se hace perdonar los orígenes y abraza la fe española ante el tribunal de los Sagrados Inquisidores, y además lo demuestra mediante encendidas proclamas de fervor español, se ganará una sonrisa complaciente, un golpecito en la espalda y, quien sabe, tal vez también una golosina económica en forma de cargo relevante, como los concedidos a José Borrell, Meritxell Batet, Teresa Cunillera, Dolors Montserrat, Ángel Ros, Enric Millo, etc.

En el caso de Laura Borràs, al no poder embadurnarla por razones políticas, intentan hacerlo registrando su gestión como directora de la Institución de las Letras Catalanas, una gestión auditada punto por punto y que, además de brillante, fue altamente enriquecedora dentro de los márgenes presupuestarios derivados del expolio económico que sufre Cataluña por parte del Estado español. ¿Significa esto que el Estado tiene algún interés en la Institución de las Letras Catalanas? No, en absoluto. Todo lo contrario, si pudiera la borraría del mapa. Simplemente se trata de hacer como el policía que quiere multar a un conductor y no sabe cómo hacerlo, y, para salir adelante, comienza a pedirle papeles y más papeles, a pedirle piezas de recambio, y a mirar el estado de los neumáticos, el estado de la matrícula delantera, el estado de la matrícula posterior, el estado del limpìaparabrisas delantero, el estado del limpiaparabrisas trasero, la bombilla interior, la bombilla de la guantera…

Si Laura Borràs hubiera tenido una tienda de mercería habrían hecho lo mismo, por más auditada que estuviera. El botín es ella. Tiene demasiada personalidad para ser ignorada, lo que, desde la óptica española, la convierte en una valiosa pieza de caza que hay que poner en el zurrón lo antes posible. Laura Borràs no es miedosa, no se arrodilla, no se altera, no grita, no pide perdón por existir y es irreductible en sus convicciones nacionales. Ama Cataluña, y justamente porque la ama no la quiere sometida. La quiere libre de un Estado que secuestra urnas y criminaliza la disidencia, libre de tribunales que violan los derechos humanos, libre de monarcas y casas reales indeseables, libre, en definitiva, para tener voz y voto en las Naciones Unidas.

Pero hay otros elementos que han puesto a Laura Borràs en el punto de mira de la escopeta de caza española; dos, al menos: su cerebro y las posibilidades de convertirse, en un momento determinado, en algo más que consejera. Con relación al primer elemento, el de su cerebro, se entiende que le tengan tanto odio. La consejera Borràs es una mujer muy inteligente que, con exquisita finura, deja en ridículo constantemente los ardores nacionalistas españoles de los diputados de PP, PSOE y Ciudadanos. Los manuales obsoletos y naftalínicos de estos partidos se estrellan día a día en el Parlamento contra el nivel intelectual, la cultura democrática y la brillante oratoria de la consejera Borràs. Y eso les saca de quicio, porque las cámaras dejan testimonio gráfico de ello. Sólo hay que prestar atención a las declaraciones de Carlos Carrizosa, de Ciudadanos, tratándola de corrupta sin tener ninguna prueba -¡ni una!- para acreditar sus palabras. Carrizosa, claro -como Inés Arrimadas-, pertenece a un partido que entusiasmaría a José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco, si aún vivieran, porque es la encarnación contemporánea de su ideología.

En cuanto al segundo elemento, el de un posible ascenso de la proyección pública de Laura Borràs, el Estado español intenta abortarlo de acuerdo con la estrategia diseñada en Madrid consistente en un ataque frontal a todas las instituciones de Cataluña y a todas las personas que están (o que han estado) vinculadas a ella, y que pueden ocupar (u ocupan) un lugar determinante, significativo o simbólico en la política catalana. Marta Madrenas, alcaldesa de Girona, también es (o será), en este sentido, otro de los objetivos españoles.

La maniobra siempre es la misma: verter sobre la víctima carros de estiércol difamatorios urdidos en las cloacas del Estado a fin de ponerle un jubón que la embadurne de arriba a abajo. Es aquello de ‘calumnia, que siempre queda algo’. De este modo, aunque, finalmente, el delito inventado se desvanezca, queda el olor en forma de sospecha o prejuicio. Es decir, en forma de mancha. Y quedan también, porque esto ya no se lo quita nadie a la víctima, los telediarios, las falsas acusaciones, las declaraciones y las contradeclaraciones. Es la praxis del Estado totalitario que, como digo, dado el corsé europeo que le obliga a guardar las apariencias, opta por la decapitación de los demócratas mediante la calumnia, la injuria, la ignominia y el escarnio. Plauto lo dejó escrito hace más de dos mil años: “Los estúpidos tienen un tesoro en la lengua: se ganan la vida hablando mal de los que son mejores que ellos”.

EL MÓN