Las municipales de nuestra vida

La aceleración política en que vivimos -y quien dice ‘aceleración’ dice ‘precipitación’ o ‘atropello’- hace que los eventos a un año vista parezcan para mañana. Es por ello que el escenario de las próximas elecciones municipales ya es un campo de batalla, por ahora de consecuencias imprevisibles. Y como los pronósticos electorales son los que definen las estrategias políticas a seguir, la incertidumbre de los primeros arropa las segundas. Además, el contexto de alta conflictividad con el Estado lo condiciona todo. Quién sabe hasta qué punto el ciudadano votará en clave local, pero lo que sí sabemos es que los resultados serán leídos como una consolidación o debilitamiento definitivo del soberanismo.

Pero, como decía al principio, todo se altera de forma veloz e inesperada: el cambio de gobierno en España; el declive imprevisto en Cataluña de las expectativas electorales de Cs y un hipotético ascenso de rebote del PSC; quien sabe si una recuperación en España del PSOE a costa de Podemos. Y, claro, todo ello sin contar con lo que pueda ocurrir judicialmente en relación a los presos políticos y exiliados, o con las dinámicas de movilización independentista y republicana, que, por mucho que incomoden a los nostálgicos de lo previsible, mantendrán su vigor y seguirán interfiriendo legítimamente en todo ello.

Visto este marco de incertidumbre y vulnerabilidad, no es extraño que todo el que aspire a ocupar espacios de responsabilidad en el terreno municipal se esté moviendo con cierta precipitación e incluso con un notable descontrol en las formas. Como hacen los chicos cuando juegan -o jugaban- a romper la olla, se dan golpes de bastón con los ojos tapados para acertar con la cazuela que tienen justo encima de su cabeza, con el susto de la concurrencia. Tenemos desde las llamadas a la unidad hasta las reafirmaciones partidistas; desde las propuestas de coaliciones de siglas viejas a la aparición de insólitas marcas nuevas; desde las propuestas de fusión de partidos genéticamente enfrentados a la aparición de candidatos forasteros tan artificiosos como bien financiados. Y eso sin contar con las iniciativas que desbordan los partidos con la importación de modelos tan interesantes y a la vez imprevisibles como el de la celebración de unas primarias abiertas. El momento es de una gran complejidad.

Se puede entender que esta gran heterogeneidad de estrategias políticas, situadas en un marco de inestabilidad general, dé la impresión de caos e irrite a los más impacientes. Pero, al contrario, también se puede pensar que es una gran oportunidad para encontrar, con serenidad, propuestas innovadoras. Eso sí, siempre que se tengan en cuenta tres principios. Uno, que no se abandone la perspectiva local. Dos, que se atienda la exigencia popular del independentismo republicano de un inequívoco compromiso con las metas democráticas alcanzadas los pasados ​​1-O y 21-D y con la memoria de los represaliados. Y tres, que no se cometa el error de no saber dar respuestas extraordinarias en tiempos excepcionales. Quien ponga la preeminencia -o la supervivencia- del partido por encima de los grandes objetivos de país, es decir, quien demuestre ahora falta de “sentido de estado”, quedará deslegitimado para seguir reclamándolo en el futuro.

Las elecciones municipales, si nada se precipita, han de ser la tercera y definitiva oportunidad para mostrar cuál es la verdadera voluntad política mayoritaria y rotunda del país. Es así como se convertirán en el desencadenante de una situación que, superada la etapa de confrontación buscada por el PP, ahora el PSOE quisiera empantanar hasta ahogar, más sibilinamente, el derecho a la autodeterminación de los catalanes. Sí: serán las elecciones municipales, si no de nuestra vida, las de nuestro futuro.

ARA