Las armas, ciudadanos

Nefasta manifestación de ayer en Barcelona, horripilante ciertamente como todas las aglomeraciones espantosas de ciudadanos en que cada uno sale a la calle dispuesto a exhibir su particular frustración. Sin embargo, de todas las taras posibles, entre los asistentes sobresalió particularmente la de los ciudadanos que –exhibiendo un pacifismo de enano– sueñan un futuro sin armas. No hay nada más absurdo que afanarse por un mundo sin ejércitos, no hay ninguna pretensión más ridícula que imaginar un planeta sin tiros y, especialmente, soñar un futuro Estado catalán sin soldados. Los últimos días habían reconciliado a las fuerzas de orden con los ciudadanos, y lo celebramos con normalidad, pero ayer la misma gente que aplaudía a los Mossos por haberlos protegido les regalaba rosas y enarbolaba carteles pérfidos contra el comercio de armas.

Los Mossos abatieron a los terroristas de La Rambla con armas, no con claveles ni con la revolución de las sonrisas. Cualquier Estado que se precie tiene que estar dispuesto a utilizar la fuerza para defenderse, tal como hizo excelentemente nuestra policía ante los terroristas; y las armas, como cualquier producto de alcance global, tienen sus respectivas leyes de compra-venta. Se puede discutir mucho la ética de según qué fabricantes y la necesidad de comprarles armas (como se puede poner entre paréntesis la mayor parte del capital con que el Barça ha fichado a Dembélé), pero de aquí a caer en la pretensión absurda de un mundo donde los estados no tengan que matar para defenderse hay un abismo. Ayer el colauismo dominó el relato de una manifestación en que, aparte de silbar al rey Felipe VI, una buena parte de la tribu se reafirmó en su existencia happy flower.

No hay Estado sin armas, ciudadanos. Una de las cosas que me complace más del mayor Trapero es verlo comparecer en las ruedas de prensa con su espléndida pipa, civilmente colocada en las caderas. Quizás hacen falta discursos amables como los de Míriam Hatibi (el PSC os la está intentando colar como futura estrella política, que lo sepáis), pero también hay que defender la bellísima presencia de policías armados en todo el territorio y la existencia de un ejército, por si acaso. Os podéis emocionar con actos interreligiosos, con actrices afectadas y orquestas árabes que interpretan a Lluís Llach, pero no seremos nunca nada si no contemplamos también el uniforme, la cuadratura de los agentes y el brillo espléndido de un revólver. No hay civilización sin armas, no hay benignidad sin comercio, no hay Estado sin coacción. A partir de aquí, que todo el mundo audite la ética de los vendedores de pólvora.

Parece mentira que todavía haga falta explicar cosas tan básicas. Bienaventuradas las naciones que escuchan el himno palpándose la pistola.

ELNACIONAL.CAT