La (reveladora) crisis diplomática con Bélgica

La diplomacia es una forma de arte. Y se expresa sobre todo con gestos. El protocolo diplomático es el más complicado y reglado del mundo, porque cualquier mala interpretación puede tener consecuencias desastrosas. Por eso las líneas rojas se cruzan siempre con mucha prudencia, con grandes dificultades.

Ayer se supo que España ha atravesado una de ellas con Bélgica. El Ministerio de Asuntos Exteriores español convocó al embajador belga, Marc Calcos, para expresarle el malestar a raíz de la carta que el presidente del parlamento flamenco, Jan Peumans, había enviado a la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell. Peumans lamentaba el encarcelamiento del gobierno y de una parte de la mesa del parlamento y afirmaba algo que es obvio: que España hoy ya no cumple las condiciones para formar parte de la UE.

Situemos la reacción española en el contexto adecuado, pues, para darle el valor que tiene.

Primera pregunta: ¿es raro convocar a un embajador? No lo es, pero tampoco es habitual. Porque convocar un embajador significa que se hace público el malestar con ese país por algo. La mayoría de malentendidos y malestares se resuelven privadamente, sin recurrir al formalismo de llamar a un embajador. Con una conversación discreta basta y le puedes decir lo mismo que le dirás si le convocas formalmente. La diferencia es la discreción. Si no se convoca, no se suele enterar nadie. Pero si se convoca oficialmente a un embajador se hace con la voluntad de que sea público que hay un conflicto, intentando que la opinión pública de ambos estados sea consciente de que hay un problema importante. Por lo tanto se hace crecer, seguro, la tensión entre ambos estados.

Segunda pregunta: ¿España convoca a menudo a los embajadores? Este dato es interesante para entender qué importancia da España a la crisis con Bélgica. Y la respuesta es que le da mucha importancia. Según los datos de la web del Ministerio de Asuntos Exteriores español, este año sólo ha habido esta convocatoria. En 2017 hubo dos: una al embajador de Venezuela por unas declaraciones del presidente de ese país a favor de la independencia de Cataluña (otra vez Cataluña) y otra al de Corea del Norte por las pruebas nucleares. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta convocatoria la hicieron de acuerdo todos los países miembros de la OTAN y por tanto no era una decisión española. En 2016 el embajador de Venezuela fue convocado tres veces por causas diversas y de ahí ya nos tenemos que ir a 2013, cuando convocaron al embajador de Egipto por la situación en ese país. De modo que, en estos últimos siete años, España, si los datos de su web oficial son correctos, tan sólo ha hecho uso del recurso de convocar a un embajador siete veces, dos de las cuales por la cuestión catalana, una obligada por la OTAN y tres en relación con Venezuela, en 2016, probablemente movida por la presión mediática. El resumen: el gesto es bastante extraordinario y, por lo mismo, tenemos que darle mucho valor.

Tercera pregunta: ¿es habitual que se convoque a un embajador de otro país de la Unión Europea? Hasta ahora esto era más que raro, pero estos últimos meses y años la aparición de regímenes autoritarios en la Unión ha motivado algunos casos. Hungría, por ejemplo, convocó recientemente al embajador español por unas declaraciones de Borrell; e Italia, el nuevo gobierno italiano, convocó al embajador francés por unas declaraciones sobre el barco Aquarius. Aun así, es un gesto rarísimo, porque se supone que los países de la UE deberían compartir principios y actuaciones democráticos que harían innecesario el conflicto diplomático. De hecho, ahora y antes cuando se ha discutido incluso si tiene que haber embajadores entre los países europeos, es decir, si todavía son necesarios viendo cómo cada semana no se cuántos ministros se reúnen para trabajar juntos.

Cuarta pregunta. ¿Qué nivel de crisis es éste? Es el comienzo formal de una crisis latente. España está muy enfadada con Bélgica, sobre todo, pero también con Alemania, Suiza y Escocia, que no han aceptado el relato de la rebelión catalana. Y con más estados que cree que simpatizan o pueden simpatizar con la República Catalana, como Eslovenia, Irlanda o Finlandia. Pero nunca había hecho el gesto diplomático que indica que considera que esto es una crisis importante. Convocar al embajador de Bélgica es el primer paso. Llamar a consultas al embajador español en Bélgica ya indicaría una tensión muy alta, porque esto normalmente es el paso previo a la ruptura de relaciones, una opción que la Unión Europea ni siquiera ha considerado posible entre los países miembros. Por tanto: es el escalón menor de la crisis, pero ya es una crisis.

Quinta pregunta. ¿Y cómo reaccionará Bélgica? El gobierno belga de momento no ha dicho nada. Según el prestigioso diario ‘De Tijd’, el embajador belga en España ha comunicado a su gobierno que “las relaciones entre España y nuestro país son muy tensas’, que hay por parte española una lista creciente de irritaciones’ y que esto puede implicar ‘problemas serios’ para Bélgica. España evidentemente quiere atemorizar a Bélgica, pero también puede conseguir el efecto contrario. Sobre todo porque provoca conflictos por cosas que en un país democrático ni siquiera se pueden poner sobre la mesa. Según ‘De Tijd’ el embajador belga respondió al gobierno español diciendo que el presidente del parlamento de Flandes no dirige la política exterior belga. Cosa evidente. Que España no entienda una distinción tan clara o que proteste por unas declaraciones hechas en un contexto de libertad de expresión política, o que pida, como hizo Borrell, al gobierno belga que evite el juicio a Llarena -reclamándole de hecho que viole la separación de poderes- son gestos que en una democracia causan estupor.

Y sexta pregunta. ¿Todo eso qué significa para el caso catalán? Cosas muy importantes. La primera, es evidente, que el caso catalán por más que insistan no es un asunto interno español. La segunda, también evidente, que no sabemos todavía si hay estados dispuestos a reconocer la República Catalana, pero ya sabemos que España tiene una lista de estados que considera pro-catalanes y que en cualquier caso no están dispuestos a hacer cualquier cosa a favor del Estado español. Y esto hace un año, cuando se proclamó la independencia, no pasaba. Llamando al embajador belga, España muestra al fin y al cabo su debilidad. Y la tercera, y ésta es clave, España se pone tan nerviosa cuando ve que ya hay estados donde se empieza a cuestionar que pueda ser considerado un país democrático, por la forma como ha reaccionado a la crisis catalana. Ayer hubo otro detalle importante: Puigdemont se reunió en Múnich con el SPD, con el Partido Socialista alemán, que reclamó una solución del problema histórico catalán. Antes de la proclamación de la República algunos estados eran simpatizantes de la causa catalana, pero se movían en un ámbito de gran discreción. Ahora, debido a la cárcel y la represión violenta, esta discreción se ha ido a pique y España ya no ve claro qué pasaría si la República se hiciera efectiva mañana.

Personalmente, creo que Borrell será uno de los peores ministros de Asuntos Exteriores de la historia, porque no cesa de equivocarse en todo lo que hace. Pero todo este asunto, después de todo, nos dice sobre todo que la imagen de España está muy deteriorada y la causa justa de los catalanes cada vez se entiende más y lo entiende más gente. ¿Debemos lanzar las campanas al vuelo por ello? No. Es poca cosa, todavía, a efectos prácticos. Pero, sin duda, tenemos que seguir con atención todo esto que pasa y tenemos que celebrar mucho que España ya vea a algunos estados -estados europeos, además- como aliados objetivos, e irritantes, de Cataluña. Porque tengan siempre presente que uno de los problemas gravísimos que tiene España es que para ganar necesita que los 193+2 estados de la ONU, todos, se decanten a su favor. En cambio, para empezar a ganar nosotros sólo necesitaríamos que uno se pusiera a favor nuestro. Y yo diría que este uno la tradicional prepotencia española ya lo señala con el dedo.

VILAWEB