La Pasionaria del Bronx

Si Donald Trump fuese un animal, sería una vaca. Sola en la pradera, asustada y resentida, ansiosa por el consuelo de una valla protectora. Alexandria Ocasio-Cortez sería una cierva a lo Bambi, lista, generosa y valiente que galopa libre por el bosque y apunta a jefa de la manada.

Llámenme ingenuo, llámenme soñador, pero si me piden que un día apoye a la congresista estadounidense más joven de la historia como candidata a la presidencia de Estados Unidos, acá estoy. Quizá sea una muestra de mi desesperación ante lo mustio, viejo, trasnochado, cobarde y podrido que está el entorno político mundial, pero aparece esta sonriente mujer de 29 años y me subo al barco de la ilusión que genera como si fuera una lancha turbo en el mar de los Sargazos.

Nativa del Bronx en Nueva York, de descendencia puertorriqueña, es odiada y temida en igual medida, una pesadilla para algunos, la promesa de un mundo mejor para otros. Los troleros anónimos de las redes y el trolero en jefe de la Casa Blanca le escupen de todo: es una perra rabiosa, dicen, una socialista hipócrita, una revolucionaria frívola que maneja la infantil idea de implantar el modelo cubano o, peor, venezolano en la patria de los libres. Le dicen de todo porque la temen. Ocasio-Cortez asusta al establishment estadounidense, defensor de un sistema en el que los ricos se hacen cada día más grotescamente ricos a costa de los más desprotegidos. Recuerdo lo que decía el no­velista Saul Bellow: la pobreza en Estados Unidos debe ser indigna, si no sería subversiva.

Cabe recordar también que el centro político en ese país está mucho más a la derecha que en Europa occidental. Ocasio-Cortez ha identificado cuatro prioridades políticas que ni siquiera hubieran asustado a Margaret Thatcher. Favorece, primero, un sistema de salud pública universal, de libre acceso para todos, lo que representaría un salto revolucionario en la superpotencia americana pero es aceptado no sólo como normal, sino como no negociable entre todos los partidos de la derecha y la izquierda europeos. Segundo, quiere imponer mucho más control legislativo sobre la venta de armas de fuego: salvo en Suiza, que existe en su propia galaxia, nadie en Europa lo cuestionaría. Ocasio-Cortez apoya también el acuerdo de París sobre el cambio climático y comparte la idea del presidente francés, Emmanuel Macron, bestia negra de la izquierda europea, de que se debería imponer un impuesto sobre el carbono con el propósito de reducir el uso de los combustibles fósiles. El cuarto elemento del programa político que Ocasio-Cortez ha hecho público es un reclamo a favor de la educación universitaria gratis, como en la Alemania de Angela Merkel.

O sea, la joven congresista es vista ­como una amenaza a la estabilidad de la gran nación americana pero ni siquiera aspira a la socialdemocracia de los ­países escandinavos. Sólo con poder emular en su país el estatu quo alemán, francés o británico ella se quedaría satisfecha.

La ilusión que me suscita la Pasionaria del Bronx no tiene tanto que ver con sus ideas, por más que crea que Estados Unidos se beneficiaría de ellas, como con el ejemplo que ofrece al mundo entero de una manera nueva y fresca de hacer política, que es donde hoy existe la mayor necesidad.

Está, para empezar, su energía generosa y optimista, su sentido del humor. (Los que no lo hayan visto aún busquen en la web su respuesta a aquellos de sus rancios detractores que colocaron en la web un vídeo en el que ella aparece ­bailando cuando estaba en la univer­sidad.) Más importante, Ocasio-Cortez no busca el poder por el poder. Para ­ganar elecciones en Estados Unidos lo primordial siempre ha sido obtener mucho dinero. Ella ha declarado su rechazo a aceptar donaciones para sus campañas electorales de las grandes corporaciones, el veneno que fluye por el sistema político estadounidense, el gran motor de la desigualdad.

Pero ante todo lo que ella transmite y también posee, creo, es el inusual don de la honestidad. Puede que se equivoque, como todos nos equivocamos, pero no miente, ni trafica con medias verdades. Dice las cosas como las ve y como las siente. Lo cual le proporciona una luz que se convierte en claridad moral.

Veamos lo que dijo tras el primer discurso televisado de Trump desde el despacho oval, en el que el presidente habló esta semana a la nación, en este caso con cara de vaca estreñida, sobre su terror a los inmigrantes morenos y la necesidad de trasladar el muro que lleva dentro de su cabeza a la frontera con México. Los primeros en responder fueron los dos principales lí­deres demócratas, Nancy Pelosi y Chuck Schumer, líderes de su partido respectivamente en la Cámara de Representantes (donde tiene su nuevo escaño Ocasio-Cortez) y en el Senado. Estos dos personajes son, por supuesto, John Fitzgerald Kennedy y Franklin Delano Roosevelt en comparación con Trump, pero en sus argumentos se refugiaron demasiado en los legalismos habituales de los políticos que carecen de amplitud mental, y no tuvieron la valentía de arriesgarse a perder votos contradiciendo la premisa mentirosa trumpiana de que urge fortalecer con más recursos la seguridad en la frontera.

En una entrevista poco después del numerito de Trump, Ocasio-Cortez fue al grano. “De lo que el presidente no ha hablado –dijo– es del hecho de que él ha estado implicado sistemáti­camente en la violación de derechos humanos internacionales en nuestra frontera”. El objetivo no debería ser dar más dinero a la policía fronteriza, sino cuestionar por qué se le da siquiera un dólar a un organismo que se dedica, bajo las órdenes de Trump, a separar familias y a enjaular niños. “Trump está intentando restringir todo tipo de inmigración legal a Estados Unidos. Está luchando contra la reunificación familiar… Esto es sistemático, es malvado y es antiestadounidense”, añadió.

Me encanta esta mujer. Ya lo sé. Estoy hablando sobre ella con un entusiasmo poco digno de un periodista que ha visto tantos ideales rotos en la rueda de la codicia y la vanidad. Soy tristemente consciente de que ella también puede llegar a decepcionar. Pero es que responder con escepticismo a la energía renovadora de Alexandria Ocasio-Cortez sería caer precisamente en ese mustio, viejo, trasnochado, cobarde y podrido estado de ánimo que define los tiempos políticos en los que vivimos. Prefiero ser optimista. Como dice Montaigne, la esperanza, por más que nos engañe, al menos nos conduce al final de nuestras vidas por un camino agradable.

LA VANGUARDIA