La independencia es posible

Hace pocos días encontrándome en Figueres quise volver a ver la placa dedicada a Alexandre Deulofeu en el centro de la ciudad. Deulofeu, llevamos años hablando, en su obra “La matemática de la historia” previó la independencia catalana para el año 2029, producto de la desintegración o implosión de España. No siendo yo determinista y creyendo en el libre albedrío de las personas y de los pueblos se hace difícil abrazar su tesis. Dicho esto, habría que interrogarse si ciertamente España, por exceso de vicios y recelos nacionalistas de Estado, camina hacia su autodestrucción o, al menos, hacia la separación de Cataluña. Auténtica amenaza histórica a la visión homogénea y centralista de España y donde, hasta ahora, el encaje no ha sido posible y ahora por ambas partes es menos deseable que nunca.

Quizás algo que deberíamos admitir los independentistas de la experiencia de los “hechos de octubre” del año 2017, fue entonces nuestra manifiesta incapacidad del remache institucional y salir de la órbita nacional española planteando un nuevo escenario donde la comunidad internacional se vería obligada a jugar un rol mediador. Claro, si tú te prometes con una persona y el día de la boda no te presentas a la Iglesia, juzgado o donde toque, nadie puede tomar en serio tus proclamas de que amas mucho a esa persona y que no puedes vivir sin él o ella. Algo similar, admitámoslo, nos pasó a nosotros y a nuestra dolida independencia en aquellos días de octubre. ¿Qué incentivo podían tener los estados para reconocer a Cataluña o inmiscuirse en los asuntos internos de España si aquí los deberes aún estaban por hacer? Ningún incentivo y, no olvidemos, que los estados son como los profesionales de los colegios corporativos, tienden a ayudarse entre ellos y a veces a taparse sus propias vergüenzas. ‘Quid pro quo’, que es aún más viejo que andar a pie.

Dicho esto, que podría pasar por pesimista, hay que añadir algunas cuestiones que, a mi modesto entender, no son nada menores. De entrada y a escala global, los procesos de independencia son siempre únicos e irrepetibles y, en algunos casos como el de Eslovaquia o Chequia, aparecieron como por arte de magia sin una mayoría aparente de la población que la apoyara. A veces, son producto de un despertar nacional o patriota -nacionalista-, otras producto de desintegraciones al estilo balcánico o soviético o, incluso, producto de procesos descolonizadores donde factores distintivos como la raza, la religión o el agravio -político, sociocultural, económico etc.- tienen un papel significativo y ejercen de solución. Retornando a España, consumida estos días y los próximos meses por una gran crisis, se hace difícil creer que se pueda plantear con rigor y desde la medida que otorga la generosidad una salida digna a la grave crisis catalana. En realidad, figuras como Casado o Rivera parecen hacer bueno al Machado que lamentaba que los separadores “meseteños” eran el verdadero peligro para la unidad de España. Si bien, habría que añadir, que aquellos que hubieran podido “cambiar” España fueron los socialistas, supuestamente no nacionalistas, pero que en la práctica prefirieron hacer una apuesta “nacionalmente más segura” muy en consonancia con la derecha española. Matrimonio homosexual o aborto sí, pero España una y no cincuenta y una para entender el ideario socialista español. Pla, en eso, tenía más razón que el santo que él no debía ser.

Como sea, desde Cataluña no deberíamos permanecer con los brazos cruzados y la mejor manera de ayudar a nuestros “amigos separadores”, no en vano son fábricas de hacer “independentistas”, es mantener el pulso democrático y cívico con el Estado, no hacer ninguna renuncia a la unilateralidad -basta de autogoles- y reclamar la libertad de los presos políticos denunciando, en casa y fuera, la aberración de su situación procesal y penal. Borrell, jacobino competidor de los antes mencionados, pero mucho más inteligente -tampoco es un gran mérito- y conocedor de Cataluña, sabe que la situación de presos y exiliados es insostenible en Europa, de ahí sus declaraciones, en clave estratégica, de esta semana. Sea como sea, si la clase dirigente catalana, como hemos visto hasta ahora, continúa incapaz de romper la cuerda, como mínimo la estrategia de apretarla haciendo brotar contradicciones y fobias del Estado puede terminar provocando la deseada ruptura. Casados ​​y Riveras, nuestros tontos útiles, deben jugar un papel decisivo. Por una vez hagamos caso a Danton, jacobino y republicano, y actuemos con audacia, siempre con audacia y de nuevo con audacia. Ellos lo harán.

EL MÓN