Kosovo, un estado a medio terminar

En la primavera de 1999 había en Tirana -capital de la hipotética Gran Albania que nunca se hizo realidad- una gigantesca pancarta colgada en la entrada del antiguo bulevar Stalin. Decía: “NATO ne Kosovë”. O sea, “La OTAN en Kosovo”, como gran esperanza para detener la limpieza étnica ordenada por Milosevic. Los aliados occidentales atendieron la demanda bombardeando Belgrado, el primer ataque aéreo a una ciudad europea desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un episodio que todavía es capaz de generar pulsiones de odio y de venganza. En pleno décimo aniversario de la independencia de Kosovo, vale la pena recordar que 114 estados de los 193 de la ONU han reconocido a Kosovo como Estado, pero aún no forma parte de las Naciones Unidas porque básicamente China y Rusia -viejo aliado de Serbia- son miembros permanentes del Consejo de Seguridad y le cierran el paso. Kosovo tampoco es miembro de la ansiada OTAN, y menos aún de la UE. El gobierno de Pristina se ha puesto a la cola de Bruselas pero tanto los serbios, desde fuera, como sobre todo los españoles, desde dentro, hacen lo que pueden para que Kosovo no se convierta en miembro de pleno derecho. Puede utilizar el euro y también, desde hace dos años, jugar partidos de la UEFA y de la FIFA, lo que enorgullece a la afición kosovar y empuja al régimen de Pristina a difundir un espejismo de normalidad: parece que utilizar el euro y jugar partidos internacionales de fútbol es tener todo. ¿Todo? Es atrevido decir que Kosovo, a pesar de contar con el apoyo geoestratégico de Estados Unidos, es un Estado bien estructurado en el sentido europeo. De ser un protectorado internacional -establecido en 1999 tras los bombardeos de Belgrado y de la rendición de Milosevic-, Kosovo ha pasado a ser un subestado o lo que podríamos llamar un Estado a medio terminar.

En cambio, no es exagerado tachar de ‘lumpen’ político al presidente de Kosovo y líder de la independencia Hashim Taçi. La clase dirigente kosovar se gestó a partir de grupos nacionalistas armados -la UÇK- conectados con esferas mafiosas dedicadas a traficar con armas, estupefacientes e incluso órganos humanos. Todo ello teniendo el etnicismo más rabioso como combustible ideológico. Diez años después de aquella DUI del Parlamento de Pristina, Kosovo es uno de los países más corruptos y más pobres de Europa. Quizás más pobre y corrupto que Albania y Moldavia. Un 30% de la población no tiene trabajo -poco más de 1.500 euros per cápita de PIB- y el modelo productivo sigue basado en el que se producía bajo la Yugoslavia de Tito: gasolina, tabaco, cemento y lo que da la tierra para autoabastecerse. Muy tímidamente Austria ha comenzado a hacer inversiones en agricultura. Y Alemania, finalmente, ha abierto una Volkswagen.

Pero los beneficiarios seguirán siendo las élites familiares que controlaron el protectorado y ahora subestado. Con todo, Kosovo ha sido una fuente de jurisprudencia que quizás algún día servirá para amparar algún proceso emancipador: el 22 de julio de 2010 el Tribunal Internacional de la ONU con sede en La Haya dictaminaba que la independencia unilateral de Kosovo no suponía ninguna vulneración del derecho internacional. Desde entonces el Estado español, pensando sobre todo en Cataluña, no ha dejado de poner obstáculos a la proyección internacional de Kosovo. Son las paradojas de la geopolítica: Kosovo lo ha tenido casi todo a favor como territorio y, al mismo tiempo, casi todo en contra como pueblo y como sociedad.

ARA