Identidad y nacionalismos

En una entrevista publicada recientemente en el Diario de noticias, el profesor J. A. Marina reflexiona sobre la identidad y los nacionalismos. Dice que la identidad es un “sentimiento bueno pero peligroso porque el procedimiento más sencillo para marcar mi identidad es enfrentarla a la de otros”. No nos parece y, desde luego, no sentimos lo mismo. Nuestra identidad como vascos no nos enfrenta a ninguna otra. Para nosotros son tan respetables, importantes y necesarias como la nuestra y nuestro intento para mantenerla o, más bien, para recuperarla, se basa en la reivindicación de nuestros derechos, lo que para nada implica el menosprecio, el enfrentamiento, ni siquiera la merma de admiración y afecto hacia otras identidades.

En cuanto a “redefinir el patriotismo o nacionalismo”, sería muy conveniente que se lo explicara con claridad a quien corresponde.

No entendemos muy bien eso de no saber qué hacer con la identidad. Tenemos clarísimo que no la reclamamos para enfrentarnos a nadie; lo mismo que el lenguaje. ¿Por qué afirma o sospecha que el lenguaje sirve como seña de identidad para enfrentarse a los que no lo saben?. ¿De verdad cree que el lenguaje es el causante de los enfrentamientos a lo largo de la historia? ¿Piensa que porque hablemos euskera nos vamos a enfrentar, por ejemplo, con los chinos?. ¿Los que hablamos español nos vamos a enfrentar a los que hablan inglés?. ¿Es eso el lenguaje?.

Dice que nuestra primera identidad es la de pertenencia a la Humanidad. A nosotros nos parece que nuestra primera identidad, imprescindible para esa pertenencia, es la de ser vascos. Es más, es la única posibilidad que tenemos para poder pertenecer a la Humanidad, a la que consideramos como el conjunto de todas las identidades sin establecer clasificaciones. Aquí no hay clasificación y las aportaciones de todas y cada una de ellas es igual de valiosa y necesaria para completar ese conjunto que decimos “Humanidad”.

Por otra parte, anticipa que le va a proponer a Jordi Pujol “cambiar la filosofía” y que “en vez de plantear un nacionalismo basado en la reclamación de derechos , sería mejor un nacionalismo basado en la responsabilidad”. Pero, sr. Marina, ¿Reclamar los derechos que asisten a un pueblo (por supuesto porque alguien no los respeta) es nacionalismo? O sea, ¿no son nacionalistas quienes no los respetan y tratan de eliminarlos en nombre de una nación más poderosa?

Cuando se pregunta si “como pueblo tal me responsabilizo de esto. ¿Sólo del pueblo catalán?. ¿Del Estado?. ¿De Europa?. ¿De la especie humana?”, ¿le parece bien exigir responsabilidades a quien se le niegan sus derechos?

Atendiendo a la reflexión de Edward W. Said, sr. Marina: ¿Cómo se sitúa a usted mismo y a su obra y a las de los demás intelectuales españoles frente al mundo del imperialismo? Nosotros los encontramos utilizando sorprendentes pero cuidadosas estrategias, muchas de ellas extraídas del fuentes previsibles: ideas positivas acerca del hogar, la nación y su lenguaje, de un orden aprobado, de la buena conducta y de los valores morales. Estas ideas positivas hacen algo más que “validar” la situación. Tienden a desvalorizar otros mundos y, lo que es quizás más significativo, y válido igualmente desde un punto de vista retrospectivo, no previenen, ni inhiben, ni se resisten a prácticas nacionalistas deplorablemente poco atractivas.

No vamos a culpar al profesor Marina de la situación, pero es auténticamente perturbador comprobar qué poco se opone, junto con la gran mayoría de los intelectuales españoles, a pesar de sus ideas humanitarias, a la aceleración del proceso nacionalista de las instituciones españolas. Nos sentimos obligados a preguntarnos cómo ese cuerpo de humanistas coexisten tan cómodamente con el nacionalismo español. Quizás el hábito de distinguir “nuestro” hogar y orden del de “ellos” se ha convertido en una dura costumbre política: la de acumular más y más de lo de “ellos” para dominarlo y subordinarlo.