Ganar Barcelona

Pere Felip Monlaui Roca debería tener un monumento al pie del paseo de Gracia o al menos una calle tan destacada como Pau Claris. No lo tiene, claro. Este médico higienista, que también editó y dirigió periódicos, sólo es recordado por una estrecha calle peatonal del distrito de Sant Andreu y da nombre a la residencia universitaria que tiene la UPC en el barrio del Raval. Nada más. Pero este científico progresista, que fue expulsado de la Universidad de Barcelona por razones políticas y se trasladó a Madrid en 1848, fue una persona muy importante para la historia de la ciudad. En 1841 ganó el concurso que había promovido el Ayuntamiento sobre las ventajas del derribo de las murallas de la ciudad con el proyecto ‘¡Abajo las murallas!’, Un título muy elocuente que resumía el espíritu de cambio de aquella época. Superar los límites de lo que hoy es Ciutat Vella (Ciudad Vieja) se convirtió en un grito unánime. El mismo año, Jaume Balmes, el pensador y teólogo más leído en aquel tiempo, publicó una serie de artículos a favor de la iniciativa. Ampliar Barcelona no era ni de derechas ni de izquierdas, pues. Era una necesidad por razones higiénicas y para el progreso industrial del país.

La orden para derribar las murallas tardó trece años. El día D fue el 24 de agosto de 1854. Antes, sin embargo, el gobierno de Madrid tuvo tiempo de bombardear Barcelona, ​​a raíz de la revuelta popular de ‘la Jamància’. Del alcalde que consiguió que finalmente se derribaran las murallas, Antoni Aherán, prácticamente no sabemos nada. Fue un alcalde efímero (de enero a septiembre de 1854), pero su informe, de 16 páginas, y el apoyo que supo acordar con la Junta de Fábricas y la Sociedad Económica de Amigos del País fueron determinantes para conseguir la objetivo. Lo que acabó tumbando las murallas fue la epidemia de cólera de aquel verano, que coincidió, además, con la segunda huelga general iniciada por los trabajadores de ‘La España Industrial’ contra las ‘selfactinas’, las nuevas máquinas de hilar. Barcelona era una ciudad conflictiva porque era una urbe fabril y, por tanto, moderna, en sintonía con el capitalismo emergente en el mundo. En cambio, desde un punto de vista urbanístico, Barcelona era una ciudad pequeña.

El catalanismo entendió enseguida el significado político de todo aquello, a pesar de los inconvenientes de un crecimiento especulativo y los entorpecimientos políticos. En el imaginario del temprano catalanismo político, Barcelona debía consolidarse como la capital de la nación de los catalanes, el vértice de la fusión del mar y de la montaña. La Cataluña ciudad. El catalanismo se incorporó, pues, a los esfuerzos para articular esta gran ciudad, que en 1868 hizo desaparecer la Ciutadella, vestigio de la ocupación borbónica, y a partir de 1876 inició la agregación de los municipios del llano, proceso que culminó en 1897, con el objetivo no sólo de vincularlos a la ciudad vieja, sino de construir el nuevo centro residencial, de negocios y servicios, desde la nueva universidad hasta el palacio de justicia, el seminario diocesano, la prisión, los nuevos hospitales, gran parte de los nuevos mercados y los centros de ocio y esparcimiento. Había un proyecto de ciudad que sin embargo flaqueaba por la banda de la capacidad de decisión política. Este ha sido siempre el inconveniente de Barcelona y de Cataluña en general. Ha tenido al Estado en contra de manera continua. Les pongo un ejemplo, la aprobación del Puerto Franco de Barcelona tardó treinta años, ¡de 1899 a 1929!

El soberanismo actual tiene muchos frentes abiertos. Soy consciente de ello. Pero debe afrontar con urgencia las elecciones municipales. Es obligado que el soberanismo gane Barcelona para la causa de la ciudad y del país. Para ganar Barcelona hay que tener al menos un proyecto de ciudad como el que tenían los políticos del siglo XIX. La memoria de la ciudad no ha sido generosa con los profesionales y políticos sin los cuales no estaríamos donde estamos. Hasta los Juegos Olímpicos de 1992 Barcelona creció y se consolidó con la lógica impuesta por ellos. Después ya no hubo ningún otro proyecto. Se gestionó la herencia y la gentrificación que Ada Colau no ha parado. Al contrario. Proponer la recuperación de Barcelona y ganar la alcaldía es esencial para el movimiento republicano. Sólo así Barcelona se añadirá a los pueblos y ciudades de Cataluña que ya tienen alcaldes que se esfuerzan por lograr la República catalana. Pero ningún soberanista obtendrá la vara de alcalde del ‘cap i casal’ (la ‘capital’) si no tiene, también, un proyecto de ciudad integrador, moderno y adaptado a las necesidades económicas y sociales de hoy en día. Para mí, es más importante tener un proyecto que defender un procedimiento para elegir a un candidato.

EL PUNT-AVUI