Galicia, ¿narco autonomía?

Veo en LaSexta un reportaje sobre Galicia Fariña, ese nuevo país creado en el imaginario español a raíz de la adaptación televisiva del libro, Fariña. El reportaje es tremendo y demoledor, retrata un país sumido en la incuria y dominado por un poder corrupto nacido del contrabando en general y el narcotráfico en concreto. A continuación emiten otro reportaje sobre el auge del consumo de pulpo y, de nuevo, estampas de una Galicia marinera que se esfuerza por sobrevivir sin gran esperanza. Confieso que me dejan enfadado y abatido.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿A una situación de tal postración y a que los demás tengan una imagen tal de nosotros? ¿Es verdadera? Lo es y no lo es. La corrupción de la economía y la vida social que retratan esos reportajes de las pasadas décadas es real, y aún peor, pero no se explica únicamente porque tengamos una costa de una riqueza increíble y que, también, dificulta el control y facilita el contrabando y las actividades ilegales.

La explicación es fundamentalmente histórica, tendría que remontarme al tránsito entre el XIV y XV y las luchas dinásticas de la dinastía Trastamara. Cuando la mayor parte de la nobleza gallega aliada con la portuguesa se enfrentó a Isabel que, apoyada por Roma y la nobleza castellana, usurpó el trono a la legítima. La “doma y castración del reino”. Tendría que recordar a los ilustrados, a Feijóo y Sarmiento, y la reconstrucción de la identidad gallega, a la rebeldía de la Revolución de 1846, trece años después de la liquidación del Reino sofocada por las tropas borbónicas con fusilamientos y exilio (“Galicia, arrastrando hasta aquí una existencia oprobiosa, convertida en una verdadera colonia de la corte, va a levantarse de su humillación y abatimiento. Esta Junta, amiga sincera del país, se consagrará constantemente a engrandecer el antiguo Reino de Galicia, dando provechosa dirección a los numerosos elementos que atesora en su seno, levantando los cimientos de un porvenir de gloria”. Proclama de la Junta Superior Provisional del Gobierno de Galicia). Al regeneracionismo de las Irmandades da Fala en 1916 y al Partido Galeguista republicano de Castelao y a la Guerra y al Franquismo.

Sin esos antecedentes no se conocen las posibilidades, contradicciones y el fracaso actual de Galicia como país, con sus empresas innovadoras, sus iniciativas políticas y sociales y también sus estampas de atraso e impotencia y al frente de su gobierno, coronándolo todo, un presidente al que las informaciones publicadas y contrastadas relacionan con un narcotraficante, como si fuese el sello de una situación de decadencia histórica extrema.

El día 15 de este mes de Julio de 1936, tres días antes de la Catástrofe, era presentado en las Cortes el texto del Estatuto de Autonomía que había sido refrendado por la población. Que el lugar de Castelao y los republicanos galleguistas lo ocupe ahora un presidente al servicio de los intereses más centralistas y reaccionarios y vinculado a la corrupción y al delito es una afrenta a la memoria de los asesinados y exiliados por la causa de una Galicia dueña de sí. Usurpación o traición, es algo que no podíamos imaginar los jóvenes y adolescentes gallegos que soñábamos que algún día Galicia tendría un gobierno propio.

Están las causas históricas originales y también las más cercanas. Que el exilio gallego y sus instituciones, a diferencia del vasco o el catalán, haya tenido que radicarse en otro continente, Uruguay, Argentina, no permitió tener el Consello da Galiza al otro lado de la frontera. A diferencia de Francia, Portugal era aliada del Régimen, lo que debilitó y dividió al galleguismo y el antifranquismo gallego.

Y que haya sido moneda de cambio desde el primer momento, cuando UCD y PSOE, Alfonso Guerra y Abril Martorell, pactan excluirla del derecho al autogobierno que reconocía la Constitución. Y cuando astutamente Felipe González, unos años después, permite a Fraga crear su reino particular para así mantener en tensión y debilitado el liderazgo de Aznar. Así Fraga aplica su vieja política de ministro de propaganda, comprando con dinero público la prensa privada y modificando la ley electoral a su gusto.

El reinado de Fraga, que creó las bases del actual dominio ahogante de la derecha, necesitaba de la complicidad del PSOE de Francisco Vázquez. La Galicia de los años ochenta y noventa, que modeló la actual, fue posible porque el poder político desde Madrid reconocía a Fraga como legítimo gobernador de su feudo y el partido que supuestamente encabezaba la oposición renunciaba realmente a disputarle el gobierno. Y de hecho, desde el feudo coruñés representaba una ideología reaccionaria y una corrupción muy semejante a la del fraguismo. Vázquez y Fraga eran las dos caras de la moneda, Fraga reinó porque le interesó a González y Guerra.

Y la vida pública era la corrupción institucionalizada, la prensa comprada y quien quisiese denunciar las bases económicas del contrabando y narcotráfico que alimentaban en buena parte el sistema, ¿dónde lo iba a denunciar? ¿Le merecía a los vecinos confianza el cuartelillo de la Guardia Civil o el alcalde de turno del que todos sabían que se relacionaba directa o indirectamente con el contrabando o el narcotráfico? El poder político, todos los poderes redujeron a la impotencia a quienes se oponían a ese estado de cosas y a aceptar que la corrupción era la norma y lo normal, condenaron a la sociedad al incivismo. La incapacidad del nacionalismo gallego para dar una alternativa viable a ese sistema político completa el cuadro de nuestro fracaso colectivo.

Ahora que el PP fue desalojado del poder y afronta su crisis y la búsqueda de una etapa nueva Núñez Feijóo aparece como lo que realmente es, un resto del peor pasado fundacional alimentado por el contrabando y el narcotráfico.

De Rajoy y sus relaciones, sistemáticamente ocultadas por el conjunto de los medios de comunicación, no toca hablar hoy si no es ya como ese pasado, pero Feijóo continúa ahí para vergüenza de los gallegos que tengan vergüenza. A él, que cultivó ansiosamente un futuro político en los desayunos de la corte, no le importa Galicia, ya le ha hecho todo el daño que pudo con sus políticas antisociales y contra los intereses del país, pero su continuidad nos ofrece a los gallegos, y a los demás, una imagen miserable de nosotros mismos. ¿Podemos y debemos reconocernos en ese presidente? Lo terrible es que, ya que él no dimite a pesar de ser públicos sus pasos, la oposición no es capaz de unirse y hacer lo que se precise para obligarlo a dimitir.

No, Galicia no es una narco autonomía, es mucho más contradictoria y diversa, no merece ser vista así. Pero así es como nos ven y como nos vemos.

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