Franquismo

El hecho de que, en la reunión del 20 de diciembre en Pedralbes, el presidente Torra le pidiera al presidente Sánchez “un pacto de estado” por “desfranquizar” España y “aislar la extrema derecha” suscitó reacciones escandalizadas. La FAES, sintiéndose aludida, habló de “sarcasmo grotesco”; otros, más discretos, lo consideraron una concesión injustificable a aquel independentismo que, para legitimarse, pinta la España actual como si fuera la de 1970.

No lo es. Sin embargo, si la fobia atávica contra el ‘separatismo’ no les bloqueara el discernimiento, muchos españoles demócratas deberían estar gravemente preocupados por la involución que se dibuja en la política de su país, al margen de la cuestión catalana. Tomemos un ejemplo menor: ese alcalde -del PP de Casado- de un pueblo de la Rioja que ha considerado ingenioso o simpático grabar y difundir un vídeo donde aparece, con su mujer, imitando respectivamente a Franco y a Carmen Polo. ¿Ustedes se imaginan un alcalde alemán de la CDU de Merkel imitando a Hitler? Pues esta es la diferencia entre la derecha democrática alemana y la derecha… española. En Alemania, el nazismo fue aplastado militarmente, perseguido políticamente y condenado moralmente como la mayor vergüenza nacional. En España el franquismo conservó para muchos coetáneos -y, según se ve, para sus descendientes- la aureola positiva de un régimen paternalista y protector que puede ser añorado sin ningún pudor.

Pasemos ahora al caso del prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera Montenegro. Que un joven militante y candidato falangista de los años 90 decide más tarde utilizar los mismos ideales, vestir el hábito de san Benito y guardar las tumbas de sus queridos Franco y José Antonio no debería sorprendernos demasiado. Después de todo, fue este último el que dijo que sus seguidores debían ser “mitad monjes, mitad soldados”. La verdadera anomalía es la existencia, todavía en 2019, del monasterio benedictino anexo al mausoleo franquista. Porque la abadía de Cuelgamuros no tiene nada que ver con las de Solesmes, Montserrat o Montecassino; no se trata de una comunidad monástica forjada a lo largo de los siglos, sino de una fundación -de un capricho- del Generalísimo para dar empaque al megalómano monumento funerario que se había inventado. Que, a partir del 1958, el primer abad del Valle fuera el siniestro fray Justo Pérez de Urbel, ‘consejero nacional’ de Falange, ‘procurador en Cortes’, protegido de Pilar Primo de Rivera, enemigo jurado del abad Escarré, lo dice todo sobre la orientación política -no religiosa- de tal seudomonasterio.

Hoy, ante la voluntad del gobierno Sánchez de exhumar los restos del dictador, el prior Cantera Montenegro -que, en su aventura electoral del 1993-94, no pasó nunca del 0,04% de los votos emitidos- forma tándem defensivo con el abogado de la familia Franco, que es… Luis Felipe Utrera-Molina, hijo del ministro franco-falangista José Utrera Molina y cuñado del exdirigente de AP-PP Alberto Ruiz-Gallardón. Si tuviéramos espacio para escarbar un poco en los apellidos Mariscal de Gante, Aznar, Robles Fraga, Trillo-Figueroa, Arias-Salgado y un larguísimo etcétera, veríamos cuán estrechas y múltiples son las conexiones entre la élite política, judicial y mediática de derechas activa de 1980 a esta parte y el ‘establishment’ franquista de las cuatro décadas anteriores. Esto sin que entre un grupo y otro haya habido ninguna cesura, ninguna ruptura, ninguna autocrítica, hacia -por decirlo en términos surafricanos- alguna “comisión de la verdad y la reconciliación”.

Pero no se trata sólo, ni quizá principalmente, de una cuestión genealógica, de apellidos y familias, sino sobre todo cultural. ¿Por qué, en las negociaciones para formar un gobierno de derechas en Andalucía, Vox ha comenzado por revolverse contra lo que la extrema derecha llama “dictadura de género”? Pues porque los ultras saben que ‘la maté porque era mía’ no es sólo una frase salvaje; es algo que fue ley en España durante el franquismo y, por tanto, quedó profundamente arraigado en muchas mentalidades. Preciso: aunque a los lectores jóvenes les cueste creerlo, el Código Penal de la dictadura establecía que el marido engañado podía matar a la mujer sorprendida en flagrante adulterio sin tener que afrontar ninguna pena de prisión; en el peor de los casos, unos meses de destierro. ¿Es casualidad que el líder andaluz de Vox, Francisco Serrano Castro, sea un antiguo juez de familia famoso por su rechazo a las leyes de igualdad de género y por sus posicionamientos machistas?

Lo que quiero decir, en definitiva, es que el pretendidamente modélico régimen de 1978 cambió leyes; muchas y en todos los terrenos, desde la moral y las costumbres hasta la arquitectura institucional y la distribución territorial del poder. En cambio, no hizo nada serio para modificar mentalidades, para borrar prejuicios, para corregir atavismos culturales; ni en la relación entre hombres y mujeres, ni respecto de la pluralidad lingüística e identitaria. Esperarlo de Suárez o Calvo-Sotelo habría sido ilusorio; González tuvo el tiempo y la hegemonía, pero no la voluntad. La falta de una ‘Kulturkampf’ contra las herencias del franquismo explica muchas cosas de la crisis actual.

ARA