FAQS. “Decían que tenían miedo de los muertos, pero quizás tenían miedo de los vivos”

Sabíamos que la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa. Pero no sabíamos qué pasa cuando la secuencia “promesa vacía, tomadura de pelo, chantaje emocional y vuelta a empezar” se convierte en un bucle impúdico en el que cada semana asistimos a un eterno retorno de la misma tomadura de pelo.

El paso de Ernest Maragall por el último ‘Preguntas Frecuentes’ certifica que no hay suficientes litros de sangre azul política para resistir la erosión de este post-procesimo kafkiano. ¿Cuán mal deben estar las cosas para que el flamante pre-ganador de las segundas primarias de ERC en la carrera por la alcaldía de Barcelona tenga que asistir a la trituradora reputacional que supone defender la acción del gobierno de la Generalitat? Si el ‘prime time’ televisivo sirve para hacer lucir candidatos, el sábado pasado vimos un inexplicable ejercicio de autosabotaje no forzado que, una vez más, sólo se explica por una confianza ofensiva en la generosidad infinita que exige constantemente a las estrujadas bases soberanistas.

‘Eppur si muove’. Precisamente a fuerza de perseverar en el estancamiento, el marco mental de “ampliar la base de pedidores de permiso” no para de avanzar, reforzándose a si mismo y normalizándose como la única estrategia política posible. Si Ernest Maragall dejó algún mensaje concreto, fue precisamente este: “Cuando voy por Europa, me dicen que volvamos cuando seamos más”, un eslogan de inequívocas resonancias larrianas incapaz de explicar qué hacer para sacar a la comunidad internacional de este comodísimo “vuelva usted mañana”. El único consuelo que queda es que la apatía dialéctica que Maragall exhibió se ajusta a la apatía política de la hoja de ruta actual de los partidos soberanistas y, en este sentido, representa un paso adelante en el respeto por un elector que ya está harto de apelaciones emocionales. Ahora bien, ¿es creíble esta apuesta por el realismo árido cuando el único horizonte pseudopolítco fijado es el paroxismo sentimental que supondrán las sentencias a los presos?

Quizás hartos del toreo desvergonzado de los políticos soberanistas que visitan el plató, la gente del FAQS preparó un segundo tercio del programa espectacularmente crítico con la ortodoxia. El inicio, denso, pero interesante: Allen Buchanan es el principal referente internacional de los teóricos de la secesión y escuchar de su voz que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación supuso un pequeño orgasmo académico. Después, asistimos a la típica conversación sosa que se produce cuando un experto en el “por qué” se dedica a responder sobre el “cómo”. Pero ni toda la esperable aversión de Buchanan a la independencia de Cataluña -todos tenemos un sesgo unionista cuando no nos toca de cerca- le impidió terminar con un ejercicio de honestidad intelectual: si nadie quiere dar permiso, “la única manera de conseguir algo es la desobediencia civil”. En contraste con la filosofía de la jugada maestra los políticos independentistas que piden fe a la vez que no hacen milagros, el experto más reconocido del mundo en independencias fue concretísimo.

El diálogo entre Manuel Delgado y Jordi Armadans que siguió debería reproducirse 3 veces al día en todos los hogares independentistas. En el rol de expertos en desobediencia civil, los dos invitados combinaron una lucidez absoluta -y terriblemente añorada- con su conocido compromiso con las causas justas. Armadans, media vida luchando por el pacifismo, sentenció para siempre el debate sobre eso de que las calles serán siempre nuestras: “No es un eslogan contra los otros ciudadanos, sino un desafío al poder del poder, un rechazo a aceptar que se desaloje el pueblo del espacio y del debate público”. Bravo.

Por su parte, Delgado ofreció un diagnóstico tan provocativo como imprescindible. En referencia a las declaraciones del anterior gobierno, el antropólogo sugirió que “dijeron que tenían miedo de los muertos [los que podía causar el Estado español] pero, en realidad, tal vez tenían miedo de los vivos [el pueblo decidiendo el su futuro al margen del control y los intereses de la clase política]”. Aún más: “¿Y si, en realidad, no querían la independencia, sino un procesismo infinito?”. Sólo un reconocido militante antifranquista, varias veces encarcelado y golpeado por los grises, puede calificar lo que sucedió el pasado otoño como “la apoteosis de la cobardía”, dijo con todas las letras que “los políticos se acojonaron” y, tras quitar así la venda -la de los ojos y la de la herida-, arrancó un aplauso de la audiencia tevetresina durante el turno de preguntas.

No abandonamos este turno de preguntas: después de que Delgado afirmara que la desobediencia “a veces no es una libertad, sino una obligación”, y que “rebelarnos contra las injusticias es lo que nos hace dignos y humanos”, el periodista Manel Manchón nos recordó que la humanidad también tiene una pulsión para retornar a su pasado reptiliano, y contraatacó con la gran pregunta “¿Quién quiere hacer una revolución en una región donde hay 30.000 euros de PIB per cápita?”. La mejor respuesta la ofreció el director de teatro Àlex Rigola en la apasionante entrevista que siguió -otro ‘must’-, demostrando que el arte debería ayudarnos más a menudo a entender la política: “El verdadero enemigo del pueblo es el pueblo mismo, la autocensura que se produce cuando no reconocemos hasta dónde estamos dispuestos a llegar”. Volviendo a Delgado, el profesor terminó cuestionándose cuál debería ser la línea de lo inaceptable. Su intuición es que “cuando salgan las sentencias de los presos, creo que no me apetecerá quedarme en casa”, pero lo que nos enseña el aniversario del 1 de octubre es que, una vez en la calle, los líderes que canalicen estas energías históricas serán igualmente importantes.

NÚVOL