EU: Energy Union?

El pasado viernes tuvo lugar la inauguración de la línea eléctrica Santa Llogaia-Baixàs, más conocida como MAT. Una infraestructura que dobla la capacidad de interconexión entre Francia y España. El proyecto ha recibido de la UE una financiación de 255 millones de euros (cerca del 36,5% de su coste total) y supone un paso adelante en la nueva estrategia de la Comisión para conectar los mercados europeos con el fin de construir lo que se denominado la Unión Energética.

Precisamente, el próximo miércoles, la Comisión tiene previsto presentar en público su estrategia en esta línea, así como sendos comunicados: uno, en el que se explicita la posición de la UE a propósito de las negociaciones internacionales sobre el cambio climático que tendrán lugar en París a finales de año, y otro, que versa sobre como lograr para 2020 un grado mínimo de interconexión eléctrica entre todos los estados miembros del 10%.

Todo indica que la cuestión energética ha pasado a ocupar una posición destacada en la agenda de la Comisión Juncker. Y uno no puede más que congratularse de ello, muy especialmente en lo que se refiere al tema de la Unión Energética.

En primer lugar, porque Europa es excesivamente dependiente de las importaciones energéticas, de manera que el 53% de nuestra energía, básicamente petróleo, gas natural y carbón, proviene de fuera de la UE, lo que supone hacer frente a una factura de 406.000 euros anuales (más de 1.000 millones por día) equivalente al 3,2% del PIB. Este problema, que puede agravarse en un futuro inmediato, resulta preocupante no solo desde una perspectiva económica, sino también por el hecho de que seis estados miembros dependen exclusivamente de Rusia para sus importaciones de gas natural.

Segundo, porque en vez de un mercado integrado europeo de la energía lo que tenemos es un mercado fragmentado que agrupa 28 sistemas nacionales diferentes, de modo que a menudo las decisiones se toman sin ningún tipo de coordinación (e incluso de consulta) entre estados vecinos.

En tercer lugar, porque no podemos obviar el hecho de que en el seno de la UE todavía tenemos verdaderas islas energéticas. A fin de cuentas, el nivel medio de interconexión de la capacidad eléctrica instalada en todos los países miembros de la UE se sitúa en torno a un raquítico 8%. Si queremos beneficiarnos del potencial de las renovables, establecer una política solidaria en caso de necesidad de algún Estado miembro y permitir los flujos comerciales indispensables para estimular la competitividad del sector energético, resulta indispensable avanzar en las interconexiones eléctricas y gasistas.

Y, finalmente, porque debemos saber utilizar el actual contexto de precios más bajos del petróleo y del gas para plantearnos un cambio de política energética, animando a los países miembros de la UE a reducir sus ayudas públicas a los combustibles fósiles y a invertir en renovables y en tecnologías bajas en carbono.

LA VANGUARDIA