ETA pasa a la historia

Desde ETA hasta el IRA, lograr la paz implica hablar con el enemigo

Jonathan Powell

The Guardian / eldiario.es

Hace tres semanas, celebramos en Belfast el 20º aniversario del acuerdo de Viernes Santo, que puso fin a la violencia política en Irlanda del Norte para siempre. Ahora, en el pequeño pueblo de Cambo-les-Bains, en la zona vasca de Francia, algunos de los que estuvimos involucrados en el proceso de paz en Irlanda del Norte hemos participado en una reunión internacional para marcar el fin definitivo de ETA.

Esta semana, ETA emitió un comunicado declarando el fin definitivo de la organización tras más de 40 años de violencia, durante los cuales se perdieron cientos de vidas y miles de personas resultaron heridas.

Es difícil ahora recordar lo sangrientas que fueron las campañas terroristas en Irlanda del Norte y en el País Vasco, con noticias de nuevas muertes y personas heridas todas las semanas y a veces cada día.

El comunicado de ETA es digno de celebrar. Marca el fin del último conflicto violento en Europa y el último grupo armado. Pero también debería ser una ocasión para sacar conclusiones. Hay muchos otros conflictos violentos en el mundo y no deberíamos confiarnos en que esa violencia no pueda regresar a Europa a menos que hagamos lo correcto por prevenirlo.

El Gobierno español puede decir que se puso fin al conflicto gracias solamente a medidas de seguridad. Nadie duda en que eso sea en parte cierto. En el País Vasco, igual que en Irlanda del Norte, el éxito de la policía, el ejército y los servicios de inteligencia desde luego tuvieron un papel esencial. Pero es igual de importante comprender que esta no es toda la historia. Si estos grupos tienen apoyo político, es muy poco probable que se les pueda derrotar solamente con medidas militares. Si el núcleo del conflicto es político, la solución debe ser política y requiere diálogo.

Si John Major no hubiera estado dispuesto a mantener correspondencia secreta con Martin McGuinness incluso cuando la campaña de bombas del IRA continuaba en Irlanda del Norte y en territorios británicos, no habría habido paz. Y si los sucesivos gobiernos españoles no hubieran dialogado con ETA, mientras públicamente negaban estarlo haciendo, entonces no se habría podido desmantelar a ETA.

En 2004, el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero mantuvo un diálogo secreto con ETA. Lamentablemente, los acuerdos a los que llegaron en 2005 y 2006 quedaron borrados cuando ambas partes incumplieron sus compromisos. Pero, igual que en Irlanda del Norte, el eventual éxito se construyó sobre una serie de fracasos.

El trabajo paciente, especialmente por parte de los líderes políticos de la izquierda independentista del País Vasco, ayudó a lograr la declaración de Aiete en 2011. En respuesta a una petición de un grupo de figuras internacionales, encabezadas por el ex secretario general de la ONU Kofi Annan, ETA anunció que podría fin a su campaña armada. Desde entonces, las armas han permanecido en silencio.

Ese mismo año, la elección en España de un Gobierno conservador puso fin al compromiso y ha hecho mucho más difícil lidiar con las cuestiones pendientes del conflicto –incluyendo las armas, los presos, los exiliados y sobre todo la necesidad de reconciliación. Incluso desde la oposición, el PP ya había intentado complicar lo máximo que pudo las negociaciones de Zapatero, montando una campaña de crispación o “tensión” en torno al proceso de paz, y ya en el Gobierno, el líder del PP, Mariano Rajoy, puso fin a los contactos con ETA.

Nosotros en Reino Unido lo tuvimos más fácil a la hora de negociar porque hubo un acuerdo bipartidista entre el laborismo y los conservadores que apoyó los esfuerzos de cada uno para alcanzar la paz.

Sin embargo, incluso con la oposición del gobierno del PP, el año pasado fue posible decomisar todas las armas de ETA –más de tres toneladas y media– con la ayuda de observadores internacionales. Y hace unas semanas, el grupo emitió un comunicado en el que se acercó a una petición de disculpas a las víctimas de la violencia, mucho más de lo que lo ha hecho cualquier organización de este tipo, incluso si no fue suficiente para satisfacer a algunas víctimas.

Hoy presenciamos la página final del capítulo final de la violencia política en el País Vasco. Desde mi punto de vista, la lección que debemos aprender de este largo proceso es que a menos que se combine la presión efectiva de fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia con diálogo, es muy improbable llegar a solucionar el conflicto.

Y esto lo podemos aplicar a los conflictos que están comenzando. El riesgo que corre el gobierno español con su enfoque del conflicto en Cataluña es que podría llevarnos a otro período de violencia política igual que el vasco que está finalizando. Hasta ahora afortunadamente, el problema se ha mantenido llamativamente de forma pacífica. Pero si las herramientas políticas que se utilizan son solo el encarcelamiento, las políticas de mano dura e imponer el control directo desde Madrid, el riesgo permanece. Y sin intentos de abrir el diálogo político con los independentistas de allí, no habrá solución política.

El dilema de Rajoy es difícil. A él lo supera Ciudadanos, un partido aún más radical, y el ala de derecha de su propio partido, que se oponen absolutamente a una negociación. Pero a veces hace falta coraje político para evitar un conflicto. En Irlanda del Norte, podría haber habido un acuerdo en 1973 en Sunningdale, si se hubiera incluido a los unionistas y al Sinn Féin. Pero no los incluyeron, y sufrimos 30 años más de derramamiento de sangre en nuestras calles hasta que alcanzamos el acuerdo de Viernes Santo, un pacto que Seamus Mallon –el católico moderado del SDLP, viceprimer ministro (del Ulster) en aquel momento– describió como “Sunningdale para los que tardan en aprender”.

Espero que los acontecimientos de Cambo-les-Bains sirvan de lección para los líderes políticos de Europa y el resto del mundo. Hay una forma de acabar con los conflictos armados. Requiere un fuerte liderazgo, paciencia y la voluntad de hablar con tus enemigos.

Jonathan Powell. Jefe británico de las negociaciones en Irlanda del Norte desde 1997 a 2007

Traducido por Lucía Balducci

http://www.eldiario.es/theguardian/ETA-IRA-lograr-implica-enemigo_0_767823984.html

 

ETA pasa a la historia

ANTONI BATISTA

La organización se retira antes de cumplir 60 años y sin que Mariano Rajoy se haya sentado a negociar

ETA pasa a la historia. No ha llegado a los sesenta años, un aniversario que felizmente no se celebrará en 2019. Dejan atrás el terrible balance de cerca de ochocientos cincuenta muertos, miles de heridos, daños materiales y extorsiones incalculables. Y el sufrimiento dentro de sus filas, con quinientas víctimas más y muchísimos años de prisión. Ahora tocará dilucidar quien escribe esta historia definitiva, no la de los unos y la de los demás, y responder desde la distancia a todas las preguntas que la batalla propagandística ha impedido incluso formular.

Un grupo de jóvenes ilustrados fundaron Euskadi Ta Askatasuna despacio, de abajo hacia arriba, a principios de los años cincuenta del siglo pasado, y el día de San Ignacio de 1959 le dieron el nombre definitivo y sobre todo el acrónimo: ETA. El PNV también se había bautizado bajo el mismo patronaje, en 1895, y de alguna manera era la ascendencia burguesa de aquellos hijos, “los chicos”, o por lo menos parientes, que, empeñados en romper con la genética de clase y hacer la revolución socialista, mantienen el vínculo de la reivindicación nacional. “Pro libertate patria, gens libera state”, personas libres en una patria libre, la conexión con los Infanzones de Obanos, en el Reino de Navarra en el siglo XIII, que reivindicaban como la razón histórica del Estado propio.

Una tradición de resistencia que remonta a la derrota de Carlomagno en Orreaga-Roncesvalles y que se fue reciclando en cada momento después de la anexión de Navarra a la España de los Reyes Católicos, con episodios a sangre y fuego y héroes y mártires bajo la dirección militar del duque de Alba. Desde entonces, el imaginario de la izquierda abertzale ha escrito un libro que podría ser el de Angel Rekalde ‘Dorregarai. La casa torre’. Rekalde, con veinte años de prisión, tres carreras y un doctorado, es lo bastante ‘auctoritas’ como para argumentar una lucha atávica, en la que las armas se pasan de padres a hijos desde las guerras carlistas hasta ETA, siempre contra el mismo enemigo, y que acaba con derrota. “No luchábamos contra Franco, luchábamos contra España”. Esta frase me persigue desde que me la dijo el que ahora ya podemos afirmar que ha sido el último general de aquella tropa, cuando le hice la pregunta recurrente que tanta gente se hacía: ¿por qué ETA no se disolvió al final de la dictadura?

Las diversas refundaciones

Las diversas refundaciones estratégicas de ETA mantienen la causa primera de la liberación nacional antes de que el social, pero las tácticas se acomodan a las circunstancias políticas y la valoración de la capacidad del “enemigo”, en el discurso militarista. En ningún caso piensan en ganar al Estado -y que éste se aviniera al ejercicio del derecho de autodeterminación-, pero invocan victorias parciales que alimentan la utilidad del combate y cohesionan la militancia, desde la hacienda propia del concierto económico hasta la desnuclearización del territorio y la conservación del paisaje de Leitzaran.

Las campañas terroristas llegan a zenits de dramatismo en el momento en que ven que es posible hacer un sitio al Estado: doblegarlo a dialogar ya será un éxito. Hay una tensión máxima de acumulación de fuerzas de unos y otros. El Estado activa las cloacas de los GAL, mientras ETA amplía los objetivos y no hila fino en la multiplicación del coche bomba, un arma que acabará por hacer más víctimas civiles que militares. Invocan un aterrador esquema: “la guerra prolongada de desgaste” y “la socialización del sufrimiento”. En Hipercor, en 1987, salta por los aires la vieja teoría de atacar las fuerzas españolas instaladas en el País Vasco, y todavía más eso de “matar verdugos”, que se convierte en un cruel sarcasmo.

En el año siguiente a la respuesta represiva se suma una calculada respuesta política, el Pacto de Ajuria Enea, bajo el principio de aislar a la izquierda abertzale y someterla a una gran presión ambiental. El rechazo social a ETA crece y hace salir gente a la calle: impresionantes manifestaciones de rechazo a los asesinatos de los políticos electos del PP Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco. Esto acabará por ser más letal que la policía y los tribunales: ETA cae cuando le quitan el oxígeno que la alimenta, cuando se empieza a plantear qué está pasando para que se movilice contra ellos no sólo la gente de Madrid -con lo que ya cuentan y les viene bien-, sino también la de Bilbao y San Sebastián, la de la costa pesquera y de los caseríos agropecuarios, la que ellos cuentan que representan.

En 1988 ETA y el gobierno español habían dialogado en Argel. El cartapacio reivindicativo que presentan, la Alternativa KAS, es inalcanzable para cualquier ejecutivo central, pero hay una primera tregua en 1989 y un precedente de, al menos, hablar, y de distensión. Respiran incluso los activistas de la primera línea, los presos ven una ventana sin barrotes, y también comienzan o presionar o a ejercer la disidencia con la línea férrea de la dirección que les impedía acogerse a beneficios penitenciarios bajo pena añadida de traición.

La llegada de Otegi

La ruptura de las conversaciones abre una etapa de más saña, pero el gobierno español se vacuna contra un diálogo que considera inviable. Entonces la izquierda independentista cambia de paradigma y tienta la vía PNV, trenzar una mayoría parlamentaria nacionalista en ausencia de violencia y cambiar las armas por las urnas. Es el pacto de Lizarra-Garazi, el 12 de septiembre del 1998, con un cambio generacional y de perspectiva liderado por Arnaldo Otegi. Aquella experiencia dio para mucho, fue realmente el fundamento más profundo del viaje al final de la violencia. El jefe de ETA, Josu Urrutikoetxea, era parlamentario. El brazo civil y el brazo militar, Otegi y Josu Ternera, estaban sentados al lado en los escaños del hemiciclo, era posible una traducción de la productiva asociación entre Gerry Adams y Martin McGuinness en la Irlanda que había inspirado aquel modelo de paz que traducían del gaélico al euskera.

La legislatura de Lizarra duró poco, de 1999 a 2001, pero fue suficiente para saborear las ventajas de una sociedad relajada, cansada de tensiones, y para que la izquierda abertzale se diera cuenta de que persistir en la violencia era un camino que sólo podía terminar en prisión, mientras que la vía democrática era un campo abierto. Antton Etxebeste, que había sido el jefe de la delegación de ETA en Argel, comienza a reflexionar sobre el eje binario disyuntivo de la informática: “Cuanto más violencia, menos independencia”, y de ahí el paradigma que acuña y firma: “perder la batalla militar no debe significar perder la batalla política”.

Ningún gesto del PP

La idea de que la guerra estaba perdida no cuaja más en las filas abertzales porque el PP se ceba en la derrota, y rendirse incondicionalmente no es el final honroso previsto a medio siglo de lucha. Buscarán una salida asumible, pero la derecha española no está ni siquiera en la tesitura de paz por presos. ETA opta, pues, por la vía unilateral, con una cobertura diplomática. Fue el 17 de octubre del 2011, en el palacio donostiarra de Aiete, con una Conferencia Internacional en la que personalidades políticas de primerísimo nivel y de diferentes países avalaban la gran decisión de la organización de cerrar definitivamente la vía armada, que llegaría en un comunicado tres días después, con todo un secretario general de las Naciones Unidas y Nobel de la paz, Kofi Annan, de cabeza de cartel.

Otegi y Urrutikoetxea, los escaños vecinos del hemiciclo de Vitoria, son actores esenciales del final de esta historia. Ambos, en escenarios diferentes y con diferentes grados de complicidad, entre 2004 y 2006, dialogarán con un interlocutor socialista de peso, Jesús Eguiguren, líder del partido en Euskadi que había sido presidente del Parlamento. Hace el papelón de ir a su (bola), sabe hacerse el loco y sabe callar, pero es un académico de gran nivel y detrás tenía el visto bueno del presidente Zapatero y de un político de tan cubicaje como Pérez Rubalcaba en la sala de máquinas. Nuevo alto el fuego.

Con el PP de nuevo en el gobierno y, aunque parezca mentira, más escorado hacia la derecha por la presión de Ciudadanos, Otegi cumplirá seis años y medio de prisión, Urrutikoetxea volverá a ser Josu Ternera y se instalará en un exilio clandestino, y no habrá ni una medida de gracia para los presos. Al contrario, a cada paso de distensión hecho por la izquierda abertzale, responderán con la canción de nunca acabar del no basta: cuando cesaron la actividad armada, pidieron la entrega de las armas; cuando entregaron las armas, dijeron que era un montaje y que exigían la autodisolución, y cuando avistaron la autodisolución, subieron aún más el listón pidiendo colaboración con la justicia para esclarecer los atentados no juzgados y probablemente no sólo liberar presos, sino ampliar su nómina.

El peso de las víctimas

El balance más doloroso de esta historia es el de las víctimas. De todas las víctimas porque todos somos iguales ante la vida y ante la muerte, con uniforme o vestidos de civiles. Todas deberán tener su memorial y afrontarán el fin de ETA como la conciencia les aconseje. Las hay que aceptan el perdón que les piden, mientras que otras exigen el cumplimiento de las condenas sin ningún beneficio penitenciario. Los intereses políticos desgraciadamente interferirán y el fantasma de la violencia funciona para criminalizar ideologías que en sí mismas no delinquen.

En Irlanda, el Acuerdo de Viernes Santo, que puso fin a las hostilidades e inspiró Lizarra, ha cumplido veinte años. Hay coincidencia en todos los implicados en el conflicto, unionistas y republicanos, en que la amnistía tuvo efectos balsámicos, y en valorar en lo que vale el respeto del derecho a la vida. El Sinn Fein, brazo político del IRA, estima que se deben mantener los lazos de diálogo, a cuyo efecto ha designado un grupo de militantes, encabezados por Tom Hartley. Él estuvo preso y también fue alcalde de Belfast. Me explicaba la importancia de la humanidad y el humanismo para que arraigara la paz.

ARA

 

Cuando ETA cierra la puerta…

Ramón Zallo

CUANDO ETA cierra la puerta, se ha acabado un problema; no así los problemas. En la habitación veremos una larga herencia de personas víctimas -que lo fueron por decisión ajena- y de personas presas -que ya no son lo que fueron ni existe el colectivo al que obedecían- y un sinfín de dolores, fracturas, fracasos e ilusiones colectivas que requieren cuidados distintos.

El anuncio ayer de su disolución, a escenificar como ritual de cambio mañana, ha sido largamente esperada como despedida definitiva y total. Un certificado final para un gran alivio. Por allí pasaron distintas generaciones de militancias que han rozado o tocado a la mayor parte de las familias vascas y afectado a todas, dentro de esa onda larga de 60 años de violencia que buscaba objetivos que se querían liberadores. Con el rubicón del antes y después de 1979, entre la dictadura y la democracia demediada que vino, ETA ha tenido significados sociales distintos (defensivo versus ofensivo, comprendido versus repudiado…).

Esa despedida que comenzaba en 2011 se ha ido desgranando de forma exasperantemente lenta, a cuentagotas, pero con el mérito de ser unilateral, ordenada, sin herederos conocidos, mirando al futuro, con vocación reconciliadora, con cambio previo de estrategia de la corriente en la que se inscribía y arropada por las fuerzas vivas de norte y sur de Euskal Herria. Tiempo de esperanza…

A esa gran noticia le acompaña, sin embargo, mucho ruido sobre cuestiones colaterales y también mucha indiferencia, como temática tenida por amortizada sobre la que aún no somos plenamente conscientes.

comunicado del 8 de abril y lo que falta

El comunicado de ETA del 8 de abril sobre el daño causado fue, en su lenguaje y términos, bastante más allá de lo esperable. Era un lenguaje desarmado y no de armas, cercano en lugar de hermético, de valores socialmente compartidos, sin idearios impuestos en el propio lenguaje y, curiosamente, más ético que político. Y ello a pesar de que seguía identificando la causa vasca con su propia causa y el conflicto con su conflicto con el Estado, erigiéndose sin motivo en la representación de la colectividad; lo que le llevaba a diferenciar a las víctimas desde un cuadro mental de amigos, enemigos y otros (“sin responsabilidad alguna”). Un patrón de análisis muy propio de una organización militar que aún no ha desembarcado en los parámetros civiles al uso en una sociedad democrática. También es conciencia colectiva que, al contrario de lo que se dice en el comunicado, hay algunos atentados que, por incómodos, nunca se reivindicaron.

En estos tiempos en que gobiernos, partidos… hacen o bien ética retórica sin política o bien política escondida bajo la tejavana de la ética, lo que habría que esperar -pedir a la izquierda abertzale porque ETA ya no estará- es una historia estratégico-política autocrítica o, al menos, sincera y coherente con los últimos pasos para que estos no parezcan insinceros u obligados sino que responden a una reflexión de principios y estratégica que, ahora, aparece incompleta.

No se trata de preguntarse si hubo “decisiones erróneas”, sino si fue legítima la violencia desde 1979. ¿Ha sido útil? Si no lo era. ¿cuando dejó de serlo? ¿Ha conseguido algo? Y el paso de la hegemonía sociopolítica en el espacio público en los 80 al deterioro de los 90 ¿cómo se pudo dar? ¿Y el control militar de la corriente? ¿Quién debió tener el liderazgo estratégico? Hipercor, Yoyes, Blanco… ¿Y matar representantes electos? ¿Y la degeneración de Oldartzen? ¿Y Argel, Lizarra y Loiola? ¿Y que algunos personajes llegaran a la cúpula? ¿Cómo periodizar la historia de ETA desde su fundación, escisiones y giros? ¿Y el coste de oportunidad, o sea, lo que se ha dejado de hacer porque la lucha armada lo impedía o bloqueaba?

Esta es la historia a escribir para hacer creíble, sin desmemoria, la estrategia del presente. Una deseable y sanadora refundación de una izquierda abertzale que va por buen camino ante una sociedad ya cambiada.

Interpelando a los otros actores

En general, las instituciones no han estado a la altura de las circunstancias en esta fase final de desaparición de ETA. Los aparatos de Estado españoles han sido provocadores, indignos y estúpidos -animando a que surjan retoños- y su chulería pasará la factura del desapego, como lo tendrán en Catalunya para toda una generación. Ahora resulta -desdiciéndose- que ni siquiera reconsiderarán la política penitenciaria con la obvia intención del ensañamiento y de tener entretenido al país en temas colaterales, de paso que se cargan la sustancia integradora del Estado de Derecho en el que nunca creyeron. Lo malo es que aquí simultáneamente nuestras instituciones cambian cromos con ellas pero no en esta colección.

Nuestras instituciones vasco-navarras han tenido, ciertamente, otra actitud, más positiva; pero han sido seguidistas de la sociedad civil, poco proactivas, incluso oportunistas, mirando conveniencias, sin la perspectiva a largo plazo de un país que necesita aliento y encuentros.

¡Ay los media! Desde que su gran mayoría degeneró, vendiendo hasta el último ápice de su agenda, ya no pretenden forjar opinión pública sino disciplinarla en valores de orden público. No existe “cuestión nacional” ni problema político, solo hubo violencia nacionalista y radical que la patria -la única patria, la española, que además es sinónimo de democracia y Estado de Derecho como todo el mundo sabe en el Reino de Jauja- ha sabido derrotar; esa patria que como imperio guerrero, potencia colonizadora o Estado fascista ha matado, a lo largo de los siglos en España, Europa y América Latina, más gente que miles de ETAs juntas. La patria heroica y épica siempre es la propia y la patria asesina o cómplice, la de los otros.

ETA, al menos, ya ha dicho unilateralmente la frase “¡lo siento!”, de modo más creíble que la del cazador de elefantes que nos dejó a su heredero y, desde luego, más efectiva. En cambio hay una hipocresía criminal inconmensurable en quienes le piden cuentas a la izquierda abertzale y ocultan las gravísimas suyas.

El PP -heredero del franquismo genocida y dictatorial- nunca ha pedido perdón y sigue ocultando las víctimas en las cunetas, propugnando el olvido, mientras degenera el Estado de Derecho hasta ponerlo torcido; pura carcasa irreconocible en parámetros occidentales de libertades.

EL PSOE nunca ha pedido perdón por el GAL -indicando cómo y quién lo montó, por ejemplo- a pesar de que Rafael Vera lo ha reconocido orgulloso públicamente sin que nadie de la casa le desmienta o critique. Una gran asignatura pendiente.

Ambos carecen de legitimidad para decirles nada a los abertzales mientras no se disculpen por la parte miserable de su propia historia.

Para acabar, la pregunta que cada uno deberá responderse sobre el pasado es si estuvo a la altura de las circunstancias frente al franquismo y ante la Transición, frente a ETA y sus desmanes, frente al terrorismo de Estado, y frente a un Estado involucionista, centralista, antisocial y represivo. ¡Cada cual sabrá!

Deia

 

 

Una historia demasiado larga

Iñaki IRIONDO

La historia de ETA, de sus militantes, de los partidos que nacieron de ella va más allá de su actividad armada y entronca con profundos movimientos políticos que han marcado el devenir de las últimas cinco décadas en Euskal Herria y en el Estado español.

Hace cuatro meses y unos pocos días murió Josemari, veterano gudari nacido en 1938. En estas fechas históricas lo recuerdo un mediodía en la barra del bar, con su zurito sin alcohol –órdenes de su médica– mirando a la televisión que tenía conectados los subtítulos que permiten seguir el contenido del informativo aunque no se puede oír. En la imagen, Iñigo Urkullu incidiendo en que, no recuerdo si ETA en concreto o la izquierda abertzale en general, debía reconocer «el daño injusto causado a todas las víctimas, a todas sin excepción».

Josemari posó el vaso en la barra despacito y respirando hondo, nos miró y preguntó al aire «¿cuál era la forma justa de que Melitón Manzanas dejara de torturar? ¿Denunciarlo a la Policía? ¿Esperar que lo juzgaran los tribunales franquistas?». Antes de que pudiéramos contestarle, siguió: «¿O lo justo era dejar que nos siguiera machacando?»

Nos quedamos pensando –yo al menos– cuánta hipocresía hay en algunos discursos político. Debe haber memoria, claro está, una memoria completa. Cuando en las verbenas de Euskal Herria los jerséis se lanzaban al aire impulsados por el «eup, lara», había celebración por un atentado de ETA. Una explosión que, por cierto, dejó a Francisco Franco sin su heredero para continuar con el franquismo.

Se pretende en estos días despojar a la actividad de ETA de su carácter político, pero hay que preguntarse, por ejemplo, qué habría pasado si el almirante Luis Carrero Blanco hubiera sobrevivido a Francisco Franco. Con independencia de la opinión o juicio ético que cada cual tenga sobre la actividad armada de ETA, lo que no se puede negar es su incidencia política y, en el ejemplo que nos ocupa, su contribución decisiva al final del franquismo.

En una tertulia radiofónica reciente, un conocido y popular ex senador del PNV diferenciaba entre la ETA del franquismo y la posterior. A la que se rebeló contra la dictadura le concedía cierta justificación.

Es éste un terreno muy resbaladizo, puesto que el juicio ético («matar siempre estuvo mal») es sustituido por los análisis políticos y estratégicos («matar estuvo mal o no tanto, según cuando y a quién»). ¿Y dónde se pone ahí la frontera temporal entre el bien y el mal? ¿En 1975, en la amnistía de 1977, en el referéndum de la Constitución de 1978 (rechazada en Euskal Herria), en la aprobación del Estatuto de la CAV en 1979 o en la del Amejoramiento del Fuero navarro de 1982?

A lo largo de su historia, ETA ha sufrido escisiones y agrupaciones de sectores antes divididos, en unos casos para abandonar la lucha armada y en otros para mantenerla, retomarla o amenazar al menos con hacerlo. Algunos protagonistas de esos movimientos siguieron después en activo en la política vasca, bien liderando formaciones, bien en cargos intermedios de partidos e instituciones o bien como comentaristas en medios de comunicación. Y entre ellos hay un nexo común: consideran que la lucha armada estuvo más o menos justificada hasta que cada uno de ellos decidió abandonarla.

Según notables investigadores, ETA fue fruto y semilla de un resurgir político en Euskal Herria en los años 60; las nuevas generaciones se sacudían el terror que producía la represión franquista y el recuerdo paralizante de la guerra y comenzaban a organizarse, generando un cierto efecto dominó.

ETA introdujo importantes innovaciones en el pensamiento político vasco, actualizando las ideas que en las primeras décadas del pasado siglo habían esbozado los primeros partidos abertzales de izquierda, como ANV. Una nueva conjunción entre la lucha de clases y la lucha de liberación nacional, un renovado concepto de quién podía considerarse como vasco o vasca, no en base a su lugar de nacimiento sino al de trabajo. Se dio también otra importancia al idioma y a la cultura que rompió moldes pretéritos.

Antes de optar por la vía armada, ETA ya supuso todo un revulsivo en el mapa político, dando lugar después a una cascada de siglas de distintas organizaciones de izquierda.

Resulta llamativo que, hoy por hoy, el único partido que tiene en su denominación una sigla relacionada directamente con ETA es el PSE-EE, con ese Euskadiko Ezkerra tan íntimamente ligado con ETA pm.

Con un lazo azul en la solapa, la secretaria general del PSE-EE, Idoia Mendia, compareció el jueves ante los medios para criticar que ETA anunciara su final «sin pedir perdón» a todas las víctimas, sin renunciar a su pasado, y con un comunicado «cargado de las mentiras y el cinismo de siempre».

En este punto parece oportuno recordar que en estos momentos en las filas del PSE-EE, y también del PNV y, por supuesto, en las instituciones que en la actualidad gobiernan ambos partidos o las que han gobernado con anterioridad hay no pocos ex miembros de ETA pm o de EIA-EE. Y ETA pm se disolvió sin pedir perdón, como ahora exige Idoia Mendia, y no solo no renunció a su pasado, sino que lo reivindicó abiertamente.

En la rueda de prensa en el frontón de Biarritz, sus dirigentes declararon a cara descubierta (tenían un acuerdo con el Gobierno de UCD) que «pensamos que la violencia armada era necesaria en un momento determinado, pero hoy estamos convencidos de que son los valores y la lucha democrática los que en un avance de conciencia y organización del pueblo pueden dar soluciones verdaderas a los problemas de Euskadi». Según su conclusión «la lucha armada y ETA ya han cumplido su papel». Convendría traer a la memoria que ETA pm realizó acciones armadas en defensa del actual Estatuto de la CAV.

En determinados medios se habla mucho estos días de los atentados de ETA que quedan por esclarecer, quizá puedan tener datos sobre algunos los ex polimilis que ahora militan en las filas del PSE-EE o del PNV o tienen cargos institucionales.

No hay coincidencia en cuántos son los atentados de ETA cuyos autores no han sido descubiertos por la Policía. Porque aquí reside el quid de esta cuestión. Parece que se intenta hacer ver como si existiera una cierta impunidad sobre parte de la actividad de ETA, cuando eso no es cierto. Si hay acciones de ETA sin autoría personal conocida es por carencias de las FSE y de los jueces de la Audiencia Nacional en sus investigaciones. ¿De verdad cree alguien que una organización que ya no existe debería hoy revelar la identidad de los ex militantes que ejecutaron sus órdenes hace veinte o treinta años y que no han sido detenidos o imputados por esos hechos hasta ahora?

En este apartado habría que recordar dos puntos sumamente graves. Por una parte, que existe constancia documentada de que ciudadanas y ciudadanos vascas han sido condenados por acciones que no cometieron en base a autoinculpaciones y declaraciones obtenidas mediante la tortura.

Y dos, que sobre las actuaciones de terrorismo de Estado, sea a través de actuaciones parapoliciales o dentro de los cuartelillos y comisarías, sí que se ha tejido toda una telaraña de impunidad basada en la no investigación, la exculpación, la laxitud judicial, la complicidad mediática y, cuando todo lo anterior no era suficiente, a través de los indultos del Gobierno español de turno.

Como la de ETA, la vida de Josemari también fue demasiado larga como para resumirla en fotos de atentados. Antinuclear convencido, solía recordar cómo la conjunción de la movilización popular masiva, las acciones de sabotaje descentralizadas y la acción directa de ETA consiguieron que las centrales nucleares de Deba, Ispaster y Tutera nunca fuera más allá de los planes en papel y la de Lemoiz se consiguiera parar antes de la llegada del uranio. No nos explicó qué parte de protagonismo daba a cada modo de lucha en aquella victoria popular antinuclear.

Por contra, solía ser más locuaz cuando en la tele aparecía el actual Jonan Fernández y él se acordaba de los tiempos en los que se forzó el cambio de trazado de la autovía de Leitzaran.

Josemari –está dicho– murió a finales del pasado año. Asumió toda la vida las consecuencias de su militancia padecidas en carne propia. Nos mostró cuando creyó conveniente la responsabilidad íntima que arrastraba por algunas de las cosas que había decidido y aceptado hacer. Una historia demasiado larga para simplificarla al maniqueísmo que hoy prevalece en discurso oficiales y mediáticos.

Naiz