¿Y si fuera al revés?

hace dos años, una cuadrilla de navarros fueron a pasárselo en grande a la Feria de Abril de Sevilla. Tal y como lo habían anunciado, en el tráfago de la fiesta envolvieron a una chica solitaria y despistada, le hicieron beber y la metieron en un portal donde la violaron los cinco por todos los lados. Algo bestial. Incluso grabaron la escena en siete vídeos. Hecho esto, la dejaron tirada como un guiñapo, le quitaron el teléfono y siguieron de juerga.

La chica presentó denuncia, la Guardia Civil de Sevilla hizo muy bien su trabajo y en pocas horas los cinco navarros estaban detenidos, acusados de violación grupal, con todos los agravantes. Gente descerebrada, pertenecían a una banda de compinches que se llamaban a sí mismos La Manada.

Los depravados navarros no eran unos cualquiera. Uno de ellos era un liberado de Sortu y otro un concejal de EH Bildu. Los demás eran jóvenes abertzales, entre ellos hablaban cochinadas en euskera y pertenecían a peñas ultras de los equipos de fútbol vascos. Les gustaba enseñar sus tatuajes, donde mostraban su ideología: chicas desnudas, arranos beltzas, ikurriñas, anagramas de los presos.

La violación grupal estremeció a todo Sevilla, Andalucía y a España entera. El Ayuntamiento sevillano, con su alcalde Juan Espadas a la cabeza, se presentó como acusación particular en el juicio. Las mujeres se echaron a la calle. Las imágenes grabadas de esas ratas comenzaron a llenar las redes y televisiones. Bastaba verlos bailar, gesticular obscenamente, leer sus mensajes y correos, para darse cuenta que eran una cuadrilla de babosos, sin más luces que las que les presta el tenue sol del norte. Y mala gente: el jefe de La Manada, Patxi, ya había sido denunciado acusado de enfrentamientos con las hinchadas de otros equipos de fútbol. Además había sido ya condenado por robo con violencia. Buena prenda, el Patxi.

Pese a todo, al poco de ser detenidos surgieron movimientos en solidaridad con ellos, entre sus amigos y vecinos. En Iruña, en un partido de Osasuna hasta sacaron una pancarta con un “¡Aúpa Patxi!”, apoyando a su cabestro. Los vecinos de sus pueblos y barrios pedían su libertad y comenzaron a hacer colectas para pagar sus gastos y posibles fianzas. Afortunadamente, la Guardia Civil volvió a actuar con presteza y persiguió esos actos como enaltecedores de la violencia y del delito.

Antes del juicio, surgió una nueva denuncia que demostraba que esa cuadrilla de vascos era verdaderamente una piara peligrosa. Una nueva chica les acusaba de que dos meses antes de los sucesos de Sevilla, en Pozoblanco, la habían llevado en el coche y en un estado semincosciente habían abusado de ella en manada. También en esta ocasión grabaron ellos mismos los hechos y divulgaron su fechoría. La chica despertó desnuda en el coche, con un cerdo a su lado, mientras en las redes la piara comentaba las escenas y preguntaban si le habían dado burundanga.

Este descubrimiento no pasó desapercibido para los jueces del caso, puesto que indicaba claramente el modus operandi habitual de esa gentuza y dejaba muy pocas dudas sobre su culpabilidad. El nuevo caso se incorporó como prueba acusatoria.

Toda la prensa del Estado destacaba además el contexto profesional, social y político de esos violadores en serie: no era casualidad que dos de ellos fueran profesionales y militantes de la izquierda abertzale, desplazados a Andalucía para violar a sus mujeres y humillar a su población. Así son los separatistas. Ya se sabe cómo desde las ikastolas se les inculca el odio a España y seguro que la kale borroka fue la principal escuela esos jóvenes. La condena debía ser ejemplar.

La Justicia española se puso en marcha como corresponde al Estado de Derecho. Tres jueces juzgaron los hechos con la independencia y seriedad que el caso requería, por su enorme impacto social. El fiscal insistía en que debía juzgarse como terrorismo, dados los antecedentes de los encausados, y pedía para ellos penas de hasta 30 años de cárcel para cada uno. Bajo ningún aspecto se contemplaba que adquiriesen la libertad provisional y les fue aplicada la dispersión carcelaria.

Además, estos hechos habían coincidido en el tiempo con los protagonizados por otra cuadrilla de abertzales de Altsasu, que estaban de madrugada en un bar sevillano cuando fueron agredidos por un numeroso grupo de guardias de paisano, hartos de aguantarlos. Los de Altsasu presentaron denuncia como agredidos pero los jueces archivaron de inmediato el caso. Los vascos provocaron primero, dijeron. La prensa lógicamente interrelacionaba los dos hechos, ambos protagonizados por jóvenes radicales vascos, racistas y supremacistas, que actuaban en Sevilla como tierra conquistada.

Fin del cuento. Afortunadamente las cosas no han sido así, sino como han sido. Mejor padecer a La Manada que parecerse a ella o a sus protectores togados. La pregunta es por qué la historia sería tan diferente si el Prenda fuera un Patxi y los tricornios, txapelas. “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”, le contestaron a Alicia en el País de las Maravillas.

NOTICIAS DE NAVARRA

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