¿Y ahora qué?

Durante más de diez años, desde la castración del Estatut del 2006, el proceso de independencia ha ido tirando en preguntas de café y de sobremesa. Estuvimos más de un lustro sobreviviendo tenazmente con el clásico «¿Cómo lo ves?». Más adelante, con la irrupción del 1-O y la resistencia heroica de los anónimos que nos salvaron las urnas, la gente se acercaba a ti preguntándote, simplemente, «¿Cómo estás?». Proclamada la República Catalana, y no será el último interrogante que nazca espontáneamente de esta época turbia y feliz, los transeúntes catalanes van por la calle preguntándose tozudamente «¿Y ahora qué?». En este país nuestro, ya sabéis, sufrimos una sobredosis de estrategas, y en este presente de hipernoticias nacerán soluciones mágicas a cada hora y recibiréis whatsapps kilométricos con abracadabras llenos de ingenio. Como ha pasado hasta ahora, todas las ideas serán víctimas de la provisionalidad.

Pero algo os tengo que escribir, pues me va el sueldo en ello. Y empiezo por un hecho incuestionable que la velocidad no puede hacer olvidar: tanto el president como los diputados por el ‘sí’ han demostrado una grandísima valentía cumpliendo su propia ley (aunque tarde) y declarando efectiva la República. Podemos reprochar tanto como queramos que Puigdemont coqueteara con elecciones a cambio de una retirada del 155; e incluso podemos entender el miedo de nuestros diputados ante penas de prisión de las que es muy fácil hacer tertulias de bar, pero que afectan a particulares muy determinados, no a nosotros. Podemos hacer toda la megacrítica que haga falta a las últimas horas de procés, pero en política cuenta la recta final y nuestros líderes han respondido. A su vez, Puigdemont hizo muy bien dando ayer la cara para reclamar que sigue siendo el president legítimo y real de todos los catalanes.

Y esta es la primera idea, si se os antoja, tan esfumada como la brisa de octubre: antes de cualquier estrategia electoral para salvar o modificar los comicios que ha convocado Rajoy, resistir y defender a nuestros cargos electos será valor fundamental. Como ya he escrito muchas veces, el 155 es un espantajo que tiene tantas dificultades de aplicación como impedimentos tuvo la policía para atravesar los muros humanos de carne el 1-O. Hace falta que a partir del lunes los altos cargos y trabajadores de la Generalitat, empezando por sus jefes visibles, sigan trabajando con la máxima normalidad. No hay cuerpo policial ni Soraya de turno que pueda aniquilar la actividad de un país durante dos meses. A menudo, la mejor forma de conducta es apostar por la persistencia: que el Gobierno trabaje y, si la policía le niega la entrada en las conselleries, que lo haga desde un espacio ciudadano que se urda para la ocasión. Resistir, al precio que sea.

Paralelamente, hay poco tiempo para pensar la estrategia que nos tiene que llevar a gestionar la injerencia de Rajoy con su imposición electoral del 21-D. El debate ya se encuentra en el seno de los diputados republicanos (porque ahora lo son ya casi todos): o el Govern convoca unas elecciones constituyentes siguiendo punto por punto la Ley de Transitoriedad, lo que tendría que implicar un boicot a las elecciones usurpadas de diciembre, o plantea la posibilidad de presentarse con una fórmula creativa que supere el marco político de Junts pel Sí. Si el Govern tiene poca fuerza para urdir unos comicios, toma cuerpo la posibilidad de formar una lista unitaria y cívica para el 21-D, una lista que si fuera cierta yo llamaría| «Movimiento uno de octubre» y que tendría que estar formada por ciudadanos independientes favorables al proceso constituyente. La opción que le dará más fuerza, evidentemente, es hacer caso a las propias promesas.

«¿Y ahora qué?». Pues, como siempre: resistencia y creatividad. Continuamos.

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