Va de Mossos

Este año ya hace 45 que oí hablar, por primera vez, de conceptos tales como «policía democrática catalana» o «policía al servicio de los ciudadanos». Era el otoño de 1973, en un lugar tan sorprendente por el contexto como la prisión Modelo de Barcelona. Y, para ser más precisos, en la celda de Miquel Sellarés, que no se cansaba de insistir en la necesidad de que la Cataluña democrática del futuro dispusiera de una policía propia, formada en los valores democráticos y entendida como servicio público para la protección de las vidas, los derechos y las propiedades de la gente.

Huelga decir que el escenario y el momento histórico en que se producían las prédicas -la detención de los 113 miembros de la Asamblea de Cataluña-, las investía de un cierto aire exótico, irreal, incluso estrafalario, ya que nadie hablaba de estos temas. Sellarès fue el primer director general de seguridad ciudadana de la Generalitat, en 1983, y a él se debe que los Mossos sean hoy una policía ordinaria e integral, profesional y moderna y no un elemento folclórico de chistera y alpargatas con vetas, como algunos pretendían.

El dilema sobre cuál debía ser la función de los Mossos -se cuestionaba incluso el nombre, que se consideraba inadecuado, a pesar de ser una de las policías más antiguas de Europa, anterior a la gendarmería francesa, a los guardias civiles españoles o los carabineros italianos- indicaba la ausencia clamorosa de gente del país preocupada por los temas de seguridad y defensa, tan imprescindibles en una sociedad moderna. Durante los atentados en agosto del año pasado, así como durante el primero de octubre, se pudo ver claramente qué tipo de policía eran los mossos, tan diferentes, por historia inmediata y por valores, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

El 11 de julio de 1994 se aprobaba la Ley de la policía de la Generalitat-Mossos d’Esquadra, doble denominación correcta, tanto una como la otra, y no la de «policía autonómica», que escuchamos decir todavía hoy, en relación a un cuerpo que ya existía siglos antes de la España de las autonomías y que tuvo un papel importante haciendo fracasar el golpe de estado franquista en julio de 1936, en el Principado. Sobre todo durante las primeras promociones, fueron muchos los jóvenes de ambos sexos que se incorporaron al cuerpo, deseosos de servir a su país a través de una institución nueva y modernizada, pero con raíces históricas profundas, catalana y democrática a la vez.

Aquella ley de 1994, sin embargo, permitía y regulaba el acceso de miembros de las fuerzas armadas españolas, así como de la guardia civil y la policía nacional, al cuerpo de Mossos. A pesar de que la ERC y la ICV de la época se opusieron a esto con enmiendas, la mayoría convergente impuso su criterio y hoy más de 300 miembros de los Mossos provienen del ejército, la Policía Nacional y la Guardia Civil, por lo que la mitad de los intendentes actuales habían pertenecido a alguno de estos cuerpos.

Hoy no es raro ver mossos con pulseras con la bandera española en la muñeca o dirigentes sindicales del cuerpo policial cercanos a Cs o a otro grupo ultra como Vox. Hay, pues, dos tradiciones, que quizás se reflejaban también en las imágenes del día 29: mientras había agentes que no tenían nada que envidiar a algunos cafres del 1 de octubre, repartiendo estopa con mucho gusto, otros procuraron abstenerse, como puede verse en las imágenes.

Así las cosas, creo que es un error la consigna de «Mossos, fuerzas de ocupación», primero porque no es cierto y, en segundo lugar, porque parece poco inteligente ponerse en contra de un colectivo en cuyo interior no son pocos los miembros que están por la causa. Por otra parte, se supone que la República Catalana bien que deberá contar con su propio cuerpo de policía, si no es que aspiramos a ser el único Estado independiente del mundo sin fuerzas policiales, ahora que hay quienes sostienen que tampoco debemos disponer de una estructura nacional de defensa.

Dicho esto, es cierto que hay una larga lista de desaciertos en la gestión de la policía catalana. Empezando por no atender determinadas medidas de carácter laboral y profesional, algunas de las cuales son tan asumibles como necesarias, así como cambios desconcertantes en el organigrama reciente de responsabilidades dentro del cuerpo. Ningún gobierno del mundo, por lo que hace a la manifestación del sábado 29 de septiembre, habría autorizado que desfilara por el centro de la capital nacional un colectivo que se enorgullecía de haber vapuleado a la población por medio de la cual pretendía desfilar. Ya hace años que, por cierto, cada 12 de octubre las manifestaciones fascistas se quitan del centro y se envían a Montjuïc, donde pueden cantar tranquilamente el ‘Cara el sol’, exhibir tatuajes nazis o hacer saludos fascistas a lo grande, como se pudo ver el pasado sábado.

Separando la manifestación de repartidores de leña profesionales de la antifascista sólo por un cordón policial -¿quién decidió aquella medida?-, no es extraño que, viviendo lo que vivimos de un año a esta parte, hubiera jóvenes de sangre caliente que intentaran responder a la provocación rompiendo el cordón policial. Pero no se entiende la respuesta posterior de los Mossos golpeando innecesariamente a manifestantes cuando todo había terminado, interviniendo lunes en Via Laietana cuando la gente ya se iba, o bien en el operativo policial ante el Parlamento, o negando unas cargas que todo el mundo había visto, como si se tratara de un ministro del Interior español cualquiera.

No puedo dejar de decir que ha habido imágenes de estos días que no me han gustado nada, ni por parte de Mossos, ni por parte de manifestantes. Peleas y golpes entre policía catalana e independentistas catalanes es un regalo demasiado gratuito para servirle en bandeja de oro a nuestros enemigos y permitir que acabe así el discurso tradicional de que la violencia siempre estaba ausente de toda manifestación independentista. Ahora ya no lo podemos decir. No han hecho, pues, ningún favor a la causa, al contrario. Pero el nivel de fogosidad de los manifestantes autóctonos que hemos visto queda, francamente, muy por debajo de las manifestaciones en la pacífica Suecia, la seria Alemania o la republicana Francia, donde sí puede hablarse, sin rodeos, de violencia.

Por más que a mí, personalmente, como ciudadano, no me gustaran ciertas imágenes, la puerta del Parlamento recibió un número infinitamente inferior de adhesivos que los que cubrieron los dos vehículos de la Guardia Civil, aparcados delante del departamento de Economía, en septiembre del año pasado. Y el intento de asalto-asalto de verdad es lo que hicieron manifestantes unionistas el 29 de octubre de 2017, alzando las vallas protectoras del Palau de la Generalitat. No podemos hacer, pues, regalos innecesarios al enemigo, pero tampoco debemos asumir ni su lenguaje, ni su visión de los hechos, porque siempre, siempre, irán en contra de nuestros intereses. En fin, en un proceso de independencia, cuando va de verdad, las dos carteras más importantes, más potentes, más delicadas y que requieren los responsables mejor preparados para este cometido son Interior y Exteriores. Pues, eso.

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