Una de marxchismo

La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música (Groucho Marx)

En los últimos tiempos las páginas de Diario de Noticias de Navarra son escenario de un amplio debate sobre la guerra de 1936, la rebelión militar, el papel jugado por el Partido Carlista y, en general, su sentido histórico. Todo ello subsumido en un trasfondo, parcial y sesgado, sobre la memoria histórica.

Resulta estimulante analizar los claroscuros de una fuerza tan compleja como el carlismo, que movilizó a grandes sectores de nuestro país, unas veces en defensa de libertades y otras lamentablemente en sentido contrario. Lo que resulta alucinante, en cambio, es la ausencia de esa misma mirada crítica hacia las andanzas de sus adversarios.

El liberalismo español, antagonista histórico del carlismo, es al liberalismo lo que la música militar es a la música. La frase de Groucho Marx matiza con la ironía necesaria el recorrido político que bajo el nombre de liberalismo se ha llevado a la práctica a lo largo de los siglos XIX y XX en el Estado español y justificado en manuales de historia y medios de comunicación.

La pesada carga de la liquidación del imperio americano, asiático y africano, fue un lastre que dejó su huella en la evolución de los acontecimientos políticos en el Estado, incluso en el origen de la guerra de 1936-1939. De hecho los principales militares del golpe eran todos africanistas.

El siglo XIX, a su vez, representa un continuo en el que los golpes militares, encabezados a menudo por los espadones rebotados del imperio, alejan la política española de cualquier veleidad liberal. Puro militarismo. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. La fase del siglo que cierra el general Pavía en 1874 con su disolución del Congreso de Diputados, y sigue con la llamada Restauración de Cánovas en 1875, es una sucesión de golpes de Estado que comienzan en la práctica con el de Riego en 1820, la mayor parte a manos de militares coloniales: O’Donnell, Espartero, Serrano…

El muy liberal sistema político español fue heredero de la monarquía absoluta en muchos sentidos pero, sobre todo, en su intento de imitar el jacobinismo francés. Este sistema procuró hacer tabla rasa de los regímenes jurídicos, administrativos y políticos forales, principalmente el de Navarra, reino subordinado desde la conquista de 1512-1530, pero con instituciones propias: Cortes y Diputación del reino hasta 1841, fecha en la que pasó de ser reino distinto de Castilla a ser una provincia española más.

Estos agravios, junto a las desamortizaciones de bienes comunes, provocaron un conjunto de conflictos dentro del Estado español que se “resolvieron” dentro del sistema corrupto que siguió con dicha Restauración de Cánovas e incluso con la dictadura de Primo de Rivera. Siempre en favor de los grupos oligárquicos, por cierto: terratenientes, militares y la jerarquía católica. Aparentemente tuvo un paréntesis en la segunda república española de 1931. Pero los próceres republicanos, también muy liberales, no dudaban, por ejemplo, de la ‘libertad’ de bombardear Barcelona como ejercicio rutinario. Como afirma Manuel Azaña en sus Memorias: «Una persona de mi conocimiento asegura que es una ley de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada 50 años».

Y sigue: «El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos».

Otra muy liberal declaración del mismo, en relación a José Antonio Aguirre y Lluis Companys: “Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero”.

Al igual que todas las justificaciones nacionalistas de raíz castellana sobre la visión que de la historia de una España hipostasiada tenían dos eminentes liberales en competición: Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro.

Así pues, resulta un chute de marxismo puro (grouchiano) descubrir a unos sedicentes herederos de Basilio Lacort –guardia civil, por cierto, al igual que su padre y, eso sí, gran comecuras– que intentan vendernos mercancía averiada como el summum del “liberalismo progresista”. Puede ser ignorancia de la historia, o quizás falta de cultura universal, de principios políticos. O tal vez simple adoctrinamiento. En cualquier caso, un sarcasmo.