Un año del 1-O

Ahora que hace un año

MIQUEL DE PALOL

EL PUNT-AVUI

La fortuna ha hecho que estas líneas salgan en el aniversario de unos momentos inolvidables. Consciente de la irrelevancia de mi persona, los recordaré someramente. A lo largo del día 20 de septiembre llegaban noticias confusas a través de los amigos y del móvil. Yo tenía una comida de junta en el Ateneo, que se alargó, y, al terminar, me acerqué. Iba a echar un vistazo y poco más, pero un señor del servicio de orden me reconoció y me hizo entrar por el pasillo formado por ellos mismos, hasta la puerta de la consejería. Había, justo delante, uno o dos guardias civiles, y entre ellos y la gente, un par de mossos de escuadra. Ningún signo de tensión entre ellos, ni en relación con los ciudadanos, entre los que no vi ningún indicio de violencia. El aire era (quizás extrañamente, dada la gravedad de lo que pasaba dentro) inequívocamente festivo. Encima de los coches aparcados había juventud con banderas gritando consignas y cantando, y prensa haciendo fotos y filmando. Debía ser entre las 16.30 y las 18.00. Si me llego a imaginar que el detalle sería tan importante me habría fijado más, aunque está claro que la verdad o mentira del relato es irrelevante, porque incluso las gallinas saben que las sentencias ya están dictadas. Me recuerda a lo que cuentan de Sun Yat Sen, hace más de cien años: cuando era un joven revolucionario lo secuestraron en Londres y lo encerraron en la embajada china, donde un funcionario le anunció que lo llevarían a China para cortarle la cabeza. Él dijo «¿Sin juicio me cortarán la cabeza?», Y le respondieron «No, señor, somos un pueblo civilizado. Primero le haremos un juicio, después le cortaremos la cabeza. Sun Yat Sen tuvo un papel importante en el derribo del imperio y terminó siendo el primer presidente de la República de China.

La víspera del 1-O yo volvía de Quebec -donde por cierto había participado en un acto independentista frente al consulado español-, y no me costó nada estar a las 5.00 en el colegio -junto al mercado de la Concepción-, porque el ‘jet-lag’ me tenía despierto un rato antes. Con mi hijo lo vimos todo desde primera fila: cómo la gente iba viniendo, la lluvia -que no hizo desistir a nadie-, y la hora exultante de la llegada de las urnas, por el pasillo de los votantes que les alentaban, les felicitaban, les aplaudían. A las 9.00 se dejó pasar primero a quienes iban en silla de ruedas, a la gente mayor y a los que tenían algún problema físico. Después, compás de espera. La gente aguantaba como podía bajo la lluvia, y desde el interior se daban consignas de apagar los móviles o ponerlos en modo avión, porque la red se caía y no se podía votar. Ya en ese momento se decía que podía ser -y así se confirmó después- sabotaje de la policía española. La noticia de la actuación de los piolines en otros colegios llegaba incierta y mortecina. Hacia las 12.00 el ‘jetlag’ me pasaba factura, y viendo que no podría votar hasta pasadas horas fui a casa a echar una dormida.

Me desperté sobre las 16.00, piqué algo y puse la tele antes de volver en mí. Me dejaron helado las imágenes que ya conoce todo el mundo: cabezas ensangrentadas, gente escaleras abajo, la chica de los dedos pillados, etc. Pensé, «me quedo en casa». Me duró un minuto. No podía hacerlo, y aunque ahora no sé si jugaron principios, dignidad, honor que no creo tener, o tan sólo no ser tan diferente de los demás como la mayoría creemos ser. Aún no se sabía que los palos se habían acabado. Volví. La Delegación del Gobierno está a dos ‘manzanas’, y como los ‘furgones’ policiales pasaban a menudo, más de una vez se extendió la alarma de que venían. Nadie hizo ningún gesto de huir, al revés, se tensaban para plantar cara. Me quedé hasta el recuento final de votos, habiéndome hecho la mar de amigo de unos cuantos a los que no conocía de nada, y no sé si los volveré a ver nunca.

No me tengo por modelo de nada, más bien lo contrario. En los momentos de tensión, todo el mundo a mi alrededor me parecían más valientes que yo. ¿Quizás le pasaba lo mismo a alguien más? Cada uno lo sabe. Por analogía, hay que concluir que la mayoría de la población tiene las ideas claras y una voluntad más que firme para llevarlas a cabo. ¿Esta mayoría es la mitad del conjunto? ¿Es más?, ¿es menos? Sólo se sabrá a ciencia cierta y sin discusión con una votación con todas las garantías materiales. Las morales ya las tenía, y aún multiplicadas por lo que pasó, lo del 1-O, que al parecer no hay manera de recuperar para hacer efectivo el resultado. Si finalmente fuéramos mitad y mitad -cosa que dudo, porque somos bastante más-, los unionistas deberían reflexionar sobre el hecho de representar a una gente que -muy respetablemente- se quedan en casa, y -ya no tan respetablemente- cuando salen son cuatro cafres que con estilo tabernario van a insultar y repartir leña, en contraste con unos contrarios que cada año hacen (como mínimo) una exhibición de civismo y coherencia ante el mundo.

 

No hay tiempo para la nostalgia

SEBASTIÀ ALZAMORA

ARA

Existe un independentismo no mágico, sino de parque temático, que se piensa que hacer república es intentar ir a palos contra la provocación más grosera posible (la manifestación de Jusapol) para acabar haciendo lloriqueos porque los Mossos les maltrataron. El lloriqueo consiste en exigir la disolución de los Mossos y la dimisión del consejero Buch y denunciar al presidente Torra por «ir contra los antifascistas». Si algún día se cansan de dar lecciones a los demás, tal vez descubran que el espíritu revolucionario y la lucha contra el fascismo son vías de civilización que requieren más coraje e inteligencia de los que se necesitan para regalar argumentos, portadas y vídeos a todo el nacionalismo español, desde Vox hasta el ministro Borrell pasando por sus medios de comunicación. El independentismo de parque temático, en todo caso, compite en eficacia como instrumento del unionismo con el PP y Ciudadanos, con los que suelen coincidir en votos y demandas. Por cierto, la manifestación de los policías orgullosos de apalear ciudadanos indefensos fue la viva imagen del fracaso y el ridículo. Ellos solitos se hunden perfectamente en la miseria, no es necesario que nadie les acompañe.

Otra cosa, ciertamente, fue la concentración en la plaza Sant Jaume, que conectó con el espíritu del 1-O y que por eso mismo no ha merecido tanta atención de los medios, especialmente de los del 155, que prefieren chuparse los dedos publicitando «la jauría» (diario Abc ) independentista que les hizo el regalo tan codiciado de unas imágenes de violencia, y además con los Mossos. El espíritu del 1-O, sin embargo, no vende tanto, porque es un espíritu de movilización y organización civiles, de pacifismo, de tolerancia y de respeto que no es útil a ningún planteamiento que no sea el de la radicalidad democrática. Es mucho más complejo y articulado, y, a diferencia de otras posturas que se pretenden más radicales, está vivo.

Por eso mismo, la nostalgia por lo que pasó hoy hace un año es un ejercicio autocomplaciente pero estéril. Habrá tiempo para nostalgias cuando todo esto haya terminado, y no será pronto. El 1-O, pero también antes y sobre todo después, han dejado en la más cruda de las evidencias un estado de derecho y un sistema político. Se aplicó el 155, se conculcaron derechos y libertades fundamentales, hay presos y exiliados políticos, y un juicio político contra ellos tendrá lugar en los próximos meses. El conflicto entre Cataluña y España se ha instalado (más larvado que explícito, pero presente) en la agenda europea, y la pugna por la internacionalización del Proceso será larga. La brutalidad y las mentiras de hace un año le hicieron perder Cataluña a España (o independizaron el Estado español de Cataluña, para decirlo en palabras de alguien tan poco sospechoso de independentismo como el ministro Ábalos). La respuesta a todo esto exige todavía la celebración de un referéndum acordado y reconocido internacionalmente. Y pide cancelar a lo lloricas: los de las nostalgias azucaradas y los de las rabietas de mentirijillas.