Tucídides y su trampa

La guerra arancelaria de EE.UU. con México, Canadá, la UE y, en particular, con China, se endurece. Y el pesimismo se extiende: Trump ha ampliado hasta los 250.000 millones de dólares el volumen de ventas chinas sujetas a tarifas más altas. China ha respondido aumentando sus aranceles y avisa que continuará en ese camino si no se frena la escalada. En Europa, y tras algunas escaramuzas sobre el acero y aluminio, se acumulan también señales muy negativas: a partir de septiembre, unos 60.000 millones de exportaciones europeas de vehículos a EE.UU. pueden verse penalizadas. Veremos nuestra respuesta, aunque el club muestra, como siempre, diferencias: el eje atlántico (Portugal, Francia, Holanda y Dinamarca) desea una posición dura, pero Alemania teme por sus ventas de coches y pone sordina a las sanciones. Finalmente, les ahorro los temores que esta guerra ha desatado en Corea del Sur y otros países asiáticos que forman parte de la gigantesca cadena de montaje china: si las ventas de esta se ven afectadas, su impacto se trasladará a ellos.

¿Qué está pasando? Una lectura superficial de esta crisis pone el acento en la personalidad de Trump. Pero me parece que son intereses de mayor calado los que mejor explican la nueva política comercial americana. Porque, ¿quién ha aprovechado mejor la globalización? Muchos se han beneficiado, pero no hay duda de que China es la gran vencedora. Para muestra, un botón: si en el 2001 acumulaba 100.000 millones de dólares en reservas exteriores, desde el 2014 supera los 3,5 billones (con b de Barcelona), y se sitúa como el primer país del mundo por este concepto.

Este radical cambio es el que EE.UU., con Donald Trump liderándolos, no pueden aceptar pasivamente. Y su respuesta se inscribe en lo que se ha venido en llamar la trampa de Tucídides, es decir, la inevitabilidad del conflicto entre el poder establecido y el recién llegado que pretende desplazarle. Esa trampa se basa en las razones que dio el historiador griego a la guerra del Peloponeso: fue el creciente dominio marítimo ateniense el que encendió los temores, y la guerra, de la hasta entonces dominante Esparta. Esta visión fue recuperada y ampliada por Donald Kagan en 1995, en su conocida On the origins of war and the preservation of peace. Para Kagan, las guerras del Peloponeso, las Púnicas entre Cartago y Roma, la I Guerra Mundial y la guerra fría no son más que ejemplos del inevitable choque entre la potencia dominante y la que emerge e intenta sustituirla.

Cierto es que no sabemos lo que nos deparará el futuro. Y que, hoy por hoy, el conflicto no es militar. Pero creo que estarán conmigo en que el ascenso de China difícilmente puede ser aceptado con tranquilidad por Estados Unidos. Y la guerra comercial forma parte de su respuesta. Como ya afirmó a mediados del siglo XIX el primer ministro británico, lord Palmerson: Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses eternos y perpetuos. Como EE.UU. Como todo el mundo.

La Vanguardia