Stefan Zweig, la conciencia

Aunque el nombre de Sijena nos remite a la polémica del monasterio de Santa María, su entrada gloriosa en la historia se produce, siglos antes, de la mano de Miquel Servet, alias Revés, nacido en Villanueva de Silena en 1511, y formado en Barcelona, donde estudió griego, latín, hebreo, matemáticas y filosofía. Nacía, pues, en la Corona de Aragón quien sería un gran mártir del fanatismo religioso. Astrónomo, matemático, médico y estudioso de la biblia, Servet discutió dogmas cristianos intocables, formuló la idea “panteísta” que “Cristo está en todas las cosas”, y se enfrentó al todopoderoso Calvino, que lo persiguió por hereje y lo condenó a la hoguera. Decía la sentencia: “Que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten en una estaca y te quemen vivo, al lado de tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a ceniza”. Al día siguiente, un 27 de octubre de 1553, Servet era quemado vivo en Ginebra.

Cuando, cuatro siglos más tarde, un brillante escritor vienés, hijo de un rico fabricante textil judío, quiso escribir sobre la razón y el fanatismo, no escogió a Servet, sino a un personaje menos conocido que, sin embargo, encarnaría la metáfora que quería expresar: Sebastien Chateillon, latinizado Castellio. Humanista y teólogo francés, Castellio se enfrentó a la decisión de Calvino de quemar a los herejes, y en 1554 intentó publicar Contra el libelo de Calvino, un libro frontal en defensa del derecho de Servet a pensar diferente, que los calvinistas consiguieron prohibir. Algunas de las afirmaciones de Castellio conforman el ADN del derecho a la opinión libre. Dijo, por ejemplo: “Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano”. Y añadió, “buscar y decir la verdad, tal como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre”.

Esta conciencia libre, que Stefan Zweig buscaba desesperadamente, cuajaría en una de las obras más desgarradoras del escritor austriaco: Castellio contra Calvino ( La conciencia contra la violencia, en el original), un gigantesco monumento contra los salvadores del pueblo, los tiranos de las ideas, los predicadores de la sumisión, publicado en 1936, cuando el aliento de Hitler lo había convertido en proscrito y sus libros eran prohibidos en Alemania. Hacía poco que Hitler había rechazado ir al estreno de la obra de Strauss Die schweigsame Fraude porque el compositor se negó a sacar el nombre de Zweig como libretista. La obra fue prohibida después de tres representaciones, cuando Zweig ya intuía, con descarnada lucidez, el horror que el nazismo representaría para Europa. Y para denunciar ese horror, que significaba el hundimiento de las ideas humanistas en favor de un mesías del mal, que prometía la gloria a cambio de la violencia y la sumisión, Zweig escogió a Castellio y Calvino como arquetipos de la razón y el fanatismo. El paralelismo era preciso entre la Ginebra burguesa del XVI, que se acomodaba a la tiranía violenta de Calvino, y la Alemania culta del XX, que se arrodillaba fascinada ante Hitler. Zweig se pasea por el libro con una denuncia implacable contra el silencio, ante el imperio del fanatismo, y hace una de las radiografías más descarnadas jamás escritas sobre el carácter de los tiranos. A través de Castellio, reivindica al pensador libre que se compromete ante la violencia del poder, y demuestra que la lucha entre la razón y el fanatismo se repite, de manera obtusa, a lo largo de los siglos. Lo dijo el mismo Castellio, cuatro siglos antes: “La posteridad no podrá creer que, después de que ya se hubiera hecho la luz, debemos vivir de nuevo en medio de tan densa ­oscuridad”.

Esta repetición inexorable del fracaso de la razón ante la intolerancia convencería a Zweig de que Hitler dominaría el mundo, porque el humanismo había fracasado, y lo conduciría a suicidarse con su mujer, en 1942. Pero antes legó a la humanidad esta obra demoledora, auténtica vacuna contra el fanatismo, que debería ser de lectura obligada en las escuelas. Sobre todo ahora, que las ideas de extrema derecha, los populismos demagogos y el fanatismo religioso vuelven a vivir momentos de gloria. Y como degustación, las últimas frases luminosas de Castellio contra Calvino: “Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad ante la violencia, que siempre adquiere nuevas formas”; “cuando ya consideramos la libertad como un hecho habitual, y no como un don sagrado, de la oscuridad del mundo de los instintos surge un misterioso deseo de violentarla”; “en esos espantosos momentos, la humanidad parece caer en la saña sanguinaria de la horda y en la docilidad esclavista del rebaño”; “siempre habrá un Castellio que se alce contra un Calvino, defendiendo la independencia soberana de la opinión ante toda violencia ejercida desde el poder”.

Aunque Zweig aseguró que Castellio no era él, “sino el hombre que querría ser”, no tenía razón. Fue, como Castellio, la conciencia de su tiempo.

LA VANGUARDIA