Santiago Alba Rico, Isaac Rosa y Yayo Herrero: cuando opinar diferente es capital

El filósofo Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) y la antropóloga ecofeminista Yayo Herrero (Madrid, 1965) aún no eran mayores de edad cuando murió Franco, y el escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974) no tenía ni dos años. Su perspectiva también es valiente, lejos de la de muchos jóvenes de la capital de España. Hablamos con los tres sobre la situación creada en Cataluña y las posibles soluciones.

Han vivido muy mayoritariamente en democracia, pero se muestran críticos con la forma en que se gestó la llamada Transición. Desde sus libros, sus columnas de opinión o sus conferencias dejan patente el desencanto que les provoca la situación política del Estado español. Son, en definitiva, tres de las voces más críticas del panorama actual, cada una en un ámbito diferente. Fueron algunos de los firmantes más jóvenes del manifiesto que ‘Madrileñ@s por el Derecho a Decidir’ hizo público el 17 de septiembre de 2017.

Santiago Alba Rico, por ejemplo, es una de las personas más respetadas de la izquierda española. Inspirador de muchos discursos de Podemos, vivió siete años en El Cairo y hace tiempo que lo hace en Túnez, aunque, por supuesto, a menudo visita Madrid. Licenciado en Filosofía en la Complutense, escribió guiones para el mítico programa ‘La bola de cristal’, de TVE. Ha publicado libros desde una óptica marxista como ‘Dejar de pensar’ (Akal, 1986) y ‘Volver a pensar’ (Akal, 1989) escritos a cuatro manos con Carlos Fernández Liria y en los que el PSOE salía muy mal parado.

Yayo Herrero, madrileña como él, es antropóloga e ingeniera técnica agrícola. Una perspectiva doble que le ha servido para construir una teoría llamada «ecofeminismo». Enormemente crítica con el capitalismo, reclama un modelo alternativo que priorice la inclusión social y que respete la capacidad regeneradora de la naturaleza. En 2016 sacó a la luz ‘La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico’ (Libros en Acción), un referente en la materia. Desde 2012 dirige ‘Fuhem’ (Fundación Hogar del Empleado), un organismo independiente, sin ánimo de lucro, que «promueve la justicia social, la profundización de la democracia y la sostenibilidad ambiental a través de la actividad educativa y del trabajo en temas ecosociales». ‘Fuhem’ gestiona varios centros escolares en Madrid.

Issac Rosa es escritor y periodista. Nacido en Sevilla, residió muchos años en Extremadura y ahora lo hace en Madrid. Columnista de cabecera del diario Público, ha firmado obras de gran contenido sociopolítico en el que habla sobre el trabajo precario, la juventud o la guerra del 36. Acaba de publicar ‘Feliz final’ (Seix Barral).

Cuando miran hacia Cataluña y analizan el porqué del auge del independentismo, vuelven la mirada atrás y hablan de la sentencia restrictiva del Tribunal Constitucional, del año 2010, que anuló varios artículos aprobados en la reforma estatutaria de 2006 una vez ya había sido sometida a referéndum. Pero no sólo apuntan ahí como motor del proceso soberanista. Perciben otros.

«La sentencia sobre el Estatuto fue una causa, pero también un síntoma: el del fracaso de la Transición en la construcción de una España viable, plurinacional y democrática», argumenta Alba Rico. «Aquella sentencia expresaba la permanencia de la historia -la peor historia- en el seno de la democracia y, en este contexto, tan sólo podía provocar lo que provocó». Con todo, el filósofo subraya «la irresponsabilidad de las fuerzas procesistas, que han respondido con una torpeza igualmente histórica».

«En una situación tan enrevesada y erizada como la actual, cualquier intento de identificar causas y explicaciones conduce a la melancolía», opina Rosa, «la cadena acción-reacción se descontroló ya hace mucho tiempo, no sabemos muy bien cuándo». De cualquier manera, Rosa piensa que «la corriente de fondo ya era fuerte» y que la desafección no se circunscribía únicamente al Estatuto. «El derrumbe generalizada del edificio del 78 ha sido decisivo, la descomposición institucional y social de España durante los años de la llamada ‘crisis’ habría llevado igualmente a muchos catalanes a pensar en una salida propia».

«Creo que la sentencia del Estatut no lo explica todo, ya había antecedentes de ello; pero, sin duda, significó un punto de inflexión», afirma Yayo Herrero. «Fue una muestra de autoritarismo, incluso un agravio comparativo intolerable con relación a otros estatutos de autonomía… La sentencia profundizó una política de la humillación que genera heridas y rupturas». Todo ello añadido, como explicaba Rosa, al marco de una coyuntura estatal «nefasta» como consecuencia de la mezcla de «corrupción, impunidad -también en Cataluña- y una crisis económica y de legitimidad democrática que no se corresponde con un funcionamiento mínimamente democrático».

«El conflicto catalán ha sacado a la luz el siglo XIX que el PP conserva en su seno», remacha Santiago Alba, «su conducta ha sido sencillamente incendiaria». La irrupción de fuerzas como Ciudadanos o Vox ha tenido que ver con eso, pero él considera que «el PP, como partido que estaba en el Gobierno, debería haber actuado como tal y no de manera puramente ideológica». Un reproche que hace extensivo al rey, Felipe VI, «cuyo discurso, belicoso y excluyente, contribuyó decisivamente a la fractura que sus propios atizadores parecen lamentar ahora».

«Los errores y las malas maneras que han podido tener algunos dirigentes independentistas no esconde el hecho de que Rajoy ha sido una verdadera calamidad para el problema territorial español», sostiene Rosa. «Más por omisión que por acción, y por supuesto que sí, pero sin su lamentable gestión del conflicto -ovacionada por toda la derecha política, mediática y judicial- seguramente no estaríamos en este callejón sin salida».

«Esta actitud intransigente, de corte radical y que negaba sistemáticamente el diálogo, venía de hacía tiempo», recapitula Herrero. «Probablemente determinados sectores de la sociedad todavía habrían querido unas muestras de autoritarismo superiores, pero, de cualquier modo, el abordaje político de esta situación no me ha parecido nada contemporizador». Una acusación, la de contemporizar demasiado, que determinados dirigentes del PP elevaron en el último congreso de la formación, cuando tuvieron que elegir el relevo de Rajoy.

 

Esperando la respuesta política

Los acontecimientos que tuvieron lugar en Cataluña en septiembre y octubre del año pasado no dejaron indiferente a nadie. Las leyes aprobadas por el Parlamento catalán en contra del criterio de los letrados, el referéndum en medio de la represión policial, la declaración de independencia en suspenso y la votación de la DUI que vendría más tarde… «De todo esto, lo único que puede salvarse es la movilización popular muy transversal, pacífica y democrática, del 1 de octubre, con millones de catalanes -de todas las edades y procedencias- gritando aquello de ‘¡queremos votar!’ sin que el Gobierno español ni el catalán estuvieran a la altura de este clamor popular», critica Alba Rico.

«La actuación del Parlamento creó un conflicto importante, por supuesto que sí, pero exigía una respuesta de carácter político, más que judicial», contradice Isaac Rosa. «Y sucedió igual con el referéndum: no era legal, de acuerdo, pero reclamaba una respuesta política, no policial». En cambio, «el nacionalismo español se lo jugó todo en términos de victoria -aplastante- o derrota -humillante-, anteponiendo las porras y la cárcel a la política».

Yayo Herrero valora las leyes tumbadas por el Tribunal Constitucional, «alguna de las cuales muy necesaria desde el punto de vista del interés general». De hecho, aunque se declara impactada por lo que pasó en Cataluña el 1 de octubre de 2017: «Me pareció el ejercicio de desobediencia civil más impresionante que he tenido la oportunidad de vivir, Me admiró la cohesión y la capacidad de organización de tantas personas, la tranquilidad, la vía pacífica elegida para expresar el derecho a votar… Y me indignó enormemente la violencia de la represión». Ahora bien, ella no comparte la DUI que llegaría el 27 de octubre, que califica de «error». A su juicio, «el ejercicio del referéndum proporcionaba la base para continuar trabajando el propósito que se perseguía, mientras que la declaración unilateral obviaba a un buen número de personas que no habían tomado parte en ello, entre las que muchas que mantenían posiciones opuestas».

La respuesta judicial fue tan severa que el Gobierno de ese momento ha terminado en la cárcel o en el extranjero. En el primer caso, Alba Rico no duda en señalar que se trata de «presos políticos». «Como cientos de juristas españoles y del resto de Europa, no entendería una sentencia condenatoria, aunque teme que pueda llegar».

«Yo tampoco tengo ningún problema en llamarlos ‘presos políticos’, pero no voy a perder ni un minuto más en cuestiones terminológicas, porque si se tratara sólo de ‘políticos presos’ me seguiría pareciendo grave», expone Rosa. «El encarcelamiento de los nueve dirigentes independentistas, utilizando la prisión provisional como castigo anticipado y fórmula de humillación, es uno de los episodios más negros de la democracia española, a la que le costará reponerse del descrédito internacional».

«No se trata de entrar en un debate sobre qué es y qué no, técnicamente, un preso político, un aspecto sobre el que ni los propios juristas se ponen de acuerdo», comenta Herrero, «pero creo que tanto los Jordis como los cargos del anterior Gobierno catalán están en prisión por sus posicionamientos y por desobedecer y transgredir en una coyuntura especialmente adversa, en que se había impedido el diálogo». Desde esta perspectiva, por tanto, ella deduce que estas nueve personas «están encarceladas por motivos políticos».

 

¿Y el otro Madrid?

Son tres voces a contracorriente. Cuesta encontrar discursos tan valientes entre las personas de edad media de Madrid y, también, entre la intelectualidad progresista. Este Madrid semioculto existe, pero la tensión acumulada después de tantos años de proceso lo ha difuminado bastante.

Alba Rico admite el «cansancio extremo», pero se felicita por el hecho de que «la franja media no radicalizada -entre los dos polos retroalimentados- es cada vez mayor». Como tantos otros, detecta defectos atávicos que complican aún más las cosas: «Si tuviéramos una clase política, unos medios de comunicación y unos intelectuales algo maduros y con vocación pedagógica, buena parte de España aceptaría -incluso exigiría- una solución política que pasa, sí o sí, por un referéndum pactado en el que sólo puedan votar los ciudadanos catalanes».

«El Madrid del ‘a por ellos’ nunca ha sido mayoritario», se apresura a aclarar Yayo Herrero, «pero es cierto que los posicionamiento nacionalistas no son comprendidos». Una circunstancia que no le parece extraña «porque se ha trabajado a conciencia para que constituyera un flujo de votos para los partidos que estaban en el Gobierno». Herrero detecta que «muchas personas críticas con el nacionalismo insisten en proponer el diálogo como única vía para solucionar este conflicto».

Rosa no se muestra tan optimista, ni mucho menos: «Yo llevo bastante tiempo afirmando la existencia de ese otro Madrid fraterno, demócrata, empático y que también sufre -y mucho- la losa del Madrid hegemónico, pero ya no me engañe, no creo que hoy sea mayoritario. La lógica de confrontación fuerza alineamientos, y el nacionalismo español, desgraciadamente, ha ganado mucho terreno subido a la ola del anticatalanismo».

¿La efervescencia catalana puede contribuir a remover las aguas del conjunto del Estado y favorecer cambios que hace poco parecían utópicos? Alba Rico no lo descarta, en absoluto: «La monarquía está fuera de la historia desde 1931 y, sin embargo, sigue entre nosotros. Esto significa que tan posible es que se hunda en unas pocas horas como que aguante dos siglos más».

Al contrario, ella se muestra pesimista. «Buena parte de la culpa de la resurrección del régimen del 78 proviene de la incapacidad del 15M para desarrollar un proyecto común en Madrid y Cataluña, dos procesos que buscaban la ruptura en paralelo y que se han acabado anulando recíprocamente». Dados los condicionantes, Santiago Alba no vislumbra un retorno al bipartidismo, pero sí huele «un tetrapartidismo funcional al estilo del 78 en el marco de una Europa en que están sucediendo cosas bastante más graves».

«Estamos en una encrucijada: por un lado, aumenta la demanda de un modelo de gobierno alternativo, no sólo por el tema catalán, sino también por la crisis múltiple y la percepción de corrupción que aumenta la incertidumbre, pero por otro, también se incrementa la adhesión a salidas de carácter autoritario», desarrolla Herrero.

 

Un futuro oscuro

El nuevo Gobierno, socialista, no les hace albergar muchas más esperanzas. «La debilidad parlamentaria de Pedro Sánchez y las múltiples presiones internas y externas a las que se enfrenta dificulta mucho una posible solución», explica Alba rico, «y al PDeCAT tampoco se le ve predispuesto a facilitarle las cosas… Hay demasiados intereses ideológicos, propagandísticos, electoralistas y judiciales en juego».

«El silencio clamoroso del PSOE en la oposición y el papel de personas como [José] Borrell fue lamentable. Ahora han conseguido rebajar la tensión, pero se necesitan actuaciones más decididas -como la liberación de los presos- que propician un diálogo sosegado». El gran handicap, como coinciden en señalar los tres, es que «tanto del lado español como del lado catalán, hay algunos que están muy interesados en tensar la cuerda al máximo posible».

Hablando de silencios, el de la intelectualidad española no ha sorprendido a Alba Rico: «Es el comportamiento típico de la izquierda española, tanto de la regimental como de la más obrerista; en este sentido, hay que agradecer la posición de Podemos en España y la de los comunes en Cataluña».

«Necesitamos un diálogo tranquilo, pero hay sectores interesados en hacer caja electoral con la tensión. Sin ella, partidos como Ciudadanos no tienen nada que decir», corrobora Yayo Herrero. «Estamos en un callejón sin salida: a medio plazo no es viable la república catalana ni tampoco un retorno a 2010», concluye Alba Rico, «de alguna manera España ha perdido ya la mitad de Cataluña y el procesismo ha perdido la otra». «¿Estamos más cerca de la república catalana o de la guerra civil?», se pregunta para terminar. «Diría que tan lejos de la una como de la otra. Ésta, de hecho, es la única equidistancia que existe ahora mismo, y me parece muy trágica».

Publicado el 8 de octubre de 2018 Núm. 1791

EL TEMPS