Santa ignorancia

Un diplomático español que estuvo destinado a Filipinas en los años cincuenta del siglo pasado contaba que una vez un filipino rico le mostró un encendedor y le preguntó si en España también había instrumentos parecidos para encender los cigarrillos. El buen señor estaba tan mal informado que creía que en España la gente encendía los cigarrillos frotando dos piedras. A nosotros, hoy, nos ocurre más o menos lo mismo con el resto del mundo. Tenemos una idea muy distorsionada de cómo vive la gente en Asia, África y América Latina. Creemos que están atrapados en la miseria, como hace cuarenta años. Es una ignorancia sorprendente.

¿Cuánta gente, hoy, en todo el mundo, tiene electricidad? ¿El 20%? ¿El 50%? ¿El 80%? En una encuesta reciente, en España, sólo el 7% de los encuestados respondió la pregunta correctamente: el 80%. Menos de lo que habrían hecho unos chimpancés eligiendo al azar. Esta ignorancia no es muy diferente de la de los británicos, que sólo acertaron el 5%, de los alemanes (7%) o de los norteamericanos (12%).

¿Cuál es la esperanza de vida en el mundo hoy? ¿50 años? ¿60? ¿70? La respuesta correcta es 70 años. En España, sólo acertaron el 2%. En Francia el 4%, en el Reino Unido el 5% y en Alemania el 6%. ¿Qué tanto por ciento de los niños son vacunados? ¿El 20%? ¿El 50%? ¿El 80%? La respuesta correcta es el 80%. En España, acertaron el 23%. En Alemania, el 25% y el Reino Unido, el 27%.

Vivimos anclados en una visión totalmente desfasada. Lo explica muy bien el médico y estadístico sueco Hans Rosling en un libro que ha tenido una acogida extraordinaria en el mundo anglosajón y que no entiendo como aun no se ha traducido aquí: Factfulness. En 1966, la mitad de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema, con menos de dos dólares per cápita al día. Ahora las personas en estas condiciones son menos del 10%. Seguramente este será el cambio más importante que habrá experimentado el mundo en nuestro tiempo. Ni internet, ni la revolución tecnológica, ni la globalización: la eliminación de la pobreza extrema, que en una generación puede ser erradicada completamente. Pero nosotros no nos hemos enterado. Vivimos como si esto no estuviera ocurriendo, convencidos de que las cosas van mal y que cada día irán peor.

La mayoría de los habitantes del planeta han salido de la miseria y ahora forman parte de una modesta clase media. Antes vivían sin agua corriente ni electricidad, comiendo únicamente lo que cultivaban o los animales que criaban, con los niños descalzos, sin ir al colegio, sin dinero para comprar antibióticos cuando se ponían enfermos. Ahora tienen agua corriente, electricidad y un trabajo modesto que les proporciona dinero para comprar alimentos, ropa, zapatos y medicamentos. Poco a poco, pueden ahorrar para adquirir neveras, coches, teléfonos móviles. Los niños están escolarizados. A nosotros, que vivimos en países ricos, nos puede parecer que no hay una diferencia muy grande, pero para ellos es como pasar de la noche al día. Lógicamente, esto no significa que todo esté bien y que nos podamos olvidar del 10% de seres humanos que todavía viven en la miseria. No. Sólo significa que la situación ha mejorado.

Cuando Bangladesh se independizó, en 1972, las mujeres bangladesíes tenían siete hijos de media y la esperanza de vida era de 52 años. Ahora tienen dos hijos de media y la esperanza de vida es de 73 años. En cuarenta y tantos años, la mayoría de los habitantes del país han salido de la pobreza. En Egipto, en 1960, el 30% de los niños del delta del Nilo morían antes de cumplir cinco años. Ahora, la mortalidad infantil es del 2,3%, más baja que en Francia o en el Reino Unido en 1960. La mayoría de los países de lo que entonces se llamaba tercer mundo han experimentado cambios similares.

Hasta 1970, en estos países la educación de las niñas era mucho más infrecuente que la de los niños. Las familias pobres no tenían medios para enviar a todos sus hijos a la escuela y daban prioridad a los varones. Hoy, el 90% de las niñas en edad escolar de todo el mundo van a colegio, casi como los niños, que van el 92%. Esto tiene una incidencia muy positiva. La fuerza laboral se diversifica, la mortalidad infantil cae, las madres tienen menos hijos y los educan mejor. Se genera un círculo virtuoso que poco a poco cambia toda la sociedad.

En 1962 había en el mundo 200 guitarras por cada millón de personas. En el año 2014, 11.000, cincuenta y cinco veces más. Es una cifra que desde un punto de vista académico quizás no sea muy relevante, pero que dice mucho sobre el inmenso progreso en bienestar experimentado en el mundo en los últimos cincuenta años. Este progreso es sin duda la mejor noticia de nuestra época, una noticia que a nosotros, perdidos en nuestros conflictos de países ricos y envejecidos, se nos ha escapado. Somos como aquel filipino rico que creía que era el único que sabía lo que era un encendedor.

LA VANGUARDIA