República de Abjasia (3). Un futuro incierto y azaroso

El reconocimiento de la independencia de Abjasia por parte de Rusia abrió una nueva página en la historia del conflicto. Por primera vez desde la disolución de la URSS se creó un precedente en el reconocimiento de un antiguo ente autónomo soviético como estado independiente. La formación del Estado abjasio recibió poco reconocimiento internacional y en la actualidad diez son los estados que reconocen a Abjasia: Rusia, Venezuela, Nicaragua, Osetia del Sur, Transnistria, Nagorno-Karabaj, Nauru, Vanuatu, Tuvalu y Siria. Sin embargo, las nuevas realidades en la región han sido reconocidas indirectamente por Occidente. Abjasia obtuvo acceso a las “discusiones de Ginebra” (comenzaron el 15 de octubre 2008) sobre seguridad y estabilidad en el sur del Cáucaso, y aunque los representantes de Abjasia todavía no obtuvieron el estatus diplomático oficial participan como expertos. De modo que su propia participación en la discusión multilateral sobre cuestiones humanitarias y prevención de nuevos incidentes viene parcialmente a confirmar el reconocimiento del Estado de Abjasia como una entidad política independiente. El mismo significado tiene el manifiesto interés de la UE por su “compromiso con Abjasia”, y el patrocinio de proyectos por parte de EEUU para restablecer y apoyar a diversas ONG en la República caucásica.

En todo caso, el mayor desafío actual de Abjasia no es la falta de reconocimiento, sino la necesidad de crear fundamentos, bases estables para su legitimidad interna, para la construcción de una sociedad civil consistente y equilibrada. Ciertamente, es imposible crear una sociedad abierta después de un conflicto armado, en condiciones inestables o precarias de soberanía, imposibilidad que se acrecienta por las dificultades propias derivadas de los bruscos cambios etnodemográficos del país. No se puede ignorar que en el período soviético, hubo una fuerte emigración de agricultores georgianos a Abjasia que ocasionó una drástica disminución proporcional de la población de etnia abjasia. En el censo de 1989 de un total de población de 525.061 habitantes, había 93.267 abjasios (17,76%), 239.872 georgianos (45,68%), 76.541 armenios (14,58%), y 74.913 rusos (14,27%). El conflicto armado de 1992-1993 ocasionó que la población georgiana de Abjasia, mayoría étnica antes de la guerra, abandonara obligadamente la región (también muchos rusos, armenios, griegos y estonios). En el censo de 2016 con un total de 243.564 habitantes, su composición étnica era de 124.455 abjasios (51,10%), 46.773 georgianos (19,20%), 41.875 armenios (17,19%), 22.320 rusos (9,17%). En cuanto a su composición confesional, el 60% de los ciudadanos se identificaron como cristianos, el 16% musulmanes, y el 8% ateos.

No es de extrañar que en un país tan pequeño, sometido a una historia tan azarosa que le ha hecho casi desaparecer, la identidad ocupe un lugar especial. El trauma de la “georgianización”, así como la ausencia de reconocimiento estatal por parte de Occidente, creó una sensación de inseguridad hacia la influencia extranjera dentro del territorio. Por lo tanto, se dispusieron muchas medidas para preservar la identidad abjasia, especialmente en el campo de la ciudadanía y la propiedad. Las exageradas dificultades de obtener un pasaporte abjasio para un no nativo de Abjasia, muestran bien a las claras la voluntad de salvaguardar los elementos principales de su identidad. El artículo 13 de la ley sobre ciudadanía establece que se debe conocer el idioma abjasio, vivir en el territorio durante diez años y haber rechazado la ciudadanía anterior (excepción de la rusa). Lo más problemático es, sin duda, la prohibición de la doble ciudadanía, salvo las personas de los estados que reconocieron a Abjasia. Por otro lado, debido a la falta de reconocimiento, no es posible viajar con pasaporte abjasio, lo que explica el por qué se permite la doble ciudadanía rusa. Pero el no tener un pasaporte abjasio impide la propiedad en Abjasia, así que solo los ciudadanos abjasios pueden comprar tierras o propiedades inmobiliarias; esta medida evita que las tierras abjasias sean compradas masivamente por países extranjeros, pero a la vez dificulta las inversiones de capital extranjero. La identidad, pues, es un tema de gran controversia a nivel político. Sirva de ejemplo lo acontecido en 2014 al entonces presidente abjasio, Alexander Ankvab, que tuvo que renunciar porque, entre otras motivaciones, sus oponentes políticos lo consideraban “no lo suficientemente abjasio” debido a su política liberal hacia los habitantes georgianos de Abjasia.

Evidentemente, de cara al futuro de la construcción nacional se necesitan nuevos enfoques, nuevos fundamentos para la consolidación de una sociedad civil mesurada y crítica. Para Abjasia no puede ser un modelo a seguir Nagorno-Karabaj, ni Osetia del Sur, donde las minorías étnicas no tienen los mismos derechos. Ni tampoco cabe el artículo 49 de la Constitución que restringe a la etnia abjasia el derecho exclusivo de ocupar el puesto de presidente, lo que no es aceptable por la población armenia (los armenios son la mayoría de la población en la capital Sujum), rusa y georgiana de la República. Del mismo modo, si Abjasia quiere construir un proyecto futuro sólido y atractivo de una sociedad integrada para sus ciudadanos, debe de abordar fundamentalmente la difícil cuestión de la reconciliación con sus antiguos residentes georgianos que fueron desplazados violentamente por la guerra. Si no lo hace, nunca tendrá verdadera estabilidad y paz, el conflicto se agravará y se reproducirá de generación en generación.

Abjasia, a pesar de los cambios sustanciales en su composición étnica, sigue siendo un país multiétnico y multiconfesional. Esto significa que la construcción del Estado sobre un fondo de diversidad étnica y confesional constituye un tema fundamental. En la medida en que se armonicen las relaciones interétnicas, que todos los ciudadanos independientemente de su nacionalidad, credo u otras características, sean considerados y tratados como iguales, entonces cobrará mayor importancia la sociedad civil creada sobre estas bases. Esta sociedad civil sólida será la que permitirá afirmar los derechos de todos los ciudadanos, independientemente de su origen étnico. Asimismo, el mantenimiento de la diversidad étnica natural del país no impedirá la formación de una nación cívica unida, una unión de personas que desean crear un estado compartido; en otras palabras, personas unidas por la idea de una cooperación ciudadana soberana y sólida. En este sentido, cobra especial significado el que el pluralismo etnocultural y confesional sea considerado positivo por los ciudadanos de Abjasia, además de motivo de especial orgullo.

La creación de una nación requiere el “núcleo” de una etnia compartida alrededor de la cual tiene lugar el proceso de construcción nacional, ya que las naciones no pueden crearse de la nada. Los grupos étnicos de Abjasia, cuyas necesidades socioculturales deben satisfacerse mediante la adecuación de políticas sobre educación, cultura y la vida espiritual de la nación, ya constituyen ese núcleo. Pero es imposible eliminar por completo las ventajas del grupo étnico titular, cuyo idioma nativo desempeña las funciones del estado. Es inevitable, por lo tanto, que en esta primera fase de transición haya características etnocráticas, por ejemplo que se designe de modo preferente para la función pública (y para la mayoría de las ediciones públicas) a personas que dominan perfectamente el idioma del país, es decir a los representantes del grupo étnico abjasio.

Abjasia tiene escuelas abjasias, rusas y armenias, así como escuelas georgianas en varias localidades del distrito de Gali. La televisión y la radio se transmiten en abjasio y en ruso. Los medios impresos se publican en abjasio, ruso, armenio y georgiano (mingreliano). El idioma abjasio se habla bastante ampliamente entre los habitantes de etnia abjasia, más en las zonas rurales que en las urbanas, aunque con un gran número de préstamos rusos. La alfabetización y conocimiento de la literatura nativa por parte de la mayoría de los abjasios es superficial. En cuanto a los no abjasios, se puede decir que, entre ellos, el idioma abjasio prácticamente no se ha difundido. Y resulta muy difícil su normalización debido al uso tradicionalmente extendido del ruso como idioma de comunicación internacional y a la ausencia de una política lingüística efectiva. Hay abundantes casos de analfabetismo completo en el idioma abjasio. El estado de inferioridad de su lengua causa alarma justificada entre los abjasios, y los miembros de la población no-abjasia mayoritariamente simpatizan con las preocupaciones de aquellos sobre el futuro de su lengua materna. Actualmente se está llevando a cabo una reforma mediante la cual el ciclo educativo de al menos una generación, desde la guardería hasta la universidad, se desarrolle en abjasio con lo que se dará un gran paso en su normalización. Pero hay que considerar que el apoyo estatal para esta normalización lingüística requiere importante desembolso de dinero, tarea no fácil para un país en situación posbélica con una economía arruinada.

No hay que olvidar que en los últimos dos siglos de la historia centenaria de este pueblo, los abjasios han sido víctimas inocentes de procesos etnopolíticos y migratorios provocados por otros estados. La independencia del estado de Abjasia, su pleno desarrollo y el reconocimiento internacional de la soberanía es una garantía de preservación y reactivación de la nación abjasia. Para los abjasios étnicos, a pesar de la existencia de la condición de Estado de Abjasia, el problema de la demografía del país sigue siendo urgente. La historia les ha enseñado que un cambio en la estructura étnica de Abjasia determina directamente el destino de Abjasia como grupo étnico independiente, y Abjasia como estado soberano. De hecho, la situación etno-demográfica que se ha creado en el país desde la segunda mitad del siglo XIX provocó procesos de asimilación hasta el día de hoy. Es entendible la consternación y alarma de los abjasios étnicos en todo el mundo por el pequeño número y la ausencia de un asentamiento compacto en Abjasia, que ineludiblemente determina el estado de crisis de la lengua abjasia y la inestabilidad de la cultura nacional en su conjunto. Todo esto, en el contexto de la creciente despoblación de la moderna Abjasia, y en el descenso progresivo de actividad vital de su cultura original es percibido como un muy serio peligro para la nación abjasia y su condición de Estado. Por lo tanto, el problema de la emigración es considerado con diferentes perspectivas: los refugiados georgianos son vistos como quintacolumnistas; los extranjeros que quieren adquirir vivienda u otros tipos de bienes son observados con animadversión; la única inmigración que ayuda a mejorar la situación demográfica del país es la repatriación de los compatriotas, descendientes de los refugiados de Abjasia del siglo XIX, con quienes se desarrollaría una política de potenciación del idioma y cultura de Abjasia para elevar la conciencia nacional de la etnia formadora del Estado. También los procesos de privatización requieren atención especial para los abjasios que temen que las compañías multinacionales den lugar a una globalización económica con la privatización y comercialización de los recursos del país que conducirá inevitablemente a un debilitamiento del estado nacional y a la destrucción de las instituciones tradicionales y de la sociedad civil recién creada.

En términos generales se puede decir que en la construcción del Estado-nación de Abjasia existen dos fuerzas que, desde polos opuestos, la traccionan y galvanizan. Por una parte, los partidarios de la concepción etnocultural de la nación priorizan el legado cultural. Por la otra, los defensores de una nación cívica apoyan los principios políticos compartidos por los ciudadanos. Sin embargo, ambos conceptos pueden interpretarse de diferentes maneras y no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Es esencial lograr un equilibrio entre el patriotismo multiétnico o multinacional y el nacionalismo étnico de la nación titular. Es muy posible que una opción de identidad de varios niveles sea la más aceptable. Y aquí está el gran reto. Considerando que Abjasia es la única nación en el mundo donde se habla abjasio, cómo mantener el desarrollo del idioma y su identidad etnocultural, al mismo tiempo que fortalecer las instituciones democráticas respetando los derechos políticos y socioculturales de todos los ciudadanos. Mientras en los últimos años se ha constatado un moderado avance en la normalización y extensión del uso del idioma, en la protección de los derechos humanos y en la aplicación de políticas que permitan mantener la diversidad étnica y confesional, estas preguntas quedan abiertas al futuro de los abjasios. En el modo y manera que respondan a estos desafíos se irá conformando la estructura interna de su nuevo Estado.

En cuanto a la problemática externa, y aun cuando los abjasios ya no consideren a Georgia como amenaza porque se sienten protegidos por los militares rusos, el conflicto georgiano-abjasio persiste. Existen múltiples mediaciones, interacciones y trabajos para llegar a la solución del conflicto pero los resultados son exiguos. Las negociaciones de Ginebra, mediadas por la ONU, la OSCE, la UE, la Federación Rusa y los EEUU, siguen siendo la única tribuna internacional oficial para resolver el conflicto, la única plataforma internacional donde los representantes de Abjasia pueden expresar directamente su propia posición y defender los intereses de la República. Lamentablemente, todos los otros lugares internacionales están completamente cerrados para Abjasia. Sin embargo, el hecho de que durante los largos años de las negociaciones en Ginebra no haya habido un progreso mínimamente significativo en el proceso de su resolución política, ha comportado que exista una actitud bastante escéptica en la opinión pública de la República. Surgen voces que piensan en la conveniencia y provecho de pasar a un diálogo directo y franco Georgia-Abjasia, sin intermediarios.

La UE tiene una estrategia con una doble dimensión: a largo plazo aspira a la restauración de la integridad territorial de Georgia; a medio plazo proyecta una política de compromiso que rompa el aislamiento de Abjasia, propicie un acercamiento de ambas sociedades y, en último término, coadyuve a la percepción de otro enfoque más realista, cabal y objetivo que la mera repetición rutinaria del discurso de la integridad territorial, a saber, el amparo y salvaguarda de la seguridad y bienestar de sus ciudadanos. Dentro de estas coordenadas cabría considerar fórmulas o modelos de soberanía compartida, quizás un plan Ibarretxe abjasio, con la reconstitución de Georgia como una confederación compuesta de Abjasia, Osetia del Sur y Georgia propiamente dicha. En todo caso, en las actuales relaciones entre Georgia y Abjasia, existen elementos de intercambio soberano que ya están en marcha, como ejemplo el gobierno de la central hidroeléctrica del Inguri. Esta fórmula de soberanía híbrida podría servir como guía hacia un estado futuro que tendría que integrar varios elementos: funciones soberanas compartidas, división de funciones soberanas, transferencias de soberanía a escala temporal, un componente de internacionalización y otro regional más amplio.

Pero la realidad es muy tozuda. Los abjasios defienden encarnizadamente su soberanía, y los georgianos su integridad territorial. No es nada fácil aproximar posturas tan enfrentadas. Mucho menos reconciliar dos proyectos nacionales opuestos y extremos que hubiera necesitado de una tercera fuerza que las dos partes consideraran legítima, fuerza que no se encontró en 1992, ni hoy, 26 años después. En tanto para Georgia la mediación rusa es inaceptable, para Abjasia lo es el papel mediador de la UE. Y llegados a este punto, conviene recordar que Occidente hubiera debido haber puesto condiciones a Georgia para resolver sus problemas con los abjasios pacíficamente, y obtener una legitimación democrática a través de las elecciones. Sólo así, y una vez hubieran sido formalizados estos requisitos, Georgia hubiera podido haber sido reconocida, pero Tbilisi obtuvo su reconocimiento e ingreso en la ONU el 31 de julio de 1992, y después de 14 días comenzó el enfrentamiento armado en Abjasia. Fue en este contexto cuando el papel de Rusia cobró particular importancia. Moscú no tenía ningún deseo de romper el statu quo en la región del Cáucaso, y el reconocimiento de las dos antiguas autonomías de Georgia no estaba en su agenda. Por el contrario, Rusia intentó apoyar el proceso de negociación, dejando abierta la cuestión del estatuto futuro de Abjasia y Osetia del Sur.

Sin embargo, los intentos de cambiar los acuerdos concluidos con el papel mediador de Moscú por parte de Georgia, llevaron al desastre de la situación actual. Hoy Rusia es el garante de la autodeterminación de Abjasia, mientras que Georgia busca la protección de la OTAN. Un nuevo “status quo” ha tomado forma, Moscú reconoce la independencia de Abjasia, mientras que Tiflis y sus socios occidentales insisten en la integridad territorial. Pero el fortalecimiento de los lazos de cooperación de Abjasia con Rusia, y de Georgia con EEUU y la OTAN consolida la nueva alineación de fuerzas. Esto, sin embargo, no niega las perspectivas de un futuro acuerdo en las relaciones entre los pueblos vecinos, porque los abjasios y los georgianos seguirán viviendo en tierras colindantes a pesar de la antagónica memoria histórica que arrastran de su pasado, inclusive la recíproca hostilidad y animadversión de hoy. La pregunta a considerar es, sobre qué base se construirá esta nueva vecindad, sobre qué principios se creará la base del acuerdo. Los mediadores internacionales no han logrado entender por qué los abjasios rechazaron la posibilidad de permanecer dentro del estado georgiano. La respuesta es sencilla: su experiencia histórica vivida bajo jurisdicción georgiana los ha convencido de que cada vez que Georgia adquiría la independencia nacional o mayores cotas de poder, recurría inmediatamente a la agresión o a la expansión demográfica que suponía una inevitable asimilación cultural y lingüística. Esto sucedió en 1918-1921, a fines de la década de 1930 y a principios de la década de 1990.

Hoy por hoy una cosa está meridianamente clara: no habrá un retorno al pasado. Desde 1992 la marcha y separación de los abjasios del Estado de Georgia fue definitiva. Y la resolución del conflicto georgiano-abjasio será más factible a partir del reconocimiento de la República independiente de Abjasia por parte del gobierno de Georgia y de Occidente. No puede haber paz estable en esta parte de Transcaucasia hasta que no se logre dicho reconocimiento. Después de él, habrá un aumento de la influencia occidental así como de la inversión de capital, lo que contrarrestaría la influencia rusa (algo que a Moscú puede que no le guste). Pero este reconocimiento significaría la aceptación tácita de que la decisión de Rusia del 26 de agosto de 2008 fue la correcta, lo que complacería a Moscú y podría conducir a una cooperación ruso-occidental en la región, beneficiosa para todos. Sin tales pasos, el actual “estatus quo” continuará varado.

Han pasado ya 26 años de la finalización de la guerra georgiano-abjasia. Todo el período posterior a la guerra que está viviendo Abjasia es un “estado de guerra silenciosa”, en el que Georgia y Occidente mediante su política exterior imponen la aplicación irrestricta de un bloqueo que impide el acceso de la República al mundo exterior. De modo que Abjasia tiene un acceso limitado a los mercados internacionales de capital, mano de obra y tecnología, no tiene la oportunidad de establecer relaciones económicas con empresas extranjeras, ni recibe asistencia financiera internacional, encontrándose en una situación de aislamiento de los principales sistemas de transporte, logística y finanzas internacionales. No obstante, Abjasia vive y se desarrolla gracias a la ayuda política, militar y financiera de la Federación de Rusia, que con su reconocimiento abrió parcialmente el acceso de la República al mundo exterior.

Occidente, y en particular la Unión Europea, tiene que ser consciente de que, antes de pasar a una discusión activa de iniciativas en las diferentes áreas (energía, transporte, comercio, sector agrario, protección ambiental, seguridad) que ella misma propone para lograr acercamientos de las partes enfrentadas, es de fundamental importancia salir de este “estado de guerra silenciosa” y pasar a un “estado de paz” que constate y promulgue la condena y prohibición de la reanudación del conflicto militar y que lo formalice con un tratado de paz pertinente.

En suma, se puede concluir que van a ser dos los tipos de factores que incidan determinantemente en el futuro de Abjasia. De entre los factores internos, el principio étnico es el más importante y constituirá la piedra angular en la construcción del proyecto de estado de la nación abjasia; este objetivo dependerá de los deseos y decisiones de sus habitantes. Pero, lamentablemente, es de temer que el futuro de Abjasia esté en gran medida condicionado por factores externos, quedando aquel al albur de las interrelaciones de las grandes potencias (Rusia, EEUU, UE, China) y de sus intereses políticos en el sur del Cáucaso, para quienes el conflicto georgiano-abjasio es una cuestión meramente práctica, más bien un problema sobre el tránsito de oleoductos y gasoductos. Y este atisbo y conjetura (o más bien constatación?) nos conduce a un panorama sombrío y desesperanzador. Estos factores externos que son contingentes y abiertos a cualquier eventualidad, no son domeñables por la perseverante y tenaz voluntad soberana de los abjasios. ¿Prevalecerá la libre voluntad democrática de los ciudadanos de Abjasia ante las veleidades geopolíticas de los poderosos? Esta es la cuestión.