Represión, la respuesta de la bestia herida

Me parece claro que si el Reino de España hubiera cogido el guante del desafío independentista, hasta casi 2014, lo habría ganado. Con una buena campaña de seducción, al estilo de la británica ‘better together’ para el referéndum escocés, habría ganado el no. Y como allí, ahora estaríamos discutiendo si volver o no al mismo en un plazo, en cualquier caso, largo. Estaríamos muy desarmados, y a diferencia de Escocia donde un solo partido -el SNP- se tuvo que tragar la derrota, aquí las diversas fuerzas independentistas todavía nos estaríamos tirando las culpas por la cabeza.

Afortunadamente -para el independentismo-, el Estado español no se podía permitir un referéndum -ni lo podrá permitir en el futuro- aunque supiera con toda certeza que lo iba a ganar. Su problema no es ganar o perder: lo que no se puede permitir es reconocer la capacidad de decisión de los catalanes respecto de su futuro sin que su propia concepción de su nación no se vaya a paseo. Para aceptar el derecho de los catalanes, primero debería reinventar nacionalmente y, hay que reconocerlo, no está en condiciones de apuntarse a esta aventura.

Todo ello, bastante sabido, lo recuerdo porque nos da la clave del porqué de su brutalidad. Lo cierto es que el Reino de España está en una profunda crisis. Primero, económica, mal disimulada gracias a que en la Unión Europea no le ha convenido que se hundiera. Arrastraría demasiadas cosas. Y, en segundo lugar, una crisis institucional de proporciones descomunales. Una crisis que el soberanismo ha contribuido no a provocar -¡pobrecitos de nosotros!-, sino a desvelar. Y, cuando se está en una situación de tanta debilidad institucional, la respuesta es la brutalidad.

No digo que la brutalidad sea débil. Todo lo contrario. La pataleta de un niño contrariada, la reacción de una víctima acosada, la agresividad de una bestia herida son muy peligrosas. El Estado comenzó con humillaciones al despreciar las demandas del nuevo Estatuto del 2006. Después, al ver la reacción popular, pasó a las amenazas mientras se permitía negar la magnitud del desafío. Ahora bien, cuando la descubrió, particularmente con el referéndum del primero de octubre, cuando se sintió realmente en peligro, pasó de la amenaza a la represión.

Lo importante, sin embargo, es entender qué busca la represión. Por un lado, se puede pensar que haciendo daño a unos cuantos, principalmente a los líderes, la represión quiere meter miedo y dispersar la resistencia. Y sí: hace mucho mal, mete mucho miedo y desconcierta el movimiento. Pero la represión busca -y provoca- otra reacción: divide. Y desde mi punto de vista, es muy importante que se comprenda que las peores divisiones dentro del independentismo, más allá de las diferencias de fondo entre fuerzas pero muy anteriores a la brutal respuesta del Estado -en algunos casos casi históricas-, son consecuencia de este marco represivo. Unos encarcelados, otros en el exilio. Unos reaccionando con un miedo más que legítimo, otros desafiándolo. Unos queriendo «desescalar» la confrontación -yo soy de los que piensan que ingenuamente-, otros forzando la tensión y especulando sobre una desobediencia definitiva, aunque sea sin saber el cómo ni el cuándo.

Quedar atrapados y desconcertados con las divisiones internas es, hoy por hoy, el gran éxito que ha tenido la represión. ¡Y mira que hay independentistas que se han dejado engañar! Afortunadamente, quienes son destinatarios directos lo han sabido enfrentarse con una fortaleza ejemplar y han sabido evitar sentirse víctimas. Y ese es el camino: no sólo esquivar la autovictimización -individual y colectiva-, sino revertir la represión en fuerza propia. En argumento ante el mundo y los propios. En instrumento de toma de conciencia para los indiferentes. En descrédito de los que son sus cómplices.

El Reino de España hace mucho daño, mucho. Pero se vuelve a equivocar poniendo en bandeja la evidencia de su patética debilidad.

LA REPÚBLICA

https://www.lrp.cat/opinio/article/1499884-repressio-la-resposta-de-la-bestia-ferida.html