Repensar la ciudad

Han sido los comerciantes del Casco Viejo de Pamplona los que, hastiados con tanta carrera y prueba deportiva en fin de semana, con calles cortadas y vallas y limitaciones de movimiento, han levantado la liebre acerca de la saturación existente. El Ayuntamiento, por lo que se ve, lo va a estudiar, aunque este mismo sábado habrá otra carrera ya con los permisos concedidos. Viví más de una década en lo Viejo y acabé hasta más allá del corazón de la ingente cantidad de festejos, no solo deportivos, que se concentran en apenas ese punto de la ciudad. Pamplona tiene que repensarse como ciudad en situaciones así. El 95% del espacio de la misma es un erial que jamás acoge nada, mientras que en el 5% restante hay una sobredosis espeluznante de actos -deportivos, culturales, sociales, políticos, de ocio- sin mencionar, por supuesto, el constante trajín alcohólico festivo que tiene que soportar su estoica población. No es solo que se lance sin remedio todo esto encima de unos ciudadanos ya extenuados por tanta invasión, ruidos y disconfort, es que el resto de la ciudad también es, directamente, un escenario carente de cualquier interés en ese aspecto. Tendrían que ser las propias instituciones las que moviesen sus actos a diferentes barrios y lugares, repartiendo el pastel, acercando iniciativas a los muchos puntos que pueden acogerlas, sin tener que caer siempre en el recurso fácil de lo Viejo y la dichosa plaza del Castillo. Y, una vez hecho eso, fomentar que la iniciativa privada lo haga y, si no es así, regular o establecer determinadas reglas para que todo no tenga que ser siempre y para siempre jamás en el mismo espacio vital: esa especie de manifestódromo y botellón a cielo abierto que es parte de lo Viejo. Parte, digo parte, porque sigue habiendo calles dejadas de la mano de Dios, como Jarauta, a la que no le ha llegado el cambio. O le ha llegado a peor.

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