Quim Torra: «Yo no vivo, a mí me viven»

El Presidente Joaquim Torra trabajó en una compañía multinacional de seguros durante dieciocho años, de lo cuales los dos últimos en la sede de Suiza como miembro de un equipo internacional de altos ejecutivos. Torra se refiere a este tiempo como «una primera vida» o «una vida anterior», no porque reniegue de ella, sino porque el final de esta etapa precipitó una transformación radical en aquello a lo que dedicaba a su tiempo, y el resto ya es historia. Durante aquella estancia, ya hace una década, Torra llevó un dietario a partir del cual ha construido ‘El cuaderno suizo’, recién publicado por la editorial Proa. En un tiempo en que todo político en campaña se busca el negro de rigor para divulgar un panfleto publicitario, la obra de Torra, escrita en primerísima persona y en principio alejada de fines propagandísticos, supone una oportunidad poco habitual para hurgar en la personalidad de un hombre poderoso que no habría imaginado que lo sería tanto.

En la presentación de la obra en la Librería Calders, la única petición de Torra a sus lectores fue que el libro sea juzgado literariamente, y no por su labor como político. Evidentemente, la gracia es no hacerle caso y mezclar sin escrúpulos las dos dimensiones del personaje, haciendo lecturas desvergonzadamente retrospectivas y conexiones tan ilegítimas como efectistas, y ‘se non è vero, è ben trovato’. La primera y más central: durante el coloquio con el escritor Albert Villaró, Torra confesó que había dejado de anotar su día a día para que, últimamente, «yo no vivo, me viven». Esta frase simpática que capta el tráfico de un individuo que ha perdido la soberanía sobre su agenda, contiene la clave de la filosofía de vida de Torra que rezuma por las páginas de su cuaderno suizo. Diletante y ecléctico, el President de la Generalitat flota de un referente al otro con el vuelo intenso y volátil de un colibrí, escribiendo a través de asociaciones de ideas y dejándose llevar por la digresión. Siempre que deja caer una gran proclama o una reflexión demasiado general, la rebaja rápidamente con un sentido del humor woodyallenesco, excepto cuando habla de los Países Catalanes, la única dimensión en la que nada es relativo. A Torra lo viven sus queridos periodistas y ensayistas de la Cataluña de los años 30, los altísimos -todavía más que él, simplemente porque se lo creen- ejecutivos de la aseguradora, y los placeres de la vida suiza: una multitud de fuerzas que lo atraviesan sin inquietarle mucho mientras su rutina discurre plácidamente. Se deja hacer mucho más que hace y escucha mucho más de lo que habla, porque el lugar donde prefiere expresar todo lo que su mirada analítica capta durante el día son los cuadernos del dietario.

En otras palabras, Quim Torra está en las antípodas de todo lo que nos viene a la mente cuando pensamos en un líder político. Allí donde esperaríamos encontrar un montón de másters y MBA más o menos sospechosos exhibidos con petulancia, una sonrisa de postal y una retórica asertiva que vendería a la propia madre antes de rectificar una idea ya lanzada y conceder una gota de razón al rival; encontramos un ironista que ridiculiza la utilidad y las pretensiones del mundo empresarial y que, en vez de rubricar una sentencia lapidaria tras otra, duda y se divierte. Contra el sentido de la agencia individual super hinchado que transmiten los líderes-alfa, Torra exhibe una personalidad porosa que se sabe influida y vivida por muchos otros factores más allá de la simple fuerza de voluntad. Si no fuera porque son compañeros de gobierno, al verlo junto Elsa Artadi pensaríamos que forman un dúo cómico de personajes radicalmente contrapuestos. Lo más interesante ante el autorretrato de Torra es resistir la conclusión fácil: si la lectura de ‘El cuaderno suizo’ invita a señalar la evidente docilidad de su autor como un argumento de peso en la designación presidencial, también nos muestra una alma crítica que, precisamente porque contradice los rasgos arquetípicos del líder, transmite una imprevisibilidad política que podría traducirse en salidas diferentes de todo lo que hemos visto hasta ahora.

El libro tiene tres ejes principales: el primero es la historia personal, que explica «la decadencia y caída de un ejecutivo catalán de seguros consumada de manera absoluta», que llegó con un futuro profesional brillante en el horizonte y al cabo de dos años volvía a Barcelona con el carné del paro en el bolsillo, el segundo es el libro de viajes, que observa los paisajes suizos, la mirada «escéptica» de sus vacas, se deleita en el queso y el chocolate, y radiografía el carácter helvético de la mano de Borges, que definió Suiza como una conspiración de la razonabilidad y, finalmente, hay un gran número de entradas que hablan de la relación entre Cataluña y Suiza, que recorren los pasos de los grandes nombres catalanes que vivieron, se exiliaron o visitaron la Confederación -Rodoreda, Gaziel, Xammar- y contraponen la cultura política de allí con la de aquí, en lo que resulta «una comparación dolorosa».

Influido por Josep Pla tanto en el nombre del libro como en el estilo, pero absolutamente consciente de la inimitabilidad del genio, la imaginación de Torra es irregular, alternando descripciones y pensamientos brillantes con otros más tópicos y poco ambiciosos. Habiendo leído prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Suiza, Torra demuestra ser un grandísimo pedagogo que conecta sus vivencias con las miradas catalanas sobre el país que tanto ha estudiado, siempre debidamente complementadas con la historia de la Confederación. Pero si dos tercios del libro son vividos a través de otros, el tercio más interesante es lo que Torra dedica a ensayar la propia mirada sobre los hechos vividos en los despachos. La idea original es simple y productiva: analizar el mundo de la empresa en clave de literatura, especialmente la catalana. Así, Ramon Llull se convierte en el primer escritor de manuales para los ‘Chief Executives Officers’ y Quim Monzó en el mejor analista del capitalismo global. Torra pasó dos años en la patria de los evasores fiscales, y se puso las gafas kafkianas para observar la jungla de los negocios en la que participaba desde una distancia mental infinita: «se invierte en mí una cantidad de dinero imperdonable e impúdica. Me he convertido en un centro de costes. Un gasto corriente o, más que corriente, volador». Las páginas dedicadas a reducir hasta el absurdo el funcionamiento de las multinacionales y la ideología ‘bussines friendly’ son la aportación genuina de Torra, una contribución modesta y sin pretensiones a la tradición de gigantes catalanes que han reflexionado sobre el país helvético y sobre cuyos hombros nuestro presidente escribe.

El epílogo escrito pocas semanas antes de ser nombrado presidente es el cebo para muchos lectores y representa un cambio radical en el tono del dietario. Sólo son dos páginas, en las que Torra hace un ejercicio inverso: trasladar lo aprendido en el mundo de la empresa suiza a la política catalana. El presidente inminente quiere rescatar y reivindicar los procesos de evaluación, el DAFO en la jerga de sus antiguos colegas, que se realizaban después de cada proyecto: «Llegaba un momento en que acababa la fase de e desarrollo y empezaba la fase de ejecución. A partir de ese momento, había que ir siguiendo si los resultados reales se adecuaban con los iniciales previstos. Y, al final, el proyecto se daba por terminado. De todas estas fases, la más importante para la empresa era la de las ‘lessons learned’, o lecciones aprendidas […] Es la hora de evaluar las lecciones aprendidas del proceso hacia la independencia». La ironía radica en el hecho de que, después de 300 páginas contándonos la distancia entre lo que decía y lo que realmente pensaba cuando ‘vendía la moto’ a los directivos de su empresa valiéndose de Power Points inútiles, tras un compendio de reflexiones sobre la autocomplacencia del mundo ejecutivo y la banalidad de la consultoría de medio pelo, el Torra político se ve obligado cada día a escuchar y hablar exactamente con el mismo vocabulario que el Torra escritor ridiculiza en su dietario. Los políticos que se creen demasiado lo que dicen son muy peligrosos y, si la lectura de ‘El cuaderno suizo’ nos deja claro algo, es que el Presidente de la Generalitat se encuentra en el otro extremo, cuyos peligros aún están por descubrir.

NÚVOL