¿Quién nos gobierna?

La que podemos llamar «política oficial» difícilmente ha levantado nunca entusiasmo entre los que la padecen. De hecho, si repasamos un poco la historia veremos que generalmente, de una forma u otra, el pueblo ha visto con suspicacia a los que dirigen su destino colectivo. Seguramente porque la política es, entre otras cosas, la lucha por el poder, y esta pugna hace flotar a menudo notables mezquindades entre sus protagonistas.

Aun así, actualmente esta poca aceptación viene acompañada de una notable degradación de la dirección política. Cada vez más acceden al poder personajes grotescos, populistas, siniestros o de una mediocridad exasperante. Si hace unos nueve años, Jonathan Davidson (profesor de psiquiatría en el centro médico de la universidad de Duke-EEUU) y David Owen (psiquiatra, exministro de sanidad británico y actualmente miembro de la cámara de los lores) afirmaban que el 75% de los políticos de primera fila tenían trastornos mentales, no quiero ni pensar cómo habrá aumentado esta cifra cuando hoy vemos las actitudes de Donald Trump, Nicolás Maduro o Rodrigo Duterte (presidente de Filipinas) que declaró poco después de acceder al poder que había que ejecutar a 100.000 traficantes y adictos a las drogas para acabar con el problema del narcotráfico en su país.

La categoría de los hombres y mujeres que tienen grandes responsabilidades será sin duda uno de los principales retos que deberán afrontar las sociedades de nuestros días. Progresar y garantizar los derechos democráticos de la población se hará cada día más difícil con ‘tronados’ en el poder. ¿Somos conscientes de esto? Por otra parte, el votante, víctima de la propaganda totalitaria que creó en su día el Dr. Goebbels (hoy multiplicada hasta el infinito), a menudo se convierte en una especie de ‘zombi’ que sólo responde a los instintos más primarios que le atizan con el bombardeo constante desde los medios de comunicación. Bien mirado, aquel cabecilla nazi sigue siendo el político más actual de nuestros días. Todo son consignas y eslóganes repetitivos, prefabricados y con el único fin de ganar un puñado de votos. Nada de hacer crecer el intelecto del pueblo. Cuanto más primario sea su pensamiento, más posibilidades de hacerle cada vez más crédulo.

Cada día tenemos un montón de pruebas sobre lo que digo con sólo echar un vistazo a cualquier periódico el de cualquier rincón del mundo. Como es normal, Cataluña no queda al margen de esta crisis directiva. Pero, en nuestro caso, todavía se agrava más por la actitud proclive de nuestros políticos al llamado complejo de esclavo de los catalanes denunciado hace muchos años por el psicólogo Carlos M. Espinalt. La combinación de un escenario donde sólo se busca la gloria personal y afirmar cosas a pesar de la evidencia tangible de lo contrario (dos de los aspectos que Jonathan Davidson y David Owen destacan como muestra de los trastornos mentales de los dirigentes políticos) con la falta de determinación para enfrentarse a los enemigos de la nación, da como resultado una política de TBO.

Una de las últimas evidencias la ha protagonizado este verano el flamante consejero de Políticas Digitales y Administración Pública, Jordi Puigneró, que afirmó que su gobierno creará «una nación digital en forma de república». La gran mayoría de los medios catalanes han publicado la noticia como si fuera la cosa más normal del mundo. Una independencia de PlayStation para jugar como niños, y nadie se escandaliza ante el hecho de que Puigneró trate al electorado como a un grupo de tontos.

El independentismo puede hacer las hojas de ruta que quiera, celebrar elecciones cada mes para demostrar que es mayoría o internacionalizar el caso catalán incluso hasta Botsuana. Nada de esto servirá de nada mientras sus principales dirigentes no tengan una mínima talla para culminar un proyecto político de cuya magnitud no son ni siquiera conscientes. Y viendo lo que vemos, no descarto tampoco que alguno de ellos ya forme parte de ese 75% de trastornados del que nos advertían Davidson y Owen.

EL MÓN