Procesar el Proceso o el estado de mentira

El discurso del Estado sobre la Cataluña que se autodetermina contiene una concatenación de afirmaciones discutibles, que se superponen desde los tres poderes convencionales: leyes, gobierno, tribunales. Pero aún hay que añadir la cuarta dimensión del Cuarto Poder: los medios de comunicación.

La violencia que la mayoría de la gente vio y/o afrontó el día 1 de octubre fue la de la policía. Tanta violencia que arrastró a votantes que no estaban dispuestos a ir a las urnas convocados para separarse de España, pero que sí fueron interpelados por la conciencia. La multiplicación de la mentira en progresión geométrica emergió cuando el gobierno español decidió procesar el Proceso. En los tribunales, sin embargo, hacía falta algún crimen: «Si no hay delito, no hay autor», «Nulla poena sine culpa», invocan los penalistas que estudiaron derecho romano. Es en la judicialización donde la razón de estado necesitó negar cada mentira que se descubría con una nueva, cargando de sentido la catalanísima expresión textil “embolicar la troca” («liarla»). Y así siguen, porque ahora necesitan una batería de repuesto, dado que la prueba europea del polígrafo acaba de detectar en tres lenguas que la fábula de José Agustín Goytisolo, que cantamos con Paco Ibáñez, es cierta: los corderos son los malos y el lobo es el bueno.

Han apaleado con todo ello una realidad virtual que ha desbancado la tangible; así se explica que acreditadas izquierdas españolas sean tan pasivas o tan críticas con la disidencia catalana, porque no la conocen desde sus fuentes sino sólo desde el ambiente enrarecido de un pensamiento único hostil, que difunden estos personajes que mienten con la arrogancia del psicópata, porque se creen la mentira.

Está, además de la fuente y del mensaje, el aspecto formal que redondea la violación de la verosimilitud: la gramática. El uso indebido o manipulado de palabras o expresiones. El «golpe de estado» y el «golpismo-golpistas» son actores principales de esta tragicomedia, con secundarios notables como «rebelión», «sedición» y contaminaciones medioambientales de violencia como «terrorismo» y «kale borroka», a las que es muy sensible una población que lo ha sufrido tanto. Ahora les toca a los CDR, y al paso que vamos esto parecerá el final de ‘La vida de Brian’ para elegir pena: «Crucifixion? Next, please».

La extensión del terrorismo a la política convencional parte aquí de la experiencia vasca, donde ETA sirvió para contaminar todo el nacionalismo. En el apartado más concreto de la ‘kale borroka’, tiene muy poco que ver con la actuación de los CDR, por más que los califiquen de «comandos separatistas». La ‘kale borroka’ no era un movimiento pacífico de masas, eran pequeños grupos, los ‘talde’, con balances como el de 1995 -en pleno auge- de 58 artefactos explosivos y 479 cócteles molotov, atacando 656 objetivos, sobre todo cajeros automáticos, autobuses y vagones de tren. Todo ello, sin perder ni un gramo de gravedad, en otro contexto podría ser juzgado como desórdenes o disturbios, incluso como «insurgencia juvenil» (cito al fundador del Centro de Investigación para la Paz Gernika Gogoratuz) con menores consecuencias punitivas.

Finalmente, ayuda a la construcción del monumental monumento de los arquitectos falsarios lo que podríamos llamar derecho consuetudinario de la mentira. James Patterson y Peter Kim realizaron una encuesta (2002) sobre una población de 2.000 estadounidenses, con un resultado tan abrumador como que el 91 por ciento de la ciudadanía miente con frecuencia. Si la verdad es particular y singular, su antípoda, la mentira, en cambio, es un universal, ¡y como tal podríamos formularlo sin traicionar ni la escolástica! Pensemos en cuántas circunstancias vividas a lo largo del día nos encontramos con la mentira… La mentira es una gran entidad, vivimos en su hábitat, la biosfera es oxígeno y mentira. Quién sabe si no hemos nacido de ella. La policía científica -aquí, no en ‘CSI Miami’- se lo piensa antes de hacer pruebas de ADN si no son absolutamente imprescindibles, porque varias paternidades atribuidas por el Registro Civil podrían no tener nada que ver con la paternidad biológica.

La novela negra está llena de perjurios. Como la realidad; recordemos que el agravio de Mr. Clinton no fue una conducta sexual poco edificante sino que él la negara bajo juramento. Agatha Christie, en ‘Telón’ (1975), último caso de Hercules Poirot, desarrolla un verdadero tratado sobre todo tipo de mentiras, con los tribunales de por medio. Si leemos bien el ‘Éxodo’ (20, 16) y el ‘Deuteronomio’ (5, 20) comprobaremos que la transgresión pecaminosa de la verdad se refiere al falso testimonio. La filosofía se ha ocupado ampliamente de la relación intrínseca verdad-mentira. Desde Anaxágoras y Sófocles, hasta Wittgenstein y el mismo Joan Fuster, pasando por Kant y Rousseau. Oscar Wilde insistió brillantemente en el contencioso moral al que nos estamos refiriendo en su libro ‘La decadencia de la mentira’, en donde ya pone de manifiesto la generalización de esta lacra. En la actualidad, si queremos profundizar en las simas de la mentira debemos leer a Hannah Arendt, autora de la teoría de «la exposición absoluta a la mentira», y a Jacques Derrida. No menos precisos, dos poetas de la canción nos recuerdan que la mentira es vecina nuestra. Dice Luis Eduardo Aute: «Todo es mentira menos tú». Dice Manu Chao: «Todo es mentira en este mundo».

Dejo para un trabajo académico el estudio que tengo casi terminado sobre el tema de la mentira en el cruce entre periodismo y política, que hay para alquilar sillas, y el independentismo de ‘hooligan’ digital queda bastante penoso. Como acabo en el espacio universitario, recomiendo no perderse los últimos fotogramas de la serie del máster que nunca existió. Da para un buen trabajo de fin de máster sobre la concatenación de mentiras ‘ad infinitum’ jugando, chapuceando aún más una democracia que se va a hacer puñetas.

ARA