Problemas de la CIA

Entre las cuestiones candentes entre la clase política en Washington figura, no por primera vez, la de la inteligencia. El presidente nombró a Gina Haspel directora de la CIA y durante las preceptivas audiencias en el Senado, se vio en algunos apuros. La cuestión era el empleo del ahogamiento simulado (waterboarding) bajo supervisión de Haspel. Se trata de una manera singularmente horrible de sonsacar información a sospechosos de terrorismo. Las autoridades que dirigían la agencia en aquel momento consideraron no sólo que la tortura era una estrategia exitosa, sino la principal estrategia. Sin embargo, la mayoría de demócratas y algunos republicanos no comparten este punto de vista y condenan esta práctica bajo cualquier circunstancia. Algunos argumentan que si la tortura protege miles de vidas civiles, en tal caso merece la pena emplear estos métodos de interrogatorio.

Pero ¿cómo podemos saber que las personas sometidas a la simulación de ahogamiento y privación de sueño protegen, de hecho, información crucial? No tenemos suficiente información para aceptar o rechazar esta premisa. En la actualidad, en Estados Unidos, la simulación de ahogamiento se considera inmoral e ilegal. En el 2009, el presidente Obama firmó un decreto que limitaba estrictamente esta práctica.

La cuestión sobre la nueva directora de la CIA es más complicada debido al hecho de que Haspel fue responsable de la organización en Tailandia y de que prisioneros de varios países fueron conducidos precisamente a Tailandia para sufrir este “interrogatorio potenciado” en el así llamado “lugar oscuro”.

Durante su audiencia en el Senado, Haspel rehusó desmarcarse de lo que ocurrió al respecto y de lo que ocurre en la actualidad. ­Probablemente la cuestión se debatirá durante mucho tiempo. Hace años, cuando estudiaba algunas cuestiones a las que hacían frente los servicios de inteligencia, tuve la oportunidad de entrevistar a directores de la CIA, la DIA y otros organismos similares, tanto en Estados Unidos como en otros lugares. Para mi sorpresa, casi todos ellos respondieron a mi solicitud y no tuvieron ningún problema en compartir conmigo algunos de los principales problemas que habían experimentado en acción de servicio. La mayoría de las entrevistas tuvieron lugar en res­taurantes, y los funcionarios retirados hablaron con la mano tapando la boca; durante mucho tiempo no me atreví a preguntar el motivo de esta curiosa manera de hablar. Haciendo gala de decisión y valentía, se me explicó que obviamente yo nunca había oído hablar de la lectura del lenguaje de los labios.

Para mi sorpresa, confrontada la cuestión con Haspel, esto es, hablando de los métodos de sonsacar información, resultó que no era una preocupación capital en su experiencia. Lo que sí que les inquietaba a casi todos era el hecho de que la información obtenida por ellos nunca llegaba a las autoridades gubernamentales, y que si llegaba a los presidentes, primeros ministros y otras personalidades políticas clave, o bien no se le daba crédito o bien se hacía caso omiso de ella. No les pregunté sobre casos en que la información relevante obtenida por ellos no se había transmitido ni se habían tomado medidas en consecuencia.

Tal falta de interés en el material reunido por los servicios de inteligencia, a menudo a un precio muy alto, no se limita a los gobiernos dictatoriales y autoritarios. Es bien sabido que Iósif Stalin poseía consistente, creíble y precisa información hacia la primavera de 1941, de que la Alemania nazi atacaría a la Unión Soviética en junio de ese año. Pero por un momento no dio crédito a la autenticidad de dicha información y quienes la habían aportado no fueron recompensados sino castigados por transmitir información errónea. Hitler, por su parte, se fió más de sus juicios instintivos que de los servicios de inteligencia nazis. Además, él lo sabía todo mejor.

Como se sabe, los presidentes y otras personalidades que ostentan cargos destacados en el gobierno se ven desbordados por el flujo de información que les llega y que, a menos que tal información se presente de forma atractiva, es muy posible que no se haga nada al respecto. Otro problema importante es el de compartir información entre las numerosas instancias de los servicios de inteligencia estadounidenses, una información difusa de diversos organismos federados de forma laxa y, además, las citadas instancias se componen de agencias a menudo independientes.

Todos sabemos que la totalidad de la información reunida por las citadas agencias y organismos era suficiente para haber obtenido un conocimiento previo del ataque del 11 de septiembre del 2001. Pero la información de la CIA, el FBI y otras agencias no se compartía internamente y no se analizaba por parte de todos los organismos interesados. Así resulta evidente en la información de la comisión nacional sobre los Ataques Terroristas contra Estados Unidos publicada en el 2004.

Algunos presidentes están habituados a recibir resúmenes de informaciones a primera hora de la mañana y otros solicitan evaluaciones sólo en raras ocasiones y sólo respecto a áreas de su interés inmediato.

Haspel ha sido nombrada y hay que desearle suerte en su nuevo cometido. La tarea que tiene por delante no será fácil. ¿Podrá la CIA hacerse cargo de su propia misión? ¿Podrá interpretarla correctamente? ¿Se reunirá la información de forma adecuada y llegará al presidente y a otras figuras políticas destacadas? ¿Podrán el presidente y otras figuras políticas destacadas entender la información que han recibido? Existen muchas otras cuestiones clave y muchos de los observadores cercanos al poder no son demasiado optimistas en lo que respecta a la Administración del presidente Trump.

LA VANGUARDIA