President Puigdemont

En este país tan extraño, una entrevista con el líder de la mayoría parlamentaria, y presidente del país, que tuvo tal interés público que concilió a un millón de espectadores la noche de un domingo, se convierte en el motivo por el que un político, que quiere ser presidente de un reino, pide cerrar una televisión pública. Traducido: Albert Rivera, más hooligan que nunca, pide intervenir TV3 porque osó entrevistar al president Puigdemont. Desde luego, nunca habríamos imaginado que habría un partido más agresivo con los derechos catalanes que el PP, pero Ciudadanos lo supera. El exdiputado Jordi Cuminal decía, ayer en TV3, que Ciudadanos es el partido del odio, y ciertamente hace méritos para el título.

Más allá de la estridencia de estas trompetas del apocalipsis, la entrevista con Puigdemont fue de alto voltaje y con efectos directos en la política ca­talana. Con una constatación previa: además de su robusta fortaleza anímica, la consolidación definitiva de su liderazgo. Y no es un liderazgo de partido, sino de país, transversal en edades, orígenes e ideologías, y reconocido como tal en Europa, donde se lo considera la voz de los derechos catalanes.

Desde este liderazgo definió en la entrevista la estrategia de las próximas semanas, planteada en tres ideas-fuerza. La primera: el tiempo. Puigdemont pide tiempo para gestionar la complejidad, sabedor que es un tiempo escaso, visto el deadline electoral. Pero si ya llevamos seis meses sin gobierno, no parece un drama esperar unas semanas más, y este mensaje se dirige, sobre todo, a ERC, que es la más apremiada. ¿Por qué requiere tiempo? Porque debe hacer cuadrar un teorema que parece imposible: por un lado, tiene que intentar un gobierno antes del 22 de mayo, y así impedir las elecciones; por el otro, no puede permitir que sea un gobierno de rodillas y humillado, tal como quiere el frente del 155. ¿Y cómo se hace, con el juez Llarena vulnerando los derechos políticos de los diputados y tachando nombres de la lista? Tal vez la clave estaría en la ley de la presi­dencia que, si todo va bien, se aprobará a principios de mayo. Es cierto que puede chocar nuevamente con el ín­clito Llarena, pero este futurible no descarta la necesidad de intentar hasta el final el gesto de dignidad que representa investirlo president. Tiempo para ganar tiempo y gestionar las dificultades.

La segunda idea-fuerza: la voluntad de no ir a nuevas elecciones porque ya tenemos la mayoría parlamentaria emanada de las urnas, y no tiene sentido una nueva contienda electoral. Pero es obligado añadir que el president no lo quiere, pero no lo deja del todo descartado. Y la tercera idea-fuerza: el mandato republicano emanado del 1 de octubre, al cual no renuncia y al que quiere dar contenido con el Consell de la República.

En definitiva, un president en plena forma que sigue marcando el relato de la Catalunya asediada.

LA VANGUARDIA